Usted está aquí: martes 1 de noviembre de 2005 Opinión Día de Muertos

Elena Poniatowska/ III y última

Día de Muertos

Con la influencia anglosajona de la fiesta de Noche de Brujas, o Halloween, en que aparecen monstruos, vampiros, brujas y fantasmas, México ha olvidado a sus propios personajes del Día de Muertos, como la famosa Catrina que tantas veces dibujó José Guadalupe Posada. Diego Rivera también pintó a la Catrina en su mural Sueño dominical de una tarde en la Alameda Central y la vemos bailoteando en los cartones del juego de La lotería.

La Muerte adquiere muchos nombres: La Pelona, la Flaca, la Fría, la Apestosa, la Huesuda, la Calaca. José Guadalupe Posada la representa con un sombrero de ala ancha, lleno de flores y unos dientes que se adelantan intentando sonreír, pero en realidad van a morder.

Nuestra tradición de Día de Muertos no se hace con hechizos, encantamientos ni horripilantes caracterizaciones, sino con historias, relatos, cuentos y leyendas que han perdurado en la memoria de los mexicanos durante siglos. Ahí está La Llorona, leyenda colonial que todos los mexicanos reinventan con su famoso penar: ''¡Ay mis hijos... ay mis hijos!" Esta leyenda nació en Coyoacán, cuando la Gran Tenochtitlán se tiñó de sangre y de cadáveres al ser derrotada por los conquistadores. Al encontrarlos muertos, las madres que perdían a sus hijos enloquecían de dolor. La versión más conocida es que La Llorona fue una mujer que ahorcó a sus hijos y los arrojó a un río. Sus vecinos, al darse cuenta de semejante infamia, la colgaron. Desde entonces su alma pena por los canales y ríos y los llama con la esperanza de encontrarlos. Algunas personas de los barrios de Coyoacán y Xochimilco dicen que la han visto pasar en la madrugada por las calles o remar en una chalupa.

También los barrios y casas más antiguas de las calles del Centro Histórico encierran su leyenda. ¿Por qué se llamaba antes San Juan de Letrán, por qué la calle de Niño Perdido? ¿Por qué en Guanajuato hay un Callejón del Beso o ¿por qué una hacienda La Quemada? Todas esconden una historia de amor o una tragedia que ha pasado de generación en generación.

La tradicional obra de teatro Don Juan Tenorio, de José Zorrilla, es clásica en Día de Muertos; incluso en los mercados todavía se ven calaveritas con el traje y sombrero emplumado de don Juan y el hábito de monja de su amada Doña Inés. Antiguamente esos muñequitos eran de barro y celuloide. Colgaban en los puestos de los tianguis y cada niño corría por su don Juan y su doña Inés, pero ahora esas artesanías ya no existen. Ahora se venden calaveritas de plástico que representan los oficios populares: carpinteros, médicos, boleros, cilindreros, prostitutas y taqueros, así como altares de muertos en miniatura con sus tamales y sus botellas de tequila y frutas hechas totalmente de azúcar.

Existen otros municipios del estado de México, como Amecameca o Toluca, donde en Día de Muertos las plazas y arcos principales se desbordan de puestos de pan de muerto recién horneado, redondo, con su bolita en el centro y sus huesos azucarados alrededor.

La cantidad de calaveras de azúcar, chocolate y amaranto con dientes de cacahuate que se produce para este día es infinita: ''La que te agrade, amigo, le ponemos tu nombre a la que escojas"; a un lado del changarro, los vendedores tienen su máquina de escribir Remington y pegan en la frente de los cráneos sobre papelitos de colores metálicos los nombres de Juan, María, Rogaciana, Telésforo, Crescencio, Plutarco y todo el santoral. También venden unas cajitas en forma de ataúdes a las que se les jala un hilo y se asoma una calavera de ojos saltones. La creatividad de los mexicanos no tiene límites. Ir a Amecameca, a Toluca, a Chalma a Texcoco o Mixquic en Día de Muertos es un paseo de risa y maravilla.

También de risa y maravilla es la obra de teatro de Elena Garro El hogar sólido, estrenada en los años 50 por Poesía en Voz Alta e impulsada por Octavio Paz, quien promovió con enorme entusiasmo la obra de quien consideraba la mejor escritora mexicana. El hogar sólido está bajo tierra y los personajes esperan en el camposanto al nuevo difunto que vendrá a hacerles más leve su muerte.

Hacemos fiesta para aliviarnos del dolor de la ausencia de los muertos y para compensar su eterno silencio. Entablamos diálogos amorosos que nos recuerdan que algún día estaremos con ellos. Las tradiciones mexicanas se relacionan con la religiosidad, la fe y la devoción. En el pasado, los zoques tuxtlecos, en Chiapas, decían que cuando una persona agonizaba se escuchaba con frecuencia el ruido de una carretilla rondando cerca de su casa, hasta que fallecía. Aquellos zoques creyeron que era San Pascualito (como ellos llaman a San Pascual) que esperaba recoger el alma del agonizante. En 1872, vecinos de los barrios de San Roque y El Calvario formaron una hermandad para edificar una ermita dedicada al culto y veneración de San Pascualito, representado por un esqueleto de madera en su carretón-ataúd. La devoción a esta imagen, relacionada con el culto a la muerte creció entre los comerciantes del mercado, curanderos y espiritistas y se convirtió en el santo más popular del centro de Chiapas, por lo que se le construyó un templo en los años 50. En Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, en el templo de la Iglesia Católica Apostólica Ortodoxa Mexicana se venera a San Pascualito y es muy conocida la leyenda del carretón sobre el que el santo pasa a recoger muertos y se expone cada 14 de mayo en medio de una alegre fiesta.

El culto a la Santa Muerte es también un emblema poderoso en el santoral. Existen muchos devotos a la imagen; basta con ir al mercado de Sonora en la ciudad de México para ver la cantidad de elíxires, hierbas, brebajes, pociones, oraciones, devocionarios e imágenes que reparte la Santa Muerte.

La muerte siempre llega sola y siempre se va con alguien. Los mortales no podemos evitarla. Es posible torearla, capotearla, alejarla, espantarla con chochos y médicos, pero algún día vendrá por nosotros.

La muerte es el acto más simple: ''morir no cuesta tanto, nos cuesta más vivir", dice el poeta; venir al mundo es difícil, vivir lo es más y no hay que confundir a la muerte con la enfermedad, porque esta última también forma parte de la vida. Para los que tienen suerte, la muerte puede ser una acción simple, breve y hasta imperceptible.

Qué razón tenía Santa Teresa de Jesús en su poema Vivo sin vivir en mí:
Vivo sin vivir en mí,

Y tan alta vida espero

Que muero, porque no muero

(...)

Sólo con la confianza
vivo de que he de morir,

porque muriendo el vivir,

asegura mi esperanza;

muerte do el vivir se alcanza,

no tardes, que te espero

que muero porque no muero.

Finalmente, creo que no hay mejor epitafio para una tumba que la frase que escribió Elena Garro en Los recuerdos del porvenir, que dice:
''Estoy y estuve en muchos ojos, yo sólo soy memoria y la memoria que de mí se tenga."

 
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