Usted está aquí: viernes 21 de octubre de 2005 Opinión Vivir en la mafia

Editorial

Vivir en la mafia

La salida de Arturo Montiel Rojas de la competencia por la candidatura presidencial del PRI, anunciada ayer por el propio ex gobernador mexiquense, abre una ventana desde la cual es posible ver la escandalosa descomposición, los métodos deshonestos de hacer política y las disputas mafiosas por el poder en las que no tienen lugar las ideas, los programas ni los proyectos de país.

La sociedad mexicana, mucho menos ingenua de lo que suponen las cúpulas de ese partido, sólo puede extraer dos conclusiones posibles de la renuncia: o la contienda interna por la candidatura presidencial fue desde el principio una mascarada, simulación ofensiva para el conjunto de la sociedad y las bases priístas, o Montiel se retiró a consecuencia de una extorsión basada en la amenaza de nuevas revelaciones mediático-judiciales en su contra. Como haya sido, el episodio revela el nulo compromiso de la actual dirigencia del Revolucionario Institucional con la legalidad, los principios democráticos y el civismo.

Con tal de seguir su papel en el guión de la competencia interna o con el afán de evitar la salida a la luz de nuevos datos sobre la adquisición de propiedades y los sospechosos y desmesurados dineros de su entorno familiar, quien aparecía como único competidor real de Roberto Madrazo Pintado por la postulación presidencial olvidó que en esa disputa no sólo se representaba a él mismo y a su familia, sino a algo que se denominó de forma oficial Unidad Democrática, corriente interna del PRI que el ingenio popular bautizó como Todos unidos contra Madrazo (Tucom).

Aunque desde el momento de su constitución muchos sospecharon que ese frente informal no era más que escenografía, no fueron pocos los militantes y simpatizantes que lo apoyaron, porque consideraron con honestidad, y tal vez no sin razón, que nada podía ser más nocivo para el PRI que el liderazgo ­y después la candidatura presidencial­ del ex gobernador de Tabasco. El que ahora ese sector del priísmo pueda llamarse traicionado y defraudado por su precandidato no es lo más grave: lo peor es que el Revolucionario Institucional, con todo y su podredumbre interna, representa la primera fuerza electoral del país y es, tal como puede observarse ahora, una opción real de poder y una enorme acumulación de puestos de representación popular. Hay, pues, motivos sobrados para la indignación y la alarma.

Desde luego, la dimisión del mexiquense no habla nada bien de su adversario principal, sobre quien recaen las sospechas por la filtración a un medio televisivo de los negocios aparentemente sucios realizados por familiares de Montiel, y de quien es dable suponer que esgrimió, bajo la mesa, más munición de esta clase no para procurar transparencia, sino para rendir a su adversario. Está por verse, con todo, si tales métodos no terminan por revertirse contra el propio Madrazo, quien no podría presumir de un expediente impecable en materia de respeto a las leyes.

De hecho si el ex gobernador de Tabasco no ha sido sujeto de procesos judiciales no fue por falta de evidencias, sino por su habilidad para negociar impunidad con los gobiernos en turno. La Presidencia de Ernesto Zedillo, implacable y represiva hacia las disidencias sociales, resultó, en cambio, permisiva y blandengue con los cacicazgos del PRI, como el del propio Madrazo; la foxista, por su parte, lo ha tenido como aliado en episodios fundamentales, como el acoso contra Andrés Manuel López Obrador, y no tenía, en consecuencia, ningún interés en hurgar en el turbio pasado electoral del ahora casi único precandidato presidencial priísta.

Sin embargo, la renuncia de Montiel no debe de manera alguna traducirse en encubrimiento e impunidad. Los dudosos negocios de su entorno deben ser investigados y, dado el caso, sancionados conforme a derecho. Pero ni así podrá repararse el daño causado por él, por Madrazo y por el resto de las mafias que dominan el aparato priísta a la vida política del país, un perjuicio que se traduce en descrédito de las instituciones públicas ­los partidos lo son­, desaliento a las convicciones democráticas y proliferación del cinismo.

 
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