Usted está aquí: jueves 29 de septiembre de 2005 Opinión Houellebecq: ¿literatura o marketing?

Vilma Fuentes

Houellebecq: ¿literatura o marketing?

Desde que existen libros y escritores, la cuestión de saber lo que en verdad es un escritor -qué es la literatura- sigue planteándose sin recibir una respuesta definitiva. O, a la inversa, las respuestas son demasiado numerosas, contradictorias: cada autor propone la suya, según sus principios o sus prejuicios.

Este año, en Francia, con la rentrée literaria vuelve la misma cuestión en los debates con la aparición de lo que se ha designado el ''fenómeno Houellebecq". ¿Se trata de un verdadero escritor, de un verdadero libro, o bien de un fenómeno de marketing?

La pregunta merece ser planteada puesto que este autor y su libro fueron lanzados al mercado con la violencia publicitaria reservada a las superpoducciones de Hollywood. Antes inclusive de que el volumen fuese distribuido en librerías, leído por los críticos, toda la prensa se ocupaba del tema. Pero las primeras informaciones fueron de entrada las cifras, pues en el mundo moderno parecen contar más que las palabras.

No se sabía nada del libro, pero se sabía que el editor había invertido alrededor de 2 millones de euros para comprar, como a un buen futbolista, este autor a su antiguo editor. Se sabía que el tiraje previsto era de 200 mil ejemplares, que el editor había calculado que debería vender 400 mil para recuperar la inversión. Se sabía que los derechos de traducción habían sido vendidos a 35 países, que una película basada en él estaba prevista y ya programada en la lista del próximo festival de Cannes. Todas estas informaciones invadían las columnas de los periódicos antes de que una sola línea del libro La possibilité d'une île fuese leída por un solo lector.

Esta técnica de comunicación publicitaria funcionaba antes para el lanzamiento de una película, de un auto o de un producto cualquiera puesto en venta como una mercancía más que se busca imponer. Se trata de alcanzar al gran público, de impresionarlo por la acumulación de cifras enormes, apostando sobre el efecto de curiosidad suscitado por un fenómeno que se presenta como una especie de candidato al Guinness de récords. Tal operación no puede, así, efectuarse sino por profesionales: el marketing es un oficio -y Houellebecq trabaja evidentemente con agentes.

Una polémica se desató de inmediato. ¿Era normal lanzar un libro como una nueva marca de detergente? Pero la polémica era esperada, e inclusive deseada, pues formaba parte del programa de propaganda. No hay buena publicidad sin una parte de provocación. Desencadenar una polémica es una manera segura de hacer hablar de uno. Hacerse enemigos, hacerse injuriar, lograr escandalizar, es una suerte, un negocio fructífero. Y si se puede llegar hasta verse arrastrado ante los tribunales, sufrir un proceso, el beneficio publicitario está garantizado.

¿Dónde está la literatura en todo esto? ¿Houellebecq es un escritor o una mercancía? Para responder a esta pregunta, es necesario leer el libro y, así pues, comprarlo. Es aquí donde la polémica se vuelve el mejor argumento de venta, pues no se puede expresar un juicio sin conocer la obra. El pase está tan bien hecho que dan ganas de aplaudir. Después de leer casi 500 páginas, que el libro se juzgue bien o mal no tiene importancia alguna, lo esencial es que se hable de él. Desde este punto de vista, el fenómeno Houellebecq es un triunfo total, inclusive si este triunfo es ambiguo, puesto que un grave peligro amenaza la obra.

Por el momento, lo que ha hecho llenar más páginas no es la novela misma. Es la operación de lanzamiento lo que acapara la atención. Se tiene la impresión de hallarse en Cabo Cañaveral: ¿el despegue tendrá éxito, el satélite entrará en órbita? El verdadero suspenso es ése.

Sin embargo, el contenido del volumen no deja de tener su interés. Houellebecq posee sobre todo talento de provocador. Su juego preferido es ir a contracorriente de los buenos sentimientos humanitarios y de lo ''políticamente correcto". Lleva el juego hasta el cinismo, asumiendo sin pena ni remordimiento los sarcasmos de una desesperanza absoluta, bastante reveladora de la extraña época de las grandes catástrofes contemporáneas.

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