La compañía Aterballeto presentó un homenaje a la divinidad del cuerpo humano
Sinfonía de cuerpos y erotismo en el escenario de Bellas Artes
Mediante obras de Bach, Schubert y Rossini 18 bailarines mostraron su dominio de los lenguajes musical y mímico
Ellos, esculturas de Michelangelo; ellas, vírgenes de Botticelli
Ampliar la imagen Los bailarines de Aterballeto, coro de cuerpos que canta sin emitir sonidos FOTO Roberto Garc�Ortiz Foto: Roberto Garc�Ortiz
Homenajes a Bach, Schubert y Rossini, himnos corales cantados con el cuerpo, epifanías en movimiento en el camino de la iluminación, las búsquedas y los hallazgos del coreógrafo italiano Mauro Bigonzetti al frente de su compañía Aterballetto, esplendieron la noche del sábado en el máximo recinto cultural del país, el Teatro de Bellas Artes, como parte capital de la edición trigésimo tercera del Festival Internacional Cervantino.
Tres coreografías conformaron un programa esplendoroso: Omaggio a Bach, Pression y Rossini Cards, las tres de la autoría de Bigonzetti, quien dirige Aterballetto desde hace ocho años luego de formar parte de este cuerpo de ballet, trabajar con otros coreógrafos italianos y recibir las influencias de Alvin Aley, William Forsythe y Jennifer Muller, con quienes colaboró, además de especializarse en el repertorio de George Balanchine y Leonide Massine.
De la estirpe de los dos últimos grandes maestros mencionados extrae Bigonzetti estilo e idea. Sus coreografías están preñadas de una inspiración neoclásica que combina con justeza lo descubierto y lo por descubrir y funde, como pocos coreógrafos, los lenguajes musical y corporal en una línea expresiva que sorprende, fascina y despierta el entusiasmo del público hasta niveles delirantes, como ocurrió la noche del sábado en Bellas Artes.
Del dominio completo de ambos lenguajes, el sonoro y el mímico, nacen las obras en consecuencia de esta compañía de excelencia, que tiene en su repertorio homenajes a Mozart, Jimi Hendrix y David Byrne y cuyos cuerpos remiten en su belleza y perfección a las esculturas de Michelangelo, los hombres, y las vírgenes de Botticelli, las mujeres.
Todo comenzó en el silencio y la penumbra. Omaggio a Bach es una obra maestra que toca el corazón desde la primera sombra corporal que aparece en escena, desde la primera nota que suena, desde el primer movimiento infinitesimal que alumbra de manera iridiscente los movimientos al mismo tiempo solemnes y desparpajados en una solemnidad que abrasa lo humano y lo divino.
A la luz de la Luna
Todo se escucha en la penumbra. El aria inicial de las Variaciones Goldberg de Johann Sebastian Bach en la versión inconfundible del más grande pianista de la historia, el canadiense Glenn Gould, en la grabación que documentó antes de morir, 25 años después de consagrarse con esa misma obra en su juventud, suena en su majestuosa lentitud e ilumina los cuerpos que se mueven lentamente a su vez bajo el anillo de diamante de un eclipse total de Luna que se proyecta al fondo del escenario.
Cuando la Luna que se proyecta sobre el ciclorama está en cuarto creciente suena el Concierto Siciliano de Bach y los cuerpos redactan una gramática de ensueño. Cada músculo, cada gesto, cada mirada expresan lo más profundo de la condición humana de cada espectador que ve reflejados sus pensamientos, sentimientos, emociones, anhelos, capacidades intelectuales y potencialidades de acceder a lo divino en cada uno de los 18 cuerpos, nueve hombres, nueve mujeres, que se desplazan por la escena.
Respiración de semidioses
Cada instante, cada paso, cada respiración de clepsidra de estos semidioses confirman la esplendencia mortal e inmortal que los conforman. Un ejemplo: los vellos rubios de los muslos de una de las nueve bailarinas que titilan en los resplandores de la bella penumbra son una confirmación, una manifestación de lo divino.
Cuando la Luna crece sobre el ciclorama desencadena marejadas de cuerpos que danzan en escena. Suena entonces un fragmento de la Pasión Según San Juan de Bach: Herr, unser Herrscher, y el cuerpo de baile es un cuerpo celestial, un coro de cuerpos que cantan sin emitir sonidos. Sigue la Luna su ciclo vital y suena más música de Bach: la Suite Orquestal número 3, luego la número uno, luego los primeros dos minuetos de la Partita BWV 825 y finalmente, cuando se cierra el ciclo de la Luna, el aria inicial, da capo, de las Variaciones Goldberg, pero esta vez en una transcripción para acordeón. Epifanía.
(Por cierto, en el programa de pierna alguien tradujo de manera descuidada y con humor involuntario el término italiano fisarmonica como "filarmónica", cuando en realidad se trata de un acordeón y no una orquesta lo que suena. Dice el programa de pierna: "hay una interpretación original de Glenn Gould y una preciosa y delicada versión para filarmónica". Debe decir: una preciosa y delicada versión para acordeón. Pasu.)
La segunda obra del programa, Pression, entabla diálogo socrático entre cuerpo y mente, cuerpo y espíritu, cuerpo y música, esta vez entre un solo de violonchelo a cargo del compositor Helmut Lachenmann procesado electrónicamente y en contraste con la música sentimental de Schubert, su bella y conmovedora disquisición, Eros y Tánatos, titulada La doncella y la Muerte, que ha levantado obras igualmente estremecedoras, como un cuento breve de James Joyce que filmó John Huston antes de morir.
La parte final, Rossini Cards, es un homenaje a la vida. Si la obra con música de Bach toma como inspiración y alto contraste el Canto tercero de El Paraíso de La Divina Comedia de Dante, en la obra con música de Rossini toma el coreógrafo una receta de cocina que escribió el entrañable gordo Rossini para alegrar un banquete de cuerpo, mente y espíritu. Los cuerpos semidesnudos de 18 hermosos bailarines, nueve mujeres nueve hombres, la música desnuda de Bach, Schubert y Rossini, desnudó a su vez el alma de los espectadores que desde sus butacas experimentaron, durante dos horas y media, la dicha de ser mortales y divinos al mismo tiempo.
Todo esto sucedió en el escenario del Teatro de Bellas Artes. Bailarines en pas de deux sublimes que son coitos, cuerpos entrelazados como un transplante epifánico de las esculturas de Michelangelo con los óleos de Botticelli, un eclipse lunar con la música de Bach y un banquete para los sentidos. Un homenaje a la vida y sus misterios. A lo divino y lo mortal de nuestros cuerpos.
Aterballeto, el arte del ballet, en Bellas Artes. Un coro de cuerpos, una sinfonía corporal preñada de aleluyas.
Cuerpo, mente, espíritu cantando un solo verso monosílabo. Aleluya.