Del debate y la propuesta
Quizá porque se trata de los procesos internos, al menos en el caso del PRI y del PAN, quizá porque esa parte de la vida pública que se sostiene por la descalificación sea redituable para aparecer en los espacios de noticias, nos encontramos en una fase baja y poco consistente del debate que prepara a la ciudadanía rumbo a los comicios de 2006.
Hasta el momento, en la medida en que las propuestas sobre temas específicos no aparezcan, referirse a los contendientes y a los adversarios necesariamente la discusión atravesará por las referencias a la persona, sus antecedentes, sus equipos y relaciones sociales, pero no a lo que se propone sobre un tema en particular. Por eso, si bien es cierto que se puede no estar de acuerdo con el bajo nivel que ahora leemos y escuchamos, esas mismas voces emisoras de rumores y ataques difícilmente podrán incorporarse al necesario debate que más adelante habrá de darse.
Por ello es muy importante la exigencia a esos actores políticos, para que actúen guiados por más motivos que las filias y las fobias. Cuando en la política se trata de aspectos estrictamente personales, nos encontramos en el terreno de más puro pragmatismo, donde no tienen cabida otros elementos que no sean las apreciaciones subjetivas y las opiniones. En medio de ese panorama, para los efectos de una sociedad que al tiempo que informada, hay que analizar y evaluar la calidad de la información que consume, los principales actores llamados a dar lustre a la discusión son precisamente aquellos que hoy denuestan de las vías elementales para la consolidación de mejores ambientes para la democracia.
Las percepciones de ciudadano común, respecto ya no de las personalidades ni menos aún de los partidos políticos, sino de la política en sí misma como vehículo para civilizar y a la vez propiciar condiciones de respeto a la ley, a la instituciones y principalmente al otro, denotan que ese gradual y permanente escalamiento del conflicto que ahora vivimos nos conduce al enfrentamiento sin remedio. La política como evidencia en el fracaso e incapacidad de aquéllos profesionalmente llamados a hacerlo hace inviable solicitar o aun exigir a ese mismo ciudadano que para emitir su voto lo haga de forma reflexiva, analítica y crítica. Simplemente no hay condiciones.
De no corregir el rumbo, los emisores de ese tipo de opiniones serán en forma directa los principales responsable en el deterioro de la vida pública de nuestro país. No habrá forma de evitar ese señalamiento en la medida en que con sus decires, que solamente son eso, implicarán más temprano que tarde uno de los factores que van a contribuir además del desprestigio de la política, de las instituciones que velan por la democracia en la medida precisamente, en que por una parte, no puedan o no tengan la disposición para demostrar que pese a discrepancias de fondo, hay condiciones o posibilidades para encontrar opciones para ventilar las diferencias, por irreductibles que éstas sean. Los extremos en el terreno ideológico siempre han sido y serán opciones que demuestran el agotamiento en la incorporación de nuevos elementos y argumentos.
Más aún, en los ataques personales en el terrenos de la política, los más perjudicados y en proporción a los denuestos son los mismos emisores; ojalá se den cuenta del daño que infligen y se autoinfligen. Como ciudadanos nos merecemos otros debates y otras expectativas. Procurar que este aparente y simple deseo se convierta en una realidad legal, legítima y por tanto confiable, dependerá en primera instancia de los responsables en el contenido de los argumentos.