PRI: la caída
Desde lo alto de su estatura electoral de otros tiempos, la caída actual del PRI parece tan indetenible como sonora. Sus cuadros dirigentes, en especial los comprometidos de manera íntima con el proyecto personal de Roberto Madrazo Pintado, parecen vivir un frenesí compulsivo que, negando una realidad tercamente opuesta a sus aspiraciones, los induce a pretender hacerse, por cualquier medio posible, de la Presidencia de la República. El costo de la intentona es pagable, afirman con interesada malicia de avezados, intuitivos pero eficaces operadores de la política. Y ese costo, según muestran de manera por demás consistente y a las claras los múltiples estudios de opinión ciudadana, se va elevando con el paso de los errores y continuos avatares por los que atraviesan el PRI y su aspirante.
El proceso de selección interna, que debía ser mecanismo legitimador por excelencia, se ha transformado en un escollo del que ya no habrá salida airosa. Por el contrario, y sin distinción de los detalles, la programada votación final será una encrucijada para los directivos partidarios, sus equipos de asesores y para el mismo precandidato. Todos deberán decidir, a puerta cerrada y frente a delicadas opciones alternativas, cuál será la numerología definitoria con la que se presente al ganador, en este caso y de forma inevitable, aquel que desde un inicio se apoderó de los mecanismos y botones conductores del proceso: Roberto Madrazo.
Everardo Moreno o el propio tabasqueño no serán evaluados por la voluntad de los priístas. La cantidad de sufragios y sus proporciones resultantes serán motivo de una sopesada decisión del equipo de campaña. Los que se adjudican el título de estrategas, junto con los gobernadores que desde un inicio apoyaron el proyecto de marras y los que se le han sumado con posterioridad a la debacle de Montiel, conducirán por la senda marcada de antemano el proceso electivo. Se rendirán aun aquellos que, a regañadientes, han resistido la cargada y las presiones condenatorias por su actitud. Juntos, todos ellos, asumirán la respectiva parte de responsabilidad al manosear el predicho dictado de las urnas. Dictado que después será evaluado, con rigor crítico, por la opinión informada de los ciudadanos. No importa que la selección definitiva sea por completo desbalanceada a favor del tabasqueño (digamos de 97 a 3 por ciento o 99 por ciento a uno); las consecuencias derivadas caerán en masiva incredulidad y el juicio unánime será condenatorio por el transparente apañe. Pero si hay un toque de vergüenza ajena (digamos de 10 o 20 por ciento a favor de Moreno contra 80 o 90 por ciento del favorito) el cuestionamiento a la simpatía y el voto priísta hacia Madrazo será puesto en la picota del sarcasmo y la burla.
No habrá salida airosa para los priístas; el proceso entero se pudrió desde sus inicios. La tentativa que llevó a cabo la llamada Unión Democrática (Tucom) con sus ingeniosas pruebas y los millones gastados en promocionar perfiles de los aspirantes, por un momento pareció enderezar las cosas sólo para terminar en el bote de las tentativas fallidas. Lo que vino después naufragó sin que se quieran dar por enterados los proponentes y directivos. El programado debate entre los dos sobrevivientes se ha trastocado en escollo adicional que no merece, ni siquiera, la atención de la televisión abierta. Hasta ese punto ha llegado la omnipotencia difusiva priísta de la época invencible.
El tercer lugar en las intenciones de voto del electorado nacional que hoy en día distingue a Madrazo no es, para desgracia de sus ambiciones, el fondo del barranco. El abismo es profundo y abierto, la tendencia puede continuar en declive.
La evaluación posterior al debate puede ser aniquiladora y la augurada pifia de las urnas el caparazón que ponga a Madrazo en un rango menor a 20 por ciento de la propensión al voto que ya detenta desde ahora. Una verdadera catástrofe para el PRI y para todos los militantes que buscan una posibilidad para llegar al Congreso, ocupar una presidencia municipal, alguna de las gubernaturas en juego, regidurías y demás puestos públicos en disputa simultánea con la presidencial.
Nada, o muy poco, se atisba en el panorama futuro que pueda acudir en auxilio y salvamento de esos damnificados inminentes. Estos confían en el salvavidas de su aparato partidario, el mayor de todos, sin duda. Tampoco los pondrá a flote el famoso voto duro, ya muy destemplado por sus ruidosos fracasos. El mismo porcentaje (20 por ciento que Madrazo tiene que asumir) lo explica mejor que toda alegada presunción. La esperanza en la propaganda en medios electrónicos (con sus gastos multimillonarios atados) roza los bordes de milagro patente a juzgar por el desastroso ejemplo de Santiago Creel o el del mismo Arturo Montiel. Los efectos de una guerra sucia, ya sea directamente inducida o por peluda o lampiña mano coincidente, es un recurso de miserables que puede mostrar demoledores efectos para todos los involucrados.
La única ruta de escape por la que pueden optar los priístas estriba en sustituir a Madrazo. Tienen poco tiempo disponible y, para ello, es requisito indispensable armarse con mucho valor, visión partidaria, acatar los notorios dictados de la realidad, oír los consejos de varios de sus mejores dirigentes, proceder con ordenada modestia y una buena oferta de gobierno. La República podrá agradecerles el sacrificio de arraigados intereses personales al presentar una decente opción adicional a los electores de 2006.