Cada vez menos opera la "expecionalidad" mexicana que desde la Nueva España nos distinguió del conjunto de las naciones latinoamericanas. Histórica, económica, geográficamente. La vecindad íntima con las coronas Borbón o Bush ya valió. Somos del montón.
Mal de muchos... Pertenecemos a la parte lastimada de América. La pobre, y por pobre, empobrecida. Por debajo de la engañosa costra de los ricos. El traspatio. Si el imperio no es capaz de respetar la vida de los hermanos negros en Nueva Orleans, esa bola de pobres, ya parece que les importamos los pueblos, los barrios, los conglomerados del abajo del continente americano.
Por más que gritamos y documentamos, el advenimiento del maíz transgénico se encuentra ya a la vuelta de la esquina. Legal y bendito, nos lo van a meter como neta alimentaria. Ya ni de nixtamal; las mujeres y los hombres de maíz tendrán las tortillas que se merecen los esclavos, y para colmo deberán pagar renta al dueño de la patente en las futuras tiendas de raya.
Hoy mismo, en lo que la Federación intenta hasta lo imposible por desembarazarse del petróleo, la electricidad, el agua, los litorales y lo que quede por enajenarle a la soberanía, los gobiernos estatales han abierto grandes gangas: Oaxaca y Guerrero for sale, las Bajacalifornias, Quintana Roo (pronunciado Ru) y un Jalisco panista que no cumple con la canción y sí se raja.
También los proyectos (encomiados por todos los precandidatos a Candidato) de panameñización del istmo de Tehuantepec, de palestinización de la frontera sur y entrega incondicional del "orden" en Nuevo Laredo, Tijuana, Matamoros y anexas a las fuerzas de ocupación de Big Brother Baby Bush y su perrito.
Y todo esto pasa por el racismo, aunque lo nieguen el poder, sus medios y una ideología colectiva de raíces cristianas pero incapaz de reconocer su pecado original de genocidio y despojo. La espada y la cruz, que dijera G. K. Chesterton, han aplastado y sometido a los pueblos originarios desde que aparecieron los españoles, seguidos de portugueses, ingleses, franceses y holandeses, y luego la criolliza que dejaron regada del Yukón a la Patagonia para heredar "sus" dominios.
Hoy como nunca, la vieja Nueva España es Latinoamérica por encima y por debajo de la tierra. Nuestro petróleo y el de Ecuador o Venezuela dan lo mismo. Las minas de Bolivia, Brasil y Guatemala también explotan en San Luis Potosí. Las represas criminales asolan a los quiché, los mapuche y los inminentes damnificados por la hidroeléctrica La Parota.
Desde el dirigente lakota Leonard Peltier en Estados Unidos a los lonkas mapuches en Chile, pasando por los indígenas ecologistas de México, la prisión es la única alternativa al cementerio para los representantes de la defensa india.
A los migrantes indocumentados los descuentan de todas las estadísticas, y no existen ya en el Mississippi, como "no existían" en el Usumacinta, el Amazonas o el Bío Bío.
El imperio y sus compinches nos creen fantasmas. Quieren que seamos fantasmas. Pero no esto no es una fábula de Hollywood sino lo real. Los pueblos ya toparon con el límite, no podrían estar más arrinconados. Justo ahora es cuando más empujan, cuando más se afirman y acrecientan, sin pedir permiso.
La soberanía nacional se defiende hoy a contrareloj
y en la resistencia más urgente.