Usted está aquí: viernes 21 de octubre de 2005 Opinión Extremismos

Jorge Camil

Extremismos

Durante el siglo priísta izquierdas y derechas jamás jugaron un papel central en nuestro escenario político. Existía el PRI, y dentro de su seno subían y bajaban presidentes, que iban de izquierda a derecha creando la falsa impresión de que una mano invisible manejaba los hilos del poder y equilibraba las inclinaciones de los presidentes; una mano como la Mano Invisible de Adam Smith, que supuestamente mueve las fuerzas económicas del mercado. Otros, con aire de expertos, hablaban de un péndulo, que con infinita sabiduría osciló en forma misteriosa de Lázaro Cárdenas a Manuel Avila Camacho, y de Miguel Alemán a Adolfo Ruiz Cortines: del presidente obrerista al presidente "creyente", y del veracruzano dispendioso y bullanguero al veracruzano austero y cerebral.

"Dios cuida de nosotros", decían los abuelos. Después, al péndulo se le acabó la cuerda, o se atoró, y Dios nos olvidó, porque comenzó la caída libre al autoritarismo y el populismo (y posteriormente al espejismo neoliberal y a la globalización). Mientras tanto, izquierdas y derechas libraban una lucha soterrada, en la que ambas se disputaban el oído y el favor presidencial.

Esa disputa por la nación, descrita estupendamente bien por Rolando Cordera y Carlos Tello en el libro del mismo nombre, convirtió a presidentes sin legitimación democrática en árbitros supremos del acontecer nacional. Con el tiempo el árbitro adquirió fuerza incontenible y se arrogó la facultad de designar individualmente al sucesor. Por eso izquierdas y derechas festejaron por igual la elección de Vicente Fox. Las derechas, porque el nuevo presidente era cristiano, empresario y guadalupano, y las izquierdas, porque la alternancia en el poder ofrecía, al menos, la esperanza de un régimen democrático donde habría oportunidad de gobernar. Ambas se equivocaron. Hubo, sí, manifestaciones públicas de culto religioso: misas y comuniones presidenciales y despliegue de estandartes que avivaron en algunos el fervor de la lucha religiosa. Se rindió pleitesía al Sumo Pontífice, pero no se dio el crecimiento prometido ni se modificó el modelo económico. Al mismo tiempo las izquierdas, desilusionadas por la ausencia de la reforma política, aceptaron a regañadientes que la alternancia había sido un mero accidente histórico; un dato estadístico que cumplida su fecha de caducidad, amenaza con regresarnos al pasado. Sin embargo, izquierdas y derechas aprendieron la lección: los presidentes que hablan con Dios resultan peligrosos: ahí está el caso de George W. Bush.

Ahora la consigna es volver a comenzar. Aunque sin árbitro ni gran elector la contienda está resultando una guerra sin cuartel, porque detrás de los golpes bajos, y del regocijo inoportuno por candidaturas que se consideran "amarradas", aparece nuevamente la oportunidad de cambiar el modelo económico.

En la Cumbre Iberoamericana Kofi Annan advirtió que los países latinoamericanos penden hoy del "frágil equilibrio'' entre enormes promesas y urgentes peligros, añadiendo además que la "obstinada persistencia'' de la profunda desigualdad ha llevado a dudar de la capacidad de los gobiernos para responder eficazmente a las necesidades de los pobres.

Las "enormes promesas" mencionadas por Annan se refieren al potencial que ofrecen los países latinoamericanos, pero los fracasos deben atribuirse a derechas e izquierdas por igual. Aquéllas, porque han sido incapaces de erradicar la pobreza, y éstas, porque habiendo accedido al poder no pudieron materializar el milagro de la democracia incluyente: Néstor Kirchner no ha superado la crisis económica, Lula sortea la inmensa ola de corrupción que envuelve a su gobierno, Hugo Chávez se ha convertido en un líder mesiánico e irresponsable, y el frenteamplista Tabaré Vázquez, tras un año en el poder, no puede realizar en Uruguay los cambios prometidos.

El fracaso de izquierdas y derechas anuncia el caos, pero también el regreso de los "hombres fuertes" que saben y pueden gobernar. Ambos destruyen la opción democrática. Ante el rotundo fracaso de Alejandro Toledo, Fujimori se dispone a regresar. Recuperó su pasaporte peruano, tiene una amante millonaria que lo apoya económicamente, y hace proselitismo desde Tokio en un programa de radio llamado La Hora del Chino, título que recuerda la manera campechana en que se presentaba en los mercados de Lima a hacer campaña: "ya llegó su chinito -decía-; tráiganme una caja de madera para subirme a hablar". En Ecuador el presidente de la corte, amigo de Abdalá Bucaram, canceló los cargos contra el "presidente loco", permitiéndole regresar para recuperar el poder.

Y entre nosotros, la perspectiva de un vuelco dramático a la izquierda sacó del clóset a Carlos Salinas de Gortari. Nadie, que yo sepa, lo llamó, como sucedió en Perú y en Ecuador, o como sucedía periódicamente en Argentina con Juan Domingo Perón, pero tiene experiencia, dinero e influencias para manipular la próxima elección. Triste destino el de América Latina. Impotente, continúa navegando sin rumbo entre militares, golpes de Estado, democracias de vainilla y promesas vacías.

 
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