Científicos climatológicos habían pronosticado un huracán mortal; fueron desoídos
Acorralado, intenta Bush ocultar el desastre
Ampliar la imagen Un soldado mexicano sirve comida en San Antonio al capit�de bomberos Eusebio Jerez FOTO Reuters Foto: Reuters
Washington, 9 de septiembre. "Era una calurosa tarde de agosto en Nueva Orleáns, el Big Easy, la Ciudad sin Preocupación. Aquellos que se aventuraban afuera se movían como si nadaran en miel de túpelo. Aquellos que se encontraban bajo techo, le rendían un silencioso homenaje al hombre que inventó el aire acondicionado, mientras veían por la tele que los 'equipos de tormentas' advertían de un huracán en el Golfo de México. Nada sorprendente: los huracanes en agosto forman parte de la vida de este pueblo tanto como las crudas del miércoles de ceniza.
"Pero al día siguiente la tormenta agarró fuerza y se alineó sobre la ciudad. Conforme el torbellino se acercaba a la costa, más de un millón de personas escaparon hacia terreno más alto. Sin embargo, cerca de 200 mil se quedaron -los sin carro, los sin techo, los ancianos y los débiles, y los ultranuevo orleanenses que buscan cualquier pretexto para hacer un reventón.
"La tormenta tocó Breton Sound (una península del puerto) con la furia de una cabeza nuclear, empujando una mortífera oleada en el lago Pontchartrain. El agua llegó al borde de la masiva berma que detiene al lago y se derramó. Casi 80 por ciento de Nueva Orleáns está bajo el nivel del mar -en algunos lugares más de dos metros y medio-, así que el agua se virtió.
"Una líquida pared café bañó las casas rancheras de ladrillo de Gentilly, las casas de madera de Ninth Ward, los porches de blancas columnas del Garden District, hasta que invadió los bares y los antros de burlesque de Bourbon Street, como un pálido jinete del Apocalipsis. Conforme alcanzaba los ocho metros, en algunas partes de la ciudad, la gente se subió a los techos para escapar de él.
"Miles se ahogaron en el turbio caldo que pronto se contaminó con aguas residuales y desperdicios industriales. Los miles que sobrevivieron a la inundación, más tarde perecieron por deshidratación y enfermedades mientras esperaban ser rescatados. Se tardaron dos meses en bombear el agua de la ciudad, y para entonces el Big Easy estaba enterrado bajo una cobija de sedimentos putrefactos, un millón se quedó sin hogar y 50 mil murieron. Fue el peor desastre natural en la historia de Estados Unidos".
Lo anterior no es un reportaje más sobre Katrina, sino que fue escrito antes de que existiera un huracán con nombre y apellido. Estos fragmentos son de un reportaje de Joel K. Bourne Junior, publicado por la revista National Geographic en su edición de octubre del 2004, hace justo, casi, un año.
Y no fue la única advertencia. Como han reportado La Jornada y varios medios más, un desastre de estas dimensiones ya había sido pronosticado por científicos expertos en clima, funcionarios y políticos locales, estatales y nacionales, por el Cuerpo de Ingenieros del Ejército, revistas prestigiosas como National Geographic y Scientific American, entre otras. El principal diario de Nueva Orleáns, Times-Picayune, publicó un reportaje de cinco partes en 2002 donde se pronostica con precisión sorprendente lo que acaba de ocurrir, y concluye que no se trataba de si tal desastre ocurriría o no, sino sólo de cuándo.
Vale recordar que desde 2001 la Agencia Federal de Manejo de Emergencias (FEMA), en el centro de una tormenta de críticas por su respuesta al desastre, había incluido un huracán en esta zona como una de tres amenazas graves más probables (las otras eran un atentado terrorista en Nueva York y un sismo masivo en California).
Pero ahora el juego del gobierno de George W. Bush es hacer todo para enfocar la atención pública en el futuro y ocultar lo que se sabía, lo que se pronosticaba y lo que sucedió en los primeros días después de que Katrina se estrelló contra Estados Unidos.
En los primeros días, el presidente y su equipo declararon que nadie podría haber anticipado un desastre de tal dimensión. Después fue que nada se podía hacer en las primeras horas después del desastre, y luego afirmó que se hizo todo; ahora es: veamos el futuro (para distraer del futuro que ya se había visto antes de la tormenta).
"Hay que mirar hacia delante, habrá mucho tiempo después para evaluar lo que ocurrió", es el mantra oficial. Al responder a críticas, funcionarios del gobierno dicen que no "entraremos al juego de las culpas" y acusan a los acusadores de buscar explotar políticamente el desastre. Ayer el vocero de la Casa Blanca, Scott McLellan, empleó el término "juego de culpas" por lo menos 15 veces; y por lo menos otros cuatro altos funcionarios han repetido esto decenas de veces en los últimos tres días.
Hoy, McLellan rechazó de nuevo las críticas con este mismo guión. Preguntado sobre los que cuestionan la capacidad del gobierno de responder adecuadamente a desastres y atentados, dijo que sólo entienden aquellas críticas e ideas "para proceder hacia adelante y resolver los problemas que tenemos, y las de aquéllos que desean trabajar juntos con todos nosotros, que estamos enfocados en resolver problemas".
Una vez más caracterizó a algunos críticos de politizar el desastre y reiteró que "estamos enfocados en auxiliar a los que están en el terreno y unir a la nación para ayudar aquéllos en la región", y que por eso el presidente y varios de sus secretarios están constantemente visitando la zona.
Tampoco desean que la gente recuerde cómo se redujo el financiamiento de la infraestructura de protección contra huracanes en esta zona del golfo. Tampoco se desea hablar mucho de por qué hay tantos pobres entre las víctimas, y tan pocos ricos. Ni de quién es la responsabilidad para prevenir lo que sucedió, o por lo menos de atender debidamente la emergencia humana que todo esto desató.
Pero igual como lo ha hecho con los reveses y engaños sobre Irak, el gobierno de Bush buscará hacer todo para evadir responsabilidad, señalan observadores como Paul Krugman, del New York Times, quien argumenta que es necesario seguir apuntando los dedos hacia los culpables de este desastre.
Mientras el gobierno de Bush insiste en que no hay que "jugar el juego de las culpas", intenta hacer justo eso. Los funcionarios y políticos que emplean esas frases culpan después a las autoridades locales y estatales. A la vez, los críticos son criticados por "politizar" la tragedia. Y se verá qué tanto proceden las investigaciones anunciadas. Ese es otro futuro pronosticado.
Lo que no se puede pronosticar es si este pueblo, o grandes sectores de esta sociedad, decidirán no pedir cuentas y caer en la amnesia, esa poción mágica y esencial para la vida política estadunidense. No es por nada que el gobierno sigue solicitando, y buscará evitar, que los medios tomen fotos de los muertos en Nueva Orleáns y otras zonas del desastre.
A veces los muertos hablan, y hasta recuerdan. A veces, sean víctimas de inundaciones o de soldados y civiles en guerras, se atreven a hacer preguntas terribles para los políticos en estas situaciones, como por qué estoy muerto. Tal vez se tendrá que esperar otro reportaje del futuro para recordar lo que podría ocurrir hoy.