Usted está aquí: lunes 19 de septiembre de 2005 Opinión La concertación democrática 20 años después

Alejandra Moreno Toscano

La concertación democrática 20 años después

En 20 años hemos visto tantas catástrofes naturales en el mundo, que valoramos más la respuesta colectiva de ayudar a otros a sobrevivir. También hemos aprendido que lo hecho por cada quien se conecta con lo que hicieron otros para construir una memoria común.

Los sismos de 1985 derrumbaron edificios, debilitaron los cimientos de la creencia en la eficacia necesaria de los gobiernos y borraron el mito de que la población popular urbana era, por ese solo hecho, la base militante del PRI.

La sociedad civil ganó presencia. Cada vez que la coordinadora de damnificados convocaba a manifestar una protesta, salían miles a las calles para respaldarlos. Seis meses después de los terremotos -aunque ya se habían expropiado los predios y se había creado un organismo público para llevar a cabo la renovación habitacional-, todavía no arrancaban las obras. En febrero de 1986 la situación era crítica.

Fue entonces cuando llegamos a Secretaría de Desarrollo Urbano y Ecología con Manuel Camacho. Estábamos convencidos de que la tensión política era de nuevo tipo y que seguir intentando resolver esas tensiones con las fórmulas de siempre sólo aumentaba la presión. Contábamos con que el presidente Miguel de la Madrid resistiría al máximo cualquier tentación represiva, pero no había margen para la ingenuidad y el aumento de la protesta no podía alargarse demasiado. El poder político todavía identificaba unidad con unanimidad y si se rebasaban los límites el orden acabaría por imponerse por la fuerza. Recordábamos a menudo que en 1968 la movilización de los estudiantes se había prolongado cuatro meses. Las protestas de los damnificados llevaban seis y la reconstrucción estaba empantanada.

Entender que la pluralidad de voces y la diversidad de organizaciones sociales expresaban la aspiración de lograr nuevos equilibrios políticos le dio sentido a la Concertación Democrática para la Reconstrucción. Podíamos llegar a acuerdos si convertíamos los enunciados generales en resultados concretos: qué, cómo, dónde, cuánto, cuándo. Las inversiones estarían delimitadas por sus montos y por sus fuentes y sumados los recursos públicos, privados y sociales podían complementarse para obtener mejores resultados. Todo tenía que definirse con claridad para que la participación social fuera posible.

En mayo de 1986, después de rondas simultáneas de negociaciones con todos los actores políticos y sociales involucrados se firmó el convenio de concertación. En el momento en que se reconoció la participación de las organizaciones sociales en el esfuerzo común amainó la protesta. Entre todos habíamos alcanzado una forma de convivir y estábamos decididos a cuidarla.

Y así prosiguió la reconstrucción sin imponer soluciones. La práctica que se impuso fue la de escuchar y reconocer las necesidades que planteaban los vecinos. Si no se hubiera procedido así, los líderes de las organizaciones sociales no se hubieran proclamado autores de la idea. El diálogo y el respeto se tradujeron en eficacia. La reconstrucción se logró buscando la mejor combinación posible de capacidad técnica, condiciones de financieras y equilibrio social. La voluntad constructiva y las cosas bien hechas produjeron resultados duraderos.

A pesar de las resistencias, se avanzó en la construcción de instituciones democráticas para el gobierno de la ciudad de México, como fue la creación de lo que es hoy la Asamblea Legislativa. Parecía ser el comienzo de un nivel más alto de cooperación política, de aceptación de la pluralidad, del fin de un modelo de gestión burocrática vuelta sobre sí misma, de sectores administrativos que se fatigaban negociando rivalidades internas mientras daban la espalda a la sociedad que declaraban servir.

Basados en esa experiencia, no podemos dejar fuera una pregunta. Veinte años después: ¿por qué aquellos líderes sociales, elegidos gobernantes, no profundizaron la participación social? Si la experiencia de escuchar, negociar y trabajar colaborando auguraba una forma diferente de gobernar la ciudad ¿por qué el impulso que debían a sus orígenes se detuvo? O como plantean los estudiosos de la ciudad, ¿cómo fue que se dio un avance en la democracia de la ciudad, pero no sucedió lo mismo con la democracia en la ciudad? ¿Dónde quedó tanta experiencia?

 
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