La fábula de las abejas
Cuando un panal es abandonado por la abeja reina, los apicultores depositan en él una sustituta dentro de una cajita de cera que la defiende de las abejas residentes. Furiosas, las obreras se lanzan sobre la caja para destruirla, alcanzar a la intrusa y matarla. Pero cuando lo logran, la advenediza ya huele igual que ellas y termina siendo aceptada y reinando en la colmena.
Así sucede cada vez que el Presidente de la República designa un nuevo secretario de Relaciones Exteriores. No es igual cuando el nuevo canciller es un diplomático de carrera, pero esos nombramientos no han sido frecuentes. Por lo general, cuando a un embajador de carrera le ha sido confiada la Secretaría de Relaciones Exteriores ha sido para cubrir un interinato.
Estos cancilleres interinos han resultado espléndidos: don Alfonso García Robles, don Jorge Castañeda Alvarez de la Rosa y don Manuel Tello Macías. Al margen de los méritos profesionales y personales de cada uno de ellos, lo que ha determinado su buen desempeño ha sido el hecho de que su carrera estaba exclusivamente orientada al servicio de México y no tenían que someterse a otros intereses, como los de partido, de grupo o de cualquier otra clase. Sus ambiciones personales quedaban colmadas con el ser reconocidos como buenos embajadores de México.
Entre los cancilleres políticos -buenos, regulares, malos y peores- se ha dado una constante: cuando toman posesión del puesto lo hacen cargados de prevenciones contra el Servicio Exterior Mexicano (SEM). Sucede porque el SEM está integrado por personas que ganan sus nombramientos mediante concursos públicos de oposición y después complementan su formación con cursos especiales en el Instituto Matías Romero. De ahí en adelante la carrera se compone de servicios prestados, experiencia adquirida y disposición de servicio. Más allá de esto, no hay diferencias en la calidad personal de los miembros del SEM y de los funcionarios designados a voluntad. Sin embargo, los jóvenes que han pasado las duras pruebas de ingreso resienten sobremanera que el nuevo canciller llegue rodeado de personas tan ajenas al oficio, como él mismo, a ocupar los puestos que, es de suponer, les corresponderían. La malquerencia no pasa de ahí, porque los que la sienten no tienen poder para llevarla a las vías de hecho y gradualmente la animosidad deja paso a la tolerancia. Al final, cuando la reina emigra, los zánganos la acompañan, si no se han integrado a la colmena.
De cualquiera manera, cuando los cancilleres de México asumen el cargo saben que su desempeño estará condicionado por dos elementos prexistentes: los principios de política exterior y el servicio exterior mexicano: la institución y la doctrina. Los diplomáticos ven en ellos los instrumentos que permitirán su buen desempeño; los políticos los consideran su impedimenta.
En función de esta actitud, se puede clasificar el desempeño de los cancilleres políticos en buenos, regulares, malos y peores. También al margen de los méritos profesionales y personales de cada uno de ellos, lo que ha determinado su desempeño ha sido la utilización de la institución y la doctrina. México ha tenido buenos cancilleres políticos que se han apoyado en los dos instrumentos; regulares, que han impugnado la institución pero han respetado la doctrina; y los malos, que han refutado la doctrina y rechazado la institución. No se han visto casos de defensores del servicio y enemigos de la doctrina. La cuarta categoría, los peores, son los que han agregado a su desprecio por el Servicio Exterior Mexicano y por los principios de la política exterior intereses personales, lealtades ajenas y falta de oficio.
La diplomática es, después de la militar, la primera carrera que han establecido los gobiernos entre sus servicios nacionales. En México hay vestigios de la profesionalización desde 1826. La razón está en la necesidad de contar con un servicio institucionalizado que permita al Estado promover sus causas, defender sus intereses y conducir su política exterior con constancia, consecuencia y profesión, en contraposición a los servicios que prestan funcionarios comprometidos con intereses más particulares, como son los de un partido, los de un régimen, los propios o, ya en la perversidad, los ajenos.
Las dos gestiones de la actual administración han dañado profundamente al Servicio Exterior Mexicano. Desde las deformaciones gremialistas de la Ley del SEM hasta las opciones de ingreso lateral -que invitan a entrar por la ventana y no por la puerta-, destinadas a romper la institucionalidad; los abundantes nombramientos de "gente del partido"; la asignación de los embajadores desplazados a las oficinas expedidoras de pasaportes o, peor aún, a los pasillos, se han convertido en el verdadero modus operandi de una institución que otrora pretendía ser ejemplar.
Bajo el criterio de que "El servicio exterior debe estar en el exterior y, por tanto, la cancillería debe ser conducida por funcionarios que no sean parte del servicio exterior", se ha sustentado la práctica de mantener a los miembros del SEM en el extranjero o en la banca y reservar los puestos de dirección y mando en la cancillería a personas con nombramientos accidentales, con los desastrosos resultados ya conocidos. Esta lógica, aunque aspira a ser considerada como un ingenioso retruécano, no es sino un despropósito que habrá que remediar.
La misión del próximo canciller de México será de reconstrucción, pero tendrá a su disposición la institución y la doctrina, de la que se ocupará la siguiente entrega.