Un mundo con Irán (y Bush)
Cuando joven, en las aulas del hospital, un querido maestro me habló de la "la navaja de Occam". Mi ignorancia me llevó a los libros: Entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem (las entidades no deben multiplicarse -aumentarse- más de lo necesario). Lo que quería decir mi maestro es que, dentro de lo posible, es mejor explicar los problemas del paciente por una sola enfermedad y no por varias entidades. Andado el tiempo, otro profesor me enseñó otra teoría, que, aunque no era tan densa desde el punto de vista filosófico, era igualmente válida: "se puede andar en bicicleta y ser cacarizo". Es decir, se puede padecer más de un problema a la vez. Arropado por la "sabiduría" que otorga el tiempo, entiendo que ambas ideas, aunque sean aparentemente contradictorias, son ciertas: bajo el mismo techo habitan -y se alimentan- Bush y Ahmadineyad. Ambos siembran inquina, ambos son factores desestabilizadores. ¿Dónde empieza el odio?
Frente a Mohamed Ahmadineyad, presidente de Irán, Bush suena dócil. Sus peroratas no incluyen la aniquilación de pueblos, a pesar de que sus acciones -Irak, Nueva Orleáns, Afganistán- han precipitado la muerte de decenas de miles de inocentes. En cambio, Ahmadineyad ha propuesto ante decenas de miles de personas la destrucción del Estado de Israel. Al globalizar la estupidez y el odio ni Bush ni Ahmadineyad son vecinos lejanos. La pregunta previa, ¿dónde empieza el odio?, podría reformularse: ¿es factible frenar la espiral del odio que se multiplica sin cesar y que adquiere cada vez rostros más siniestros?
George W. Bush fue relegido por su pueblo y ahí sigue. Ahí sigue, y es capaz de afirmar que una de las mejores razones para continuar en Irak es para honrar la memoria de los más de 2 mil estadunidenses muertos desde que se inició la invasión. Ni qué decir de sus médicos entrenados para torturar en Guantánamo o en Irak o de sus saberes creacionistas que pretenden, desde la primaria, contagiar sus ideas acerca de la génesis del mundo y de la evolución de la humanidad. Por su parte, Ahmadinayed, a pesar del "unánime rechazo internacional" por sus primeras palabras, marchó el día siguiente por las calles de Teherán hasta quemar delante de la Universidad de Teherán, las banderas de Israel, Estados Unidos e Inglaterra. Todo, por supuesto, antes de la oración de viernes. Las preguntas previas requieren replantearse: ¿es posible detener el encono cuando éste se genera bajo virtudes tan excelsas como el compromiso de un pueblo al relegir a su mandatario o cuando la universidad es testigo de la quema de banderas y la religión la cuna y el motor que domina el escenario?
El tiempo ha demostrado cuán inmenso es el desdén de Bush hacia el mundo y hacia la opinión pública. Lo mismo sucede con el ultraconservador Ahmadineyad, cuya declaración contra la existencia de Israel es todo menos un exabrupto, sobre todo, cuando se sabe que tienen en marcha un programa nuclear y que hasta ahora no ha accedido a que sea verificado por la Organización de las Naciones Unidas. El mundo globalizado es un mundo fracasado. La ciencia, el bienestar, la tecnología y las humanidades pesan mucho menos que el odio. "Un mundo con Bush, un mundo con Irán", reza el título de un libro por escribir. Regreso a la pregunta inicial: ¿dónde empieza el odio?
Al hablar de odio, a diferencia de lo que sostenía Occam, las entidades se multiplican y se reproducen sin límites. Y no sólo se reproducen sino que se alimentan. En Irán desayunan Bush y en Occidente desayunamos Ahmadineyad. El "debut" del segundo en el orbe da miedo. Si bien se entiende que Israel, Estados Unidos e Inglaterra sean, por ahora, los blancos de su discurso, lo que no se sabe, aunque sea predecible, es cuáles serán los bocados de sus próximos discursos. Ante un población fiel, fanática e inopinada cualquier idea que provenga del poder será bienvenida. De ahí la recompensa tras la muerte de los fieles al sacrificarse con tal de preservar algunos de los valores de la comunidad chií. De ahí la globalización del terrorismo. De ahí la sinrazón. De ahí las semillas que alimentan la inquina.
El odio es una trampa que no escucha y que no admite disenso. Cuando alcanza a las masas, como es el caso de Irán, el problema es inmenso. Pensar que Irán es un país lejano es pensar mal. La globalización del odio es una de las características más peculiares del siglo XXI tal como atestiguan los muertos de las Torres Gemelas, de los metros londinenses y madrileños o de las calles de Irak. Los caminos del odio, al igual que la sordera y la sinrazón de Ahmadinayed y de Bush, son infinitos: ¿dónde empieza el odio?