Los cabales
Esencialmente el toreo no tiene público sino cabales, contados testigos. La comunidad torera más que cordialidad de muchos es entrañamiento de pocos, sumas infinitas de pocos. El cabal no puede percibir el toreo sino es con la apoyatura de otro cabal. Es catarsis compartida. Su embriaguez vital no florece sin el calor de otro cabal.
En años recientes, con la Plaza México desierta, los cabales nos acompañamos. Lástima que la mayoría de los toros ya perdieron la casta y todo se nos va en nostalgias, a las que somos tan afectos. Con los necesarios el toreo se siente libre y acompañado a la vez. Fácilmente se captan los que van a "divertirse" con los toros artistas, léase descastados. El cabal no asiste a las corridas a divertirse, sino a vivir la emoción del juego vida-muerte. El tirón vital de la hondura que se muere alrededor de mínimos pero intensos fieles.
El toreo desaparece lo mismo en México, España, Francia o Sudamérica. La temporada española (según los críticos) es por lo general una continuidad de bostezos y hastío. Se pierde la emoción que da la casta de los toros y las faenas a toritos de caramelo no emocionan. Pese al cortadero de orejas que ya nada significa.
De cualquier modo los toros siguen propiciando cornadas. Enrique Ponce y Juli se reponen de las lesiones. Al igual que El Cid, que ha resultado el "triunfador de la temporada española" y de la figuras, es el que ha enfrentado las corridas duras.
Prácticamente terminadas las corridas de España, los diestros peninsulares preparan capotes y muletas rumbo América. Sin surgir figuras nuevas, ni aquí, ni allá, la novedad será El Cid y su toreo verdad, pero "de poca expresión artística". ¿No es el toreo verdad (cruzarse, parar, templar, mandar) el arte torero?