Usted está aquí: domingo 16 de octubre de 2005 Política Dar sentido a la democracia

Laura Alicia Garza Galindo

Dar sentido a la democracia

Cada 7 de octubre, en sesión solemne, el Senado de la República hace entrega de la medalla Belisario Domínguez a un ciudadano distinguido por su ciencia o virtud, como servidor de la patria o de la humanidad. Desde 1953, cuando se instauró otorgar la presea para reconocer a ese mártir de la democracia, han sido galardonados, entre otros: doña Griselda Alvarez, Jaime Sabines, Jesús Silva Herzog, Heberto Castillo, Eduardo García Maynez, Rufino Tamayo, Andrés Henestrosa, José Angel Conchello y Carlos Fuentes. En esta ocasión se honró -en voz de mi compañero Ernesto Gil Elorduy mediante un espléndido discurso- la trayectoria del ingeniero Gilberto Borja Navarrete, constructor de numerosas e importantes obras aeroportuarias, carreteras, presas, vías férreas, instalaciones portuarias, plataformas marítimas e hidroeléctricas, que constituyen gran parte del sistema nervioso del México del siglo XX y de hoy. Así, también se honra al gremio, al muy acreditado Colegio de Ingenieros Civiles.

Sin embargo, en estos días, en los que pareciera sólo se busca la degradación de la política, no su enaltecimiento, interesa destacar, como recordatorio, las circunstancias y los tiempos en que surge la recia postura del senador Belisario Domínguez, que lo llevaron a dar un grito en auxilio de la patria, no obstante saber que su acción le costaría la vida. Con el triunfo del presidente Madero, como la mayoría de la población del país, don Belisario vivía un renovado sentimiento de esperanza, pues la recién estrenada democracia, expresada en el sufragio efectivo y la no relección, abría el camino a la pacificación que permitiría enfocarse a resolver los problemas más urgentes y satisfacer las necesidades más apremiantes de la mayoría de los mexicanos.

Pronto la realidad se mostró diferente y el presidente Madero quedó atrapado entre dos fuegos: el de quienes estaban dispuestos a todo para conservar sus canonjías, y el de los revolucionarios, que exigían reformas inmediatas, reclamando tierra para los campesinos, salarios altos a los obreros y justicia a los desposeídos. Fue aquel México convulsionado por la guerra fratricida, la deslealtad y la ambición despiadada, el que condujo a los asesinatos de Madero y Pino Suárez, en un intento de los grupos oligárquicos por hacer prevalecer sus intereses. Fue así como Victoriano Huerta usurpaba la Presidencia en medio de abusos despóticos y actos encubiertos de legalidad.

Es en ese contexto y tiempo cuando surge la voz del senador, un hombre educado en la doctrina liberal que conocía de cerca las atrocidades de la injusticia social y la desigualdad, que consideraba que la única vía para que México iniciara su etapa a la modernidad era en un modelo de desarrollo incluyente. El estaba convencido de que Huerta era el menos apto para pacificar la nación y conducir su destino, pues, por el contrario, promovía la muerte y el exterminio de todos los que no simpatizaban con su gobierno.

Así, sin interés por su suerte personal, don Belisario llamó a deponer de la Presidencia de la República al usurpador: "Cumpla con su deber la representación nacional y la patria estará salvada y volverá a florecer más grande, más unida y más hermosa que nunca". Cumplido ese propósito, se exhortaría a los jefes revolucionarios al cese de todas las hostilidades para convocar a elecciones presidenciales mediante el voto popular, para hacer prevalecer los valores democráticos y la legalidad sobre la fuerza de las armas. Pensando en el futuro de México, el senador Belisario Domínguez encontró la muerte; mas no fue en balde, porque significó el principio del fin del represor.

Después de la derrota del usurpador surgieron personajes con la capacidad para otorgar orden al país, logrando que la concordia retornara entre los mexicanos y, con visión de estadistas, sentaron las bases del proyecto de nación que quedó reflejado en nuestra ley suprema, creando la estructura institucional, con la cual los conflictos se resolverían por la vía pacífica.

Pero hoy, en los albores del siglo XXI, los problemas parecen no ser muy distintos a los padecidos en los inicios del siglo pasado: no obstante poseer un país con mayores riquezas y sí, mucho más poblado, la pobreza, la marginación, el abismal retraso, las insuficiencias se acentúan y extienden. Por eso es que la democracia en la que creyó Belisario Domínguez sigue siendo la única arma legítima para corregir el rumbo; es la única vía que nos procura la opción para elegir a los mejores hombres, los que ofrezcan el mejor proyecto, aquel que represente los intereses nacionales y no los personales.

Pero es obligado que la clase política le imprima un nuevo sentido a la democracia. No es válido hacer creer a la sociedad que la democracia es la mera confrontación entre los más rudos, en la que todos son enemigos, y que lo normal es acabar con ellos, derrotarlos y someterlos; no podríamos congratularnos de que el triunfador fuera aquel que usa las mejores artimañas para ganar o hacer perder. Corremos el riesgo de rencontrarnos a personajes similares a Huerta, sólo dispuestos a servir a toda costa a los grupos oligárquicos y no a los intereses de la mayoría.

Será tarea de la ciudadanía advertir el riesgo y evitar que la democracia se convierta en mero instrumento para legitimar el poder político y económico de unos pocos sobre los muchos. Es tiempo de darle un nuevo sentido a la democracia, aprendiendo a ser incluyentes. Es a lo que México aspira.

 
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