La administración estadunidense es una bestia sedienta de sangre
Ampliar la imagen El dramaturgo Harold Pinter, premio Nobel de literatura, ayer en su casa de Londres FOTO Reuters Foto: Reuters
A principios de año fui operado de cáncer. La cirugía y sus efectos me provocaron una pesadilla. Sentí que no podía nadar bajo agua en un interminable, oscuro y profundo océano. Pero no me ahogué y me alegro de estar vivo. Sin embargo, supe que emerger de una pesadilla personal era entrar en una pesadilla pública infinitamente más avasallante -la pesadilla de la histeria, la ignorancia, la arrogancia, la estupidez y la beligerancia estadunidenses; la nación más poderosa que el mundo ha conocido, lidiando la guerra contra el resto del mundo. ''Si no están con nosotros, están contra nosotros'', ha dicho el presidente George W. Bush.
También ha dicho: ''No permitiremos que las peores armas del mundo permanezcan en manos de los peores líderes del mundo''. Dices bien. Mírate en el espejo amiguito. Ese eres tú.
Estados Unidos está desarrollando en este momento avanzados sistemas de ''armamentos de destrucción en masa'' y se prepara para usarlos donde crea necesario. Ellos tienen más armas que las que pueda amasar el resto del mundo. Ellos han rechazado todos los acuerdos internacionales sobre armas químicas y biológicas, denegando la inspección de sus propias fábricas de armamentos. La hipocresía tras sus declaraciones públicas y sus acciones es casi un chiste.
Estados Unidos cree que las 3 mil muertes de Nueva York son las únicas muertes que cuentan, las únicas muertes que importan. Son muertes ''americanas''. Las otras muertes son irreales, abstractas, de ninguna consecuencia, según ellos. Las 3 mil muertes causadas por ellos en Afganistán nunca se mencionan. Los cientos de miles de niños iraquíes muertos gracias a las sanciones estadunidenses y británicas que los han privado de medicamentos esenciales nunca se mencionan. Los efectos del uranio reducido, usado por Estados Unidos en la guerra del Golfo nunca se mencionan. Los niveles de radiación en Irak son alarmantes. Nacen bebés sin cerebro, sin ojos, sin genitales. Donde van los oídos tienen la boca o el recto, lo que mana de esos orificios es sangre. Las 200 mil muertes causadas en Timor Oriental en 1975 por el gobierno indonesio que Estados Unidos inspiró y apoyó, nunca se mencionan. Las 500 mil muertes en Guatemala, Chile, El Salvador, Nicaragua, Uruguay, Argentina y Haití, en acciones apoyadas y subsidiadas por Estados Unidos, nunca se mencionan. Los millones de muertos en Vietnam, Laos y Camboya nunca se mencionan. El padecimiento desesperado de los palestinos, factor central en la crisis mundial, apenas se menciona. ¡Pero qué malinterpretación del presente y qué perversión de la historia es ésta! Los pueblos no olvidan. No olvidan la muerte de los suyos, no olvidan la tortura y la mutilación, ellos no olvidan la injusticia, no olvidan la opresión, no olvidan el terrorismo de las grandes potencias. No sólo los pueblos no olvidan, sino que contratacan.
La atrocidad cometida en Nueva York era predecible e inevitable. Fue un acto de retaliación contra las manifestaciones sistemáticas del terrorismo de Estado ejercido por Estados Unidos a lo largo de muchos años, en todas partes del mundo. En Gran Bretaña el público ha recibido la advertencia de estar vigilante y preparado para potenciales actos terroristas. El lenguaje mismo que se usa es descabellado. ¿Cómo se materializará esa vigilancia pública? ¿Usando una bufanda sobre la boca para filtrar los gases venenosos? Sin embargo, cualquier ataque terrorista sería inevitable consecuencia de la despreciable y vergonzosa sumisión de nuestro primer ministro a Estados Unidos. Al parecer ya fue interceptado un ataque de gas venenoso en el Metro de Londres. Pero ese tipo de acción aún podría perpetrarse.
Miles de escolares usan el Metro a diario. Si ocurriera un ataque de gas que los matara, toda la responsabilidad re-caería sobre nuestro primer ministro. Es innecesario aclarar que el primer ministro no viaja en Metro.
La guerra contra Irak constituye, de hecho, un plan de asesinato premeditado contra miles de civiles para supuestamente librarlos de su dictador. Estados Unidos y Gran Bretaña prosiguen un curso de acción que sólo conducirá a una escalada de violencia a través del mundo y a la catástrofe. Es obvio, sin embargo, que Estados Unidos está inflado de ganas de atacar a Irak. Creo que ellos lo harán, no sólo para tomar control del petróleo iraquí, sino porque la actual administración estadunidense es en estos momentos una bestia sedienta de sangre. Las bombas son su único vocabulario.
Muchos estadunidenses están horrorizados ante la postura de su gobierno, pero parecen estar desvalidos.
A menos que Europa reúna la solidaridad, la inteligencia, el valor y la voluntad para resistir el poder de Estados Unidos, Europa misma se hará merecedora de la declaración de Alexander Herzen: ''Nosotros no somos los médicos, nosotros somos la enfermedad''.
(*) El texto, parte del discurso pronunciado al recibir un título honoris causa de la Universidad de Turín, Italia, se publicó originalmente en el Daily Telegraph, Londres, 11 de diciembre de 2002