Los verdes del Quijote
Don Felipe Pérez y González relata en La Ilustración española y americana (1905), la carta que el doctor Thebussem dirigió en 1869 a don Aureliano Fernández Guerra, donde resalta la marcada predilección de Cervantes por el color verde y, cuidadosamente, enumera todas las veces que en El Quijote se cita ese color, sin olvidar las tonalidades de verdes en verduras, hierbas, prados, árboles, bosques, hiedras y laureles.
En contraste, en la primera parte del Quijote, en cuanto a indumentaria, sólo se alude a unas ''cintas verdes", las que Don Quijote llevaba, en su primera salida, atadas con apretadísimos fluidos la contrahecha celada. En cambio, desde que empieza hasta que acaba la segunda parte de la obra, lo verde abunda en ella con profusión. Ya en los primeros párrafos del capítulo primero se dice que el cura y el barbero visitaron a Don Quijote y halláronlo sentado en la cama vestido con una almilla de bayeta ''verde"; y en el capítulo XLIV, después de que Sancho se ha separado de su señor para ir a gobernar la Insula Barataria y Don Quijote se retira solo a su aposento en el palacio de los duques, se encuentran las siguientes líneas: ''Cerró tras sí la puerta, y a la luz de dos velas de cera se desnudó y al descalzarse, se le soltaron, no supiros, ni otra cosa que desacreditaren la limpieza de su policía, sino hasta dos docenas de puntos de su media, que quedó hecha celosía. Afligiose en extremo el buen señor, y diera él por tener allí un adarme de seda 'verde', una onza de plata, digo de seda 'verde' porque las medias eran verdes".
Son, en esta segunda parte, numerosos los trajes verdes, así en mujeres como en hombres, como señala el cervantista Thebussem, porque en esta época era el verde color de moda. Mas añade que tal tintura no pasó al sexo masculino.
En la segunda parte del Quijote, verde es el traje de amazona que viste la duquesa cuando se encuentra al caballero andante, y verde también es el traje de cazador que dan a Sancho Panza y que éste le envía luego a su mujer para que haga con él un vestido a Sanchica.
Verdes son también los gregüescos de la hija de Pedro Pérez, Mazorca, que en hábito de varón anda por las noches en las calles de la Insula Barataria y es detenida por los que acompañan al nuevo gobernador en su ronda. De damasco verde se presenta al bandido Roque Guinart, y al final, de verde luce un apuesto mancebo, que resulta ser la celosa y arrebatada Claudia Jerónima, hija de Simón Font. Color predilecto éste de aquel discreto caballero de La Mancha, que va sobre una yegua tordilla aderezada de morado y verde, vistiendo él un gabán de fino paño verde, llevando un alfanje morisco pendiendo de un ancho tahalí elaborado en verde y oro, en tanto que los borceguíes de la labor del tahalí y las espuelas no doradas, sino dadas con un barniz verde.
Don Quijote, con su vestimenta, compone verdaderos jeroglíficos con vida y movimiento propio. Y estos jeroglíficos de tres dimensiones se transmutan a su vez en un cierto número de gestos, de signos misteriosos que corresponden a no se sabe qué realidad fabulosa y oscura que nosotros, gentes de Occidente hemos reprimido y, por tanto, no hemos sido capaces de descifrar los ''sentidos" ocultos en dichos jeroglíficos.
Por tanto, en mi opinión, Cervantes en su Quijote abre, con sus ''verdes", una lectura diferente a la formal basada en la razón, en la conciencia y en el funcionamiento puramente yoico. Nos envía a otro texto, quizá a la otra parte del siquismo humano, a la más primaria, la más originaria; a aquella que resulta fundante en la estructura del ser.