El Soconusco colonial: cenizas de un tesoro
La zona de desastre de las catástrofes de 1998 y 2005 abarca tres de las regiones económicas de Chiapas: VII, VIII y IX, que el geógrafo Karl Helbig distinguió por sus notorias diferencias climáticas, llamadas, respectivamente, Istmo-costa, Soconusco y Sierra (aunque las tres corresponden a la jurisdicción de la diócesis de Tapachula más una parroquia de la de San Cristóbal: Chicomuselo); totalizan casi el millón de habitantes en el censo de 2000.
Las dos primeras fueron el Xoconuchco prehispánico. Constan de una larga banda costera de 260 kilómetros (antes y después de Mapastepec): el pie de monte de la sierra madre de Chiapas, que, dominada por despeñaderos, corre del istmo de Tehuantepec a la frontera de Guatemala con poco más de 800 mil habitantes en sus 19 municipios (casi 300 mil para la sola Tapachula). Antes de que las invadiera Pedro de Alvarado fue ocupada por los olmecas (allí de lengua tapachulteca, variante dialectal del zoque), por los mayas (de lengua mam) desde el tercer siglo de nuestra era, luego dominada por los indios chiapa y finalmente por los mexicas en vísperas de la Conquista. Todos estos pueblos convivieron en el Soconoscuo hasta el siglo XVI, construyendo progresivamente su historia común, disfrutando juntos su cultura y peleando sus sucesivas economías.
La tercera región es la más quebrada de la sierra en torno al volcán Tacaná, que culmina a 4 mil 100 metros sobre el nivel del mar: ocho municipios que suman hoy casi 200 mil pobladores. En ella aún se habla mam (que va repuntando), kanjobal y jacalteco, todos idiomas mayas. Esta región no desagua hacia el Soconusco, sino hacia el valle central del Grijalva.
Los datos anteriores manifiestan que de tiempos prehispánicos a la fecha ese territorio fue codiciado por ser un corredor estratégico de comunicación política y comercial de Mesoamérica para unir su parte occidental (llamada Nueva España por los españoles) y su parte oriental (la Provincia de los Confines del Conquistador, hoy Centroamérica), separadas por el istmo de Tehuantepec. Fue primero la vía natural con sus esteros navegados por las lanchas que exhiben las estelas del sitio arqueológico de Izapa, y en el siglo XIX por barcazas; allí los colonizadores trazaron la vía terrestre de su camino real que lo oriaba. En el principio del siglo XX la modernidad tendió el ferrocarril y luego terminó en 1971 la construcción del ramal costero de la carretera panamericana. En suma, durante algo más que dos milenios, esta red definió la vocación tradicional del Soconusco: un puente entre dos regiones naturales y culturales de Mesoamérica.
Los traumas comenzaron con la Conquista. Cuando Hernán Cortés mandó a Pedro de Alvarado en 1524, la banda costera del Soconusco tenía 15 mil habitantes. Pero cuando Bernal Díaz del Castillo escribe su crónica en 1568 su población se reduce a la mitad (mil 200 "vecinos" o dueños de un hogar). El cronista responsabiliza a las pestes, a los curas y a los políticos de la Colonia. Cuando el franciscano Antonio de Ciudad Real lo recorre en 1589, el Soconusco se ha vuelto El Despoblado, aunque nota un repunte poblacional: el fraile contabiliza 2 mil tributarios (la PEA india), pero aclara que proceden de regiones remotas, a tal extremo que, entre ellos, "se tratan en mexicano" (en náhuatl) por ser ésta la lingua franca entre etnias arrancadas a sus lejanos terruños para asentarse en su nuevo hogar, desde donde su trabajo forzado desmontó el Soconusco para sembrar y cosechar los nuevos cultivos coloniales. En 1684, el Soconusco agoniza demográficamente: cuenta con 800 tributarios, 100 españoles, 259 jefes de familia mulatos, mestizos y negros, a tal extremo que una cédula real pone alto a las migraciones forzadas al Soconusco porque sus circunstancias las convierten en operaciones genocidas que frustran la imperiosa necesidad de trabajadores.
En el siglo XVIII, el Soconusco es "tierra de poca gente, de mucho zancudo, también calidísima y enferma". Sin nadie para el mantenimiento del camino real, sin paso por sus ríos escandalosos e imposibles de cruzar, se camina a Guatemala por la larga ruta penosa de la depresión central vía Chiapa (hoy de Corzo) remontando el curso del Grijalva: el Soconusco había perdido hasta su papel estratégico de "vigía entre la Nueva España y el Reino de Guatemala" señalada por Díaz del Castillo.
Fue cuando nació una nueva constante identificadora del Soconusco moderno: un foco de migraciones, temporales o definitivas. Es decir, vaciada de sus antiguos pobladores, La Provincia (como lo llamaron) se caracteriza por ser tierra de advenedizos, con empresarios ajenos y con fuerza de trabajo importada y sin estabilidad (notoria para negros y mulatos), tan es así que los manuscritos ya no los identifican por su lengua, sino por la rúbrica "indios de trabajo". Se traten de rancheros aventureros, de esclavos o de trabajadores desarraigados, los varios estratos de sus habitantes carecen de tradición, de raíces locales. Siendo el Soconusco una región que no era terruño para casi nadie, su geografía se degradó por falta de conocimiento heredado, con habitantes desprovistos ante los embates de una naturaleza que no perdona los errores de un manejo improvisado. Su intolerante ecología se desquitó cruelmente con tormentas climáticas devastadoras en 1641, 1659 y 1794; en esta última fecha arrasó Huehuetán que dejó entonces de ser su capital y, a duras penas, se reconstruyó como pueblo modesto, pero así dio a Tapachula la oportunidad de crecer.
La riqueza del Soconusco fue su desdicha. Pese a su feracidad tropical que propinó cacao, algodón, añil, caña, ganado, frutas tropicales y cítricos, estas cosechas y el sobrecultivo, en la lógica extractiva de la agricultura colonial, agotaron sus suelos, desequilibraron su clima y su ecología porque se conseguían tumbando la selva de su pie de monte; el suelo de su planicie se erosionó acarreando frecuentes desbordamientos de su veintena de ríos y las consiguientes pérdidas agrícolas. La concentración de cultivos atrajo plagas (de langosta, loros, y hoy moscamed). Sin lugar sobrante para milpas y básicos, entraron las hambrunas. Hasta 1535, el Soconusco era de las cinco zonas más productivas en cacao (las demás en Tabasco, Guatemala y El Salvador), pero ya en 1575 se convierte en la zona de menor producción. Por 1640 y 1700, las cosechas de este grano tenían tasas bajas pero su calidad le permitió sobrevivir.
Primero, paso estratégico envidiable para articular México y Centroamérica, el Soconusco brilló como promesa. Luego botín, pero terminó como emporio venido a menos. En la transición del siglo XVIII al XIX huele a humo y a cenizas, como hoy en aquella del XX al XXI, huele a fango, a lodo y a destrucción.