Usted está aquí: sábado 24 de septiembre de 2005 Cultura Raúl Prieto, Nikito Nipongo

Elena Poniatowska/ I

Raúl Prieto, Nikito Nipongo

Seguramente fue Gutierre Tibón quien me hizo conocer a Raúl Prieto, porque lo quería mucho, le festejaba todas las ocurrencias y lo consideraba su ahijado. O a lo mejor fue Alberto Beltrán, quien compartía con él el mismo mensajero, Gonzalo, quien llevaba sus cartones y artículos a periódicos y revistas. Ambos, escritor y dibujante, eran muy prolíficos y Gonzalo corría por las calles de Bucareli, Balderas y General Prim. De inmediato Nikito Nipongo, o sea Raúl Prieto, me invitó a comer y en su casa de Teocelo número 17, en cuyo frente había un hule que daba mucha sombra, probé por vez primera la sopa de ajo que confeccionaba con maestría Angélica Inzunza, a pesar de que ya tenía cuatro hijas: Irene, Angélica, Eugenia y Ofelia, y un niño, Pablo, a quien le de-cían Patito y le daba durísimo a los pedales de su triciclo recién estrenado.

A partir de ese momento, en los años 50, me hice amiga de la familia Prieto; me encantó Angélica Inzunza, quien también escribía en diversas revistas y me pareció bella y de mucho carácter. ''Siempre tengo que traer una falda apretada o un vestido entallado, porque eso es lo que le gusta a Raúl", me explicó. También contó que a ella le fascinaba coser y como prueba le bordó a mi hija un vestido con una catarinita de la buena suerte que rezaba: ''Linda Paulita Haro". Este vestido tiene hoy la friolera de 34 años.

Escuchar a la familia, sentada en torno de su mesa, era una experiencia estimulante porque todos, hasta Patito, opinaban de la sopa, del guisado y del postre con lucidez y vehemencia. Claro, el más sarcástico, sobre todo cuando se refería a la política, era Raúl Prieto.

Hijo de un gran matemático, maestro de muchas generaciones, Sotero Prieto, Raúl había heredado su espíritu analítico y mordaz y sobre todo su rigor. Exacto en sus comentarios, Raúl Prieto nos hacía reír a todos. Su ingenio cortaba mucho más que los cuchillos de su casa. Me atreví a pedirle, varios años más tarde, que corrigiera un libro de cuentos De noche vienes y pensé que lo haría picadillo. No fue así, sólo me señaló unos cuantos galicismos y me recompensó con un gran abrazo. Años más tarde también Guillermo Haro y yo habríamos de escuchar a la hora de alguna comida en mi casa sus comentarios sardónicos sobre la corrupción y la traición a la patria de los políticos mexicanos.

El 14 de julio de 1978 le hice una larguísima entrevista dividida en cuatro partes para Novedades, en cuyas fotos el ríe a mandíbula batiente quizá porque se acuerda de que dibujó en calzoncillos a Agustín Yáñez (que era muy solemne) para su libro Madre Academia. También pintó a otros funcionarios en situaciones grotescas y declaró que Dámaso Alonso, presidente de la Academia Española, no era un buen académico.

Raúl Prieto, quien se dio a conocer como Nikito Nipongo, Nik Nip, Gonzalo Sánchez González, Darío Leozal, Arturo Lepi, El abogado Patalarga, Don Hechounperro, El doctor Keniké nació en la ciudad de México el 21 de noviembre de 1918. Nadie conocía mejor que él la lengua española. Lexicógrafo, cuentista, caricaturista, dibujante de sabrosas curvas trazadas con pericia y cazador de perlas, según el periodista Arturo Jiménez de La Jornada, su sentido del humor se mantuvo hasta el fin de su vida (el 21 de septiembre de 2003), porque rió a carcajadas cuando los estudiantes del Instituto Politécnico Nacional corrieron al ex canciller Jorge G. Castañeda de su plantel.

Intelectual ferozmente independiente, cáustico, Raúl Prieto no duraba mucho tiempo como colaborador de un solo periódico. En el que más tiempo lo hizo fue en Excélsior. Calificaba con brío y coraje a los directores o dueños de periódicos de ''ratas", ''zopilotes", de ''burros" o de ''vendidos". Cuando bien les iba eran simplemente ''tontos".

Tenía razón Nikito Nipongo, la mayoría de ellos eran empresarios que usaban el periódico para defender sus negocios. Colérico, se peleaba con los jefes de redacción si cambiaban una frase o le cortaban una palabra. Protestaba a grandes voces. Raúl era un solitario. También se reía de los intelectuales y les señalaba sus errores.

 
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