Usted está aquí: martes 4 de octubre de 2005 Opinión Matrimonio renano-anglosajón

José Blanco

Matrimonio renano-anglosajón

Michael Albert ha propuesto una economía -más allá del capitalismo-, cuyos principios son la solidaridad, la diversidad, la equidad y la autogestión.

Albert ha repetido literalmente en docenas de entrevistas que solidaridad significa que la economía debería hacer que la gente se preocupe por el bienestar de los demás en vez de intentar pisotearlos. Diversidad significa que la economía debería brindar múltiples opciones en vez de ofrecer soluciones únicas. Equidad significa que la economía debería dar a la gente un salario en proporción al esfuerzo y al sacrificio que realiza en un trabajo socialmente útil en vez de depender de los bienes que se posea, el poder en la negociación o la productividad. Autogestión significa que los trabajadores y los consumidores deberían tener influencia en las decisiones acerca de la producción, la asignación de recursos y el consumo con un nivel de influencia proporcional al impacto relativo de estas decisiones sobre sus vidas, en lugar de que algunos posean la capacidad de tomar decisiones y otros simplemente reciban las órdenes.

Albert aún no ha hablado acerca de cuál es el proceso concreto que podría conducir a esa excelente utopía, aunque sus principios pueden ir ganando espacio en las mentalidades de diversos grupos en cualquier sociedad. Es probable que su reflexión nazca de los múltiples signos que hablan de tendencias convergentes en los que él mismo llamó -ya hace unos tres lustros- el capitalismo renano y el capitalismo anglosajón.

Como ha recordado recientemente Joaquín Estefanía, "el capitalismo anglosajón cuidaba sobre todo del beneficio a corto plazo y de la eficiencia económica, mientras que el renano era una especie de capitalismo de rostro humano que podía sacrificar un poco de crecimiento a cambio de mayor protección social". Como muchos observadores recordarán, poco tiempo después Lester Thurow echó su cuarto a espadas y dijo que en el futuro el progreso sería la lucha entre estos dos tipos de capitalismo.

Hoy en día la globalización, tal como avanza, parece volverse sensiblemente más compleja que los polos capitalistas que Albert y Thurow veían, y aquí y allá vemos cómo los políticos se corren al "centro", que en términos económicos significa un complicado malabar de compromisos renano-anglosajones, cuyos significados y resultados han hecho que the answer my friend is blowing in the wind...

Así vemos a la sociedad francesa o a la alemana, frente a coyunturas diversas, resistirse al avance y matrimonio entre el capitalismo anglosajón (el neoliberalismo inicuo) y el renano (algún grado de Estado del bienestar). Sin embargo, empresarios y sobre todo dirigentes políticos de orientaciones históricamente de algún tipo de izquierda -laboristas o socialdemócratas-, ruborosa o hipócritamente -como usted prefiera verlo-, continúan con un discurso de inclinación social, mientras intentan bajo cuerda, o como sea, implantar reformas liberales.

Ello, por supuesto, no obedece a que laboristas o socialdemócratas se hayan vuelto unos pérfidos hipócritas, sino que el endiablado crecimiento de la productividad en Estados Unidos amenaza con dejar en un espacio cada vez más marginal a los otrora orgullosos europeos, con sus altos beneficios provenientes del Estado, que se traducen en altos costos sociales y, por tanto, en condiciones de competitividad internacional a la baja. De ahí el matrimonio un tanto contra natura renano-anglosajón al que los europeos aludidos se resisten, aparentemente sin saber que a la larga resultarán perdidosos, a menos que Europa -cosa imposible a la luz de la marcha de la educación y la investigación científica actual en ese continente- de pronto hallara un medio de efectuar un salto cuántico en materia de productividad.

Esta es, probablemente, la ecuación más difícil que el mundo enfrenta en el mediano y largo plazos. La otra posibilidad de cambiar el curso de las tendencias actuales sería una cuasi revolución en el conjunto de las sociedades desarrolladas, especialmente en Estados Unidos, que hallara un modo de gobierno de la economía global, sometiéndola a metas de orden social.

Por lo pronto, un país como Polonia harto de corrupciones, acaba de dejar atrás a las izquierdas que gobernaban y se ha arrojado, con la banda puesta en los ojos, a los brazos de los reformadores liberales. Así le va a ir.

En medio de una abstención superior a 60 por ciento, los polacos mandaron a la oposición a los poscomunistas del SLD, socialdemócratas que gobernaron los últimos cuatro años, para entregar la responsabilidad de conducir al país a la derecha católica y conservadora de Derecha y Justicia y a los liberales de la Plataforma Cívica, principalmente, ambos procedentes del sindicato Solidarnosc.

Allí van los liberales, van con banderas triunfantes, a toparse con la propia sociedad que, en pocos años, no resistirá al capitalismo anglosajón.

 
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