Hormigas y peces, concursantes fallidos
Montreal, Can., 19 de septiembre. En su primer día de competencia formal, el Nuevo Festival de Montreal ha evidenciado la ley de las oportunidades menguantes. Por lo pronto, no cabía esperar mucho de la española Hormigas en la boca, de Mariano Barroso, si el festival de San Sebastián no lo había escogido dentro de su recargado muestrario de la cinematografía local. La película se supone un thriller al estilo noir sobre un ex preso político (Eduard Ferández) del franquismo, quien viaja a La Habana en 1958 en busca del botín robado por su amante (Ariadna Gil). Al hombre se le informa que ella ha muerto, aunque en realidad está casada con un senador corrupto (Jorge Perugorría).
Ese último dato del reparto es suficiente para sellar la mala fortuna de Hormigas en la boca: la maldición de Perugorría; es decir, su presencia en cualquier producción no cubana equivale a una irrevocable sentencia de muerte. La película no construye tensión dramática alguna, pareciendo a ratos un promocional sobre autos de colección de los años 50. Además, Fernández no convence como héroe bogartiano, y Gil aún menos en plan femme fatale. Cualquier comparación le calza muy grande a la película, sobre todo cuando trata de situar como contexto histórico el inminente triunfo de la revolución cubana sin otro recurso que titulares de periódicos.
Por otro lado, la competencia de Montreal tampoco ha encontrado calidad internacional en la frustrada comedia romántica Der Fischer und seine Frau- Warum Frauen nie genug bekommen (El pescador y su esposa: por qué las mujeres nunca están satisfechas), de la alemana Doris Dörrie, quien tuvo hace mucho tiempo un éxito con Hombres (1985) y desde entonces, ha intentado repetirlo con resultados más bien pobres. Nuevamente el enfoque es sobre la pareja y su inevitable desgaste según lo viven una joven diseñadora de telas y su deslucido galán, un veterinario especialista en pescados, con quien se casa tras un enamoramiento exprés en Japón. A manera de coro griego, Dörrie enfoca a unos peces domésticos que hablan de sus problemas maritales como reflejo del dilema amoroso de sus dueños, una mujer ambiciosa y emprendedora en abierta oposición a un hombre más bien doméstico y de modestas aspiraciones.
La película se desarrolla en un ciclo repetitivo de pleito-reconciliación-peces parlantes-cancioncita pop en inglés, sin conseguir un solo apunte perspicaz o mínimamente chistoso sobre el tema. El fracaso de la comedia fue evidente durante la proyección de prensa: todas las chistosadas teutonas de Dörrie fueron recibidas con el más intransigente de los silencios.
Que Montreal es una ciudad mucho más latina que anglosajona se advierte en una serie de detalles. A diferencia de la eficiencia precisa de Toronto, este festival ha tenido fallas en el subtitulaje electrónico, la proyección, el servicio de transporte. Enfrentados a algunos de esos problemas, los voluntarios del festival no saben qué hacer, o contestan con evasivas a la mexicana.
Otra gran diferencia es que el público no es tan entusiasta. La función de Hormigas en la boca, en la enorme sala St. Denis, no ocupaba ni un tercio de su capacidad. Tal vez los cinéfilos de Montreal estén agotados de tanto festival. Hoy me enteré que otro llamado Festival International du Nouveau Cinéma comienza en dos semanas. ¿Quién puede aguantar ese ritmo?