Usted está aquí: lunes 19 de septiembre de 2005 Política Economía mutilada: ser nación

Armando Labra M.

Economía mutilada: ser nación

Al homenajear la semana pasada al maestro José Luis Ceceña en el Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM, don Pablo González Casanova enunció una muy importante reflexión sobre uno de los daños provocados por el pensamiento único impuesto por el neoliberalismo en boga. Señaló con toda precisión que la disciplina de la economía había llegado a una franca y nociva condición mutilada.

La ciencia que nació en siglo xviii como economía política ahora cuando mucho se le concibe como una herramienta rigurosamente tecnocrática, despojada de su original esencia humanista y política.

Don Pablo tiene razón. La imposición del pensamiento único neoliberal se expresa en dos frases que padecemos cotidianamente: "no hay de otra" y "no hay dinero".

Ambas afirmaciones resultan falsas y dogmáticas. Si uno se pregunta ¿por qué? fácilmente se pueden desarmar tales mitos, por demás dañinos para la vida nacional, no sólo para la economía.

En efecto, al aceptar el dogma del pensamiento único neoliberal se mutila tanto la economía como la política. Tanto una como otra tienen en su naturaleza intrínseca la búsqueda de opciones. ¿No acaso desde Adam Smith la esencia de la economía era la opción entre caminos diversos a fin de encontrar la decisión óptima?, ¿no acaso la esencia de la política consiste igualmente en la búsqueda de la mejor opción posible para el beneficio colectivo? Optar, pues, explica la razón misma de la economía, de la política y, por tanto, de la economía política y de la política económica.

Cuando impera cualquier "pensamiento único" se desnaturaliza la razón misma de la economía y de la política. Siendo la economía una disciplina que debe servir a la política, cuando una u otra resultan mutiladas, como señala don Pablo, el resultado no puede ser sino lesivo al contenido humanista, popular, por el no ejercicio pleno del poder.

Peor aún cuando sucede, como estamos experimentando, que en vez de servir a la política la economía así mutilada se monta sobre la política, la comanda, la subordina y nulifica su naturaleza. Una economía mutilada a su vez mutila la política porque la ciñe a limitaciones que impiden aprovechar otras oportunidades, otras vías. En eso estamos. El pensamiento único neoliberal ha encumbrado una economía mutilada, tecnocrática, que aplasta a la política al meterla en la camisa de fuerza, donde una manga dice "no hay de otra" y la otra "no hay dinero".

Tal mutilación explica por qué ningún partido, ningún aspirante a la Presidencia ofrece una plataforma económica y política no sólo para crecer, sino para desarrollar el país. Confrontados con un receta única que todo lo remite a combatir la inflación y mantener la paridad cambiaria, los políticos, sea por ignorancia o falta de vigor, nada tienen que proponer a la nación como no sea más de lo mismo, o acaso peor de lo mismo. Aceptar el dogma neoliberal e incluso sublimarlo ha sido un rasgo de los gobiernos recientes, y las consecuencias se aprecian en el deterioro de los niveles de vida de los mexicanos por falta o degradación del empleo, la ausencia de políticas de Estado en materia no sólo económica sino social, y el rezago en prácticamente todos los flancos de la vida institucional, dado que son precisamente las instituciones las que sufren de esclerosis y desmoronamiento ante la rigidez de la política ocasionada por las restricciones de la economía.

Quien se ponga a hacer cuentas podrá constatar que en efecto sí existen recursos económicos y también alternativas políticas para conducir al país hacia una senda de mayor y mejor producción, pero también de justicia distributiva y bienestar. Recursos hay y se aplican, pero a prioridades que no se reflejan en la necesidad de generar empleos, utilidades, impuestos o exportaciones, sino a la redención de la deuda interna -sobre todo la no autorizada por el Congreso- a plazos escandalosamente cortos. Al esterilizar los dineros disponibles por el subejercicio presupuestal, los ingresos petroleros extraordinarios, algunos rendimientos fiscales, y al no aprovechar las potencialidades financieras que nos da una reserva internacional a todas luces excesiva, en efecto se combate relativamente la inflación y se mantiene la paridad cambiaria, pero a costa de todo lo demás.

No es necesario apelar a una posición rupturista para transformar esta enfermiza y esclerótica condición económica y, por tanto, política. Es deseable combatir la inflación y conducir una política cambiaria sana, pero también es posible hacer mucho más si se revisan y amplían las prioridades. No es anatema, lo hacen todas las economías exitosas del planeta, notoriamente las de China y de India, los países más poblados del orbe, cada vez menos pobres, porque logran crecer en la medida que se desembarazan de los dogmas del pensamiento único, buscan incesantemente opciones tanto económicas como políticas y conviven y comparten el mundo de la globalización para su provecho. Sus prioridades incluyen la lucha antinflacionaria y la defensa de sus paridades, pero además sus gobiernos conducen políticas públicas para el desarrollo, intervienen con inteligencia y lo logran.

Restituir la política como fuente de prioridades y usar la economía en consecuencia no es una utopía mexicana producto de las fiestas patrias.

Cualquiera que, en efecto, aspire a gobernar el país tendrá que hacerlo a riesgo de pasar a la historia, como sus predecesores recientes, por lo que no hizo, como no sea asentar las condiciones para que, más pronto que tarde, dejemos de ser nación.

 
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