Vuelta a la página
La más reciente disputa emprendida entre el gobernador del Banco de México y el secretario de Hacienda hace un par de semanas no es trivial, aunque al final hayan tratado de aminorar las diferencias mediante un comunicado extraordinario emitido por el banco central en el que se dice que ambas posiciones se refieren a la misma información oficial disponible.
Al final, la partida para los contendientes quedó en tablas, aunque no para los demás. Este se muestra como otro caso en el que es mejor "darle la vuelta a la página" y seguir adelante como si nada de fondo ocurriera, tal como pasa en el caso del pleito de los precandidatos del PRI a la Presidencia. La política del escondite es cada vez más costosa para la sociedad, pero provechosa para mantener el poder.
La gestión financiera de este gobierno está de modo permanente en la polémica pública, ya sea por la manera en que se aplican las políticas fiscal y monetaria, o sea por el uso de los recursos públicos, provengan éstos de los excedentes petroleros, o bien los que se manejan en el IPAB y aun las sumas enormes que habrá que destinar a los sistemas de pensiones.
Tanto Hacienda como el Banco de México y los dos funcionarios que encabezan esas dependencias están necesariamente involucrados en esas cuestiones y, por decir lo menos, no han ocultado las discrepancias que perecen tener.
Si los desacuerdos son reales es un asunto que no queda muy claro, tampoco lo que persiguen con sus respectivas posturas los ya muy antiguos jerarcas del sector financiero público. Lo que sí es notorio es que sus posiciones no contribuyen a generar un ambiente de certidumbre, sobre todo hacia el final atribulado de este sexenio, y mucho menos sirven para fortalecer el entorno institucional de la política y la transparencia de la gestión de los asuntos públicos que todos en el gobierno dicen perseguir.
El gobernador Ortiz señaló en Washington y luego al comparecer ante los senadores que prácticamente la totalidad, 90 por ciento según dijo, de los ingresos adicionales que se han obtenido este año de la exportación de petróleo se han destinado al gasto corriente del gobierno y no, como él advierte, a pagar los compromisos de deuda externa y los derivados de los contratos de obras públicas con el sector privado (los conocidos como Pidiregas).
Mantener las abundantes reservas internacionales (cerca de 70 mil millones de dólares) es muy costoso, pues están colocadas a una tasa de interés menor a la que se paga por la emisión de la deuda interna; de modo que usarlas para aminorar dicha deuda es razonable. Además, así se pueden destinar más recursos a la inversión y con ello aumentar la capacidad productiva y el crecimiento de la economía.
El debate sobre la utilización de los ingresos excedentes del petróleo no es menor y el tema sobre el que difirieron de modo abierto Ortiz y Gil no fue aclarado satisfactoriamente. A pesar de que al final decidieron conciliar, se mantuvo la perniciosa práctica de la cerrazón.
Guillermo Ortiz volvió a decir lo que se ha vuelto ya una verdad evidente: la economía mexicana no puede crecer al ritmo que se requiere, pierde competitividad y se rezaga en su penetración al mercado estadunidense de importaciones, no genera suficiente empleo y desaprovecha las oportunidades que se dan de manera extraordinaria, como es el caso del alto precio del petróleo. Francisco Gil se encrespa ante cualquier señalamiento que se haga de la gestión de los recursos financieros tan escasos; así, se molestó también por el informe crítico del Banco Mundial de la manera en que el gobierno intervino en la crisis de 1995 y cómo se transfirió a la población el costo del rescate bancario, y eso en medio de una nueva fricción por el manejo de los recursos del IPAB, por el costo que representa la deuda que mantiene y la asignación de los activos que debe vender para aminorarla.
Entre tanto, la gestión de Hacienda y del Banco de México en este sexenio sigue sin modificar de modo positivo la forma en que funciona el sistema económico. Es muy probable que los éxitos que hoy se exhiben terminen por ser una victoria pírrica, pues incluso con el beneficio del petróleo no se ha saneado a Pemex -que es cada vez menos un factor de impulso al desarrollo y al fomento de la actividad industrial-, no se ha logrado transformar la estructura productiva ni se avanzó en el planteamiento razonable de las reformas de tipo estructural. La estabilidad financiera tan cara al presidente Fox puede ser sólo un espejismo, pues depende de factores externos muy volátiles que únicamente exhiben la alta dependencia de la economía y su vulnerabilidad, y se sustenta al final en el poco crecimiento del producto.
En México parecemos ir como aquel loco que a plena luz del día buscaba con una linterna encendida a Dios que se le había perdido. Así buscamos la fuente perdida del crecimiento. Esto no ocurre por falta de conocimiento o de capacidad técnica, sino por la articulación de los beneficios que así se siguen generando; mientras esas ganancias se produzcan no habrá un cambio de fondo.