Editorial
Wilma, prueba para la cultura de la prevención
A raíz de los sismos de 1985, México ha avanzado en la prevención de desastres y la atención de las víctimas. Como prueba de este progreso, el huracán Wilma el más fuerte de la historia, ya que llegó a alcanzar la categoría cinco en la escala de Saffir-Simpson ha dejado hasta el momento un saldo de tres muertos y siete heridos, una cifra muy baja si se tiene en cuenta que el fenómeno meteorológico ha provocado un millón de damnificados tan sólo en el estado de Quintana Roo, de acuerdo con datos oficiales.
Estos avances son fruto de una visión más clara de los gobiernos estatales y federal para enfrentar estas calamidades, de una estrategia basada en el monitoreo de huracanes, en los esfuerzos para informar oportunamente a la gente sobre la situación de éstos y en la creación de una cultura de prevención entre la población. El objetivo de estos elementos es minimizar al máximo la pérdida de vidas humanas. Así, instituciones como el Servicio Meteorológico Nacional tienen a su cargo la misión de vigilar los fenómenos naturales y sus características (tamaño, fuerza y trayectoria). Estos datos ayudan a Protección Civil y a las autoridades a definir las labores de prevención, como el desalojo de personas residentes en zonas de alto riesgo, el establecimiento de albergues y en el volumen de víveres y medicamentos necesarios para atender las necesidades de los damnificados. En estas tareas participan de manera coordinada dependencias oficiales como las secretarías de Marina, Defensa Nacional, Desarrollo Social, Gobernación y Seguridad Pública, entre otras.
Este sistema es producto de la dolorosa lección que dejaron los sismos de 1985, que provocaron unas 10 mil muertes y 5 mil heridos, según cálculos oficiales. La coordinadora general del Sistema Nacional de Protección Civil, María del Carmen Segura Rangel, afirmó en septiembre pasado que ahora se cuenta con una mayor vinculación con el sector privado para aplicar medidas preventivas, un mejor monitoreo de los fenómenos naturales, cooperación efectiva con los medios de comunicación para establecer campañas informativas de alerta, autoprotección, auxilio a las víctimas y de respuesta inmediata; nuevas normas de construcción que incluyen factores como zonas de seguridad y rutas de desalojo; el surgimiento de una generación de personal de rescate y la consolidación de un sentimiento de solidaridad entre la población.
Sin embargo, el sistema mexicano no es el primero ni el mejor de América Latina: Cuba no tuvo que sufrir una devastación como la que afectó la ciudad de Nueva Orleáns para comprender la imperiosa necesidad de contar con una eficaz estrategia anticatástrofes. En 2004, el huracán Charley mató a cuatro personas en Cuba en comparación con 30 decesos que causó en Florida. Y es que desde hace 30 años, el gobierno de la isla orquestó un sistema encabezado por el Estado Mayor de Defensa Civil y los presidentes de las Asambleas Provinciales y Municipales, el cual se basa en la preparación de la ciudadanía desde la edad escolar sobre las medidas preventivas y de protección, la vigilancia de huracanes, una red de alerta, la creación de infraestructura de emergencia como la construcción de depósitos para garantizar el abastecimiento de agua y la aplicación de leyes que incluyen también la protección de la infraestructura económica mediante medidas sanitarias y tecnológicas. No por nada Naciones Unidas y la Cruz Roja Internacional opinan que el sistema cubano es un modelo a seguir por naciones pobres o industrializadas.
En ese contexto, México tendría que imitar el sistema cubano para mejorar el propio, lo cual podría contribuir a eliminar situaciones nefastas vinculadas con desastres naturales, como la acción de los saqueadores, que hicieron acto de presencia con Katrina, en Nueva Orleáns, y que ya hicieron su aparición en México tras Wilma.