MUSICA
Nacha Guevara se desnuda... a los 62
PRONUNCIAR EN MEXICO el nombre de Nacha Guevara es evocar un cálido recuerdo que se remonta a los años 70 y 80, cuando ella vivía exiliada en nuestro país y tocaba en las peñas y en los teatros, acompañada de Alberto Favero, su pianista y marido en aquel entonces, con el que hizo el espectáculo que la llevó por tantos lugares de América Latina y Europa, basado en los versos de Mario Benedetti. "Si te quiero es porque sos/ mi amor, mi cómplice y todo/ y en la calle codo a codo/ somos mucho más que dos..."
EN CAMBIO, DECIR el nombre de Nacha Guevara en Buenos Aires es referirse a toda una institución. "Es la dama de la escena nacional", afirmó la actriz cordobesa Susana Rivero, que también estuvo exiliada por la misma época en México y recuerda que los muebles de la casa de la diva en el Distrito Federal habían pertenecido a la profesora Mabel Piccini, para que se vea qué chico sigue siendo el mundo.
NADA DE ESTO vendría a cuento de no ser por el hecho de que, actualmente, Nacha Guevara está actuando en el teatro Metropólitan, de la célebre avenida Corrientes, de Buenos Aires, y el suyo es el papel, estelar por supuesto, de la señora Robinson en una comercialosa adaptación de la película El graduado. Pero esto por sí mismo tampoco sería para tanto si no fuera porque a los 62 años de edad, y en la primera escena de la comedia, Nacha Guevara se desnuda por completo mostrando un cuerpo que asombra y perturba, por su turgencia y lozanía, para qué más que la verdad.
"PRACTICAR LA MEDITACION trascendental, usar adecuadamente las flores de Bach, observar las indicaciones de Deepak Chopra, llevar una alimentación balanceada, conservar la armonía interior y vivir la sexualidad plácidamente es todo lo que se requiere para que el organismo se mantenga en óptimas condiciones", asegura la comediante que, en el espectáculo aludido, no desperdicia ocasión para volver a exhibir en ropa de cama sus largas y torneadas piernas, su tersa y profunda espalda y sus espléndidas protuberancias mamarias a las que nunca, eso lo jura, ha tocado con el pétalo de una cirugía plástica o de una inyección de silicona.
PERO SI A Nacha Guevara la conservamos en la memoria como cantante, no podemos olvidarla como actriz de cabaret en virtud de su comicidad ilimitada. Quienes la oyeron interpretar el Vals del minuto -"Tengo un minuto nada más que un minutito para cantar este bello vals..."-, o la vieron fumar con boquilla de plata silabeando aquello de "Soy esnob/ tan esnob/ es mi defecto mejor/ y cuando hago el amor/ lo hago con guantes/ y en el comedor", no podrán dejar de oír nuevamente las carcajadas que arrancaba.
TRAS EL PASO inclemente de las décadas que sin embargo no le han hecho mella, la señora Guevara conserva ese encanto picaresco y se luce durante la primera mitad de El graduado sometiendo a los caprichos sexuales de la señora Robinson al joven Benjamin Braddock, personaje que en 1964 lanzó a la fama a Dustin Hoffman y que en esta adaptación recae sobre el talento, la frescura y la simpatía de un muchacho llamado Felipe Colombo que, lo que son las vueltas de la vida, nació y se formó en México porque es hijo nada menos que de Juan Carlos Colombo, uno de los actores más sólidos y respetados del teatro chilango y del nuevo cine nacional.
ENFRENTADO AL RETO de alternar con un monstruo sagrado como Nacha Guevara, Felipe Colombo alcanza y sostiene la energía que le exige su coprotagonista y sabe mezclar gracia natural con destreza física para lograr momentos que desatan la risa y lo premian con ovaciones al final de algunas escenas. Por eso es que el joven actor mexicano está postulado para el premio de la crítica a la revelación masculina del año, honor que comparte con la primorosa Mercedes Funes, a quien le corresponde en el reparto de El graduado el papel de Elaine Robinson, que desempeñara en la película la inolvidable y sin embargo olvidada Katherine Ross.
SI NACHA GUEVARA tiene todas las tablas y el empuje del mundo, si Felipe Colombo demuestra que no le quedó grande la oportunidad, Mercedes Funes derrocha recursos como nadie para dar el tono de caricatura doblada del inglés al español que le impuso el director del montaje, otro mexicano también de nombre Felipe aunque de apellido Fernández, que hizo sus pininos en El Hábito de Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe y optó más bien pronto por el teatro comercial, como lo confirma en esta puesta en escena.
CON 17 CAMBIOS de escenografía, entradas y salidas de telones transparentes que sirven como pantalla para proyectar videos, con grabaciones musicales originales de la época, tales como Hotel California, de The Eagles, o no pocos cortes del álbum que Simon & Gafunkel aportaron a la banda sonora de la película, esta versión de El graduado explica la idea que de Broadway existe en la capital sudamericana del teatro de comedia: un alarde tecnológico a la altura de las salas más importantes de Nueva York, la disposición a hacerle al público todas las concesiones necesarias para que no se moleste en pensar más de lo indispensable y el respaldo que brindan con su oficio inigualable los viejos actores que hacen de comparsas. Si a esto se le añade el glamur de la Guevara, la chispa del Colombito y todo lo que tiene Mercedes Funes, el resultado es una temporada larga con la sala llena y filas de cazautógrafos en espera del mexicano a la salida.