Usted está aquí: jueves 3 de noviembre de 2005 Opinión El PRI ya no es lo que era

Octavio Rodríguez Araujo

El PRI ya no es lo que era

El Revolucionario Institucional es un partido político sin rumbo. En realidad siempre ha sido así: el rumbo se lo daba el presidente de la República en turno en un acuerdo tácito con los principales grupos políticos del partido.

En los tiempos del priísmo dominante la política se hacía en el interior del PRI. Todo lo que ocurría al margen de éste podía ser también política, pero limitada a muy pocas posibilidades de triunfos o de compartir el poder con los grupos priístas. Fue por esta razón que éstos, los grupos priístas, luchaban entre sí para ganar la silla presidencial, que en México era el Poder con mayúscula, tratando de conseguir (por presiones o negociaciones) las mejores posiciones posibles tanto en los cargos de elección popular como en la administración pública federal. El PRI, como todo mundo sabe, no era ni es un partido homogéneo, sino un conjunto de grupos encabezados por alguien siempre de mayor o igual influencia que los demás. El PRI era el poder, porque la oposición, por incapacidad, por oportunismo o porque se le negaban posibilidades de crecimiento, no representaba problema real de competencia. En su interior, para decirlo en una palabra, se disputaba el poder, y sólo en su interior.

Después de la experiencia del maximato, al presidente en turno se le permitía nombrar a su sucesor, pero no con independencia absoluta, sino como resultado de negociaciones (y presiones) de otros grupos. Sólo cuando algunos de esos grupos no lograban ser aceptados en los círculos del poder presidencial era que formaban partidos cismáticos y candidaturas a la presidencia distintas a la oficial, a la seleccionada por el presidente saliente. Fue ése el caso de Juan Andrew Almazán y su Partido Revolucionario de Unificación Nacional, el de Miguel Henríquez Guz-mán y su Federación de Partidos del Pueblo Mexicano, y el de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano y su Frente Demo-crático Nacional.

Para evitar otro "maximato" los priístas inventaron una fórmula muy inteligente (pienso): no hacer candidato a otro hombre fuerte que con la presidencia se hiciera más fuerte y luego querría convertirse en Jefe Máximo, sino a un individuo destacado en la política, por sus cargos públicos (normalmente a un secretario de Estado), y que, al terminar, se fuera a su casa y se abstuviera de seguir haciendo política. El nuevo presidente sería, por seis años, un hombre muy poderoso, pero sólo por seis años. Mientras, los grupos al interior del PRI harían política, alianzas y rompimientos, para ganar el siguiente turno o negociar para no quedar fuera de la jugada y continuar viviendo del presupuesto. Así se garantizaba la circulación de las elites y todo mundo quedaba más o menos contento.

La regla era subordinarse, sólo por seis años, al presidente de la República, al menos de dientes para afuera. Disciplina fue la palabra clave, y se respetaba so pena de ser descalificado, enviado al exilio (embajadas en el exterior), congelado o, si la situación lo ameritaba, encarcelado.

Las cosas comenzaron a cambiar cuando los políticos fueron sustituidos por los tecnócratas. Estos no quisieron respetar las viejas reglas del juego o las ignoraban por haber estado fuera de éste. Miguel de la Madrid impuso, contra otros grupos de poder en el PRI, a Carlos Salinas de Gortari. No hubo consenso y salieron los cardenistas a la vez que se formaron varios grupos de inconformes que al final se disciplinaron según la antigua tradición. Pero los tecnócratas, por vocación e ideología, rompieron con lo que había sido el PRI y le impusieron una lógica distinta. En lugar de luchar por el enorme poder político que daba la Presidencia de la República (en un sistema más o menos soberano), lucharon por insertar al país en el modelo de mundialización neoliberal, con lo que cedieron el gran poder presidencial al más grande poder de quienes dominan la economía en el mundo. Salinas de Gortari no defendió el poder presidencial, sino el poder del modelo adoptado. Zedillo y Fox fueron el resultado: dos continuadores del modelo, a pesar de las diferencias con sus antecesores, y el fin del PRI como partido subordinado al presidente en turno por sólo seis años. Las reglas de juego que caracterizaron al partido desde el rompimiento con el maximato, fueron cambiadas por ninguna regla, es decir, por la lucha abierta de los grupos sin ninguna consideración por el partido. Es decir, el poder por el poder.

Roberto Madrazo es el resultado de ese cambio. La noche en que Zedillo reconocía la derrota de Francisco Labastida y "levantaba la mano" a Vicente Fox, un grupo se manifestaba en las afueras del edificio del PRI. Ese grupo apoyaba desde entonces a Madrazo, y éste se aferró a su lucha por ser el candidato de su deteriorado partido para la Presidencia. Esto explica por qué Madrazo no ha tenido en cuenta las viejas reglas del juego, así como el ataque a sus contrincantes y todas la truculencias de que se ha valido para ser él y nadie más el candidato.

Tres cosas pasó por alto el tabasqueño: 1) Que aunque Salinas quiere ser otro "jefe máximo" y Madrazo lo acepta, los tiempos del maximato no regresarán. 2) Que el PRI ya no es el partido que era, sino sólo un aparato electoral dividido internamente y sin un gobernante que le dé línea y disciplina. 3) Que el PRI no está solo (acompañado por partidos comparsas y oposiciones débiles), sino que ahora existen otros partidos que pueden ganar el poder presidencial.

No es extraño, entonces, que tanto López Obrador como Calderón Hinojosa estén llamando a los inconformes del priísmo a sumarse a sus candidaturas. Madrazo no supo hacerlo o no entendió de qué se trataba. Y Salinas tampoco. Los dos perderán.

 
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