Número
110 | Jueves 1 de septiembre de 2005 Director fundador: CARLOS PAYAN VELVER Directora general: CARMEN LIRA SAADE Director: Alejandro Brito Lemus |
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La
masculinidad militar |
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Por
Juan Guillermo Figueroa * Las Fuerzas Armadas poseen una organización compleja y jerarquizada, que les permite garantizar su eficiencia: un comando centralizado, que asegura que la organización responda como una unidad frente a los impulsos del comando; una pirámide de autoridad, donde cada escalón obedezca al superior; una autoridad despersonalizada, que depende de las jerarquías y no de las personas; una estratificación interna y visible; un énfasis en la disciplina y en el “debido canal”, que asegura el buen funcionamiento burocrático y facilita la transmisión de órdenes; un esprit de corps, que construye un sentido de pertenencia por la vía del adoctrinamiento; un aislamiento de la sociedad global, que cohesiona; actividad de tiempo completo, que permea el comportamiento, la personalidad y el horizonte de vida; un escaso margen de permisibilidad, para dejar claro quién toma las decisiones. Los principios del espíritu militar se resumen en cuatro virtudes: patriotismo, honor, disciplina y valor. De estas virtudes, la noción de “valor” (la cualidad moral que mueve a cometer “arriesgadas empresas sin miedo a los peligros”, según el escritor militar español Enrique Jarnés en Ejército y cultura) hace pensar en las consecuencias que pueda tener sobre la sexualidad y el cuidado de la salud esa búsqueda de situaciones peligrosas, que en muchos varones se convierte en un descuido suicida de su integridad. De acuerdo con otro autor, J. M. Torrea, en La lealtad en el Ejército Mexicano, texto de 1939, “el deber militar está respaldado por tres obligaciones máximas: la moral, la razón y la ley. El deber es sinónimo de una ley moral, lo que significa una regla impuesta a la voluntad”. Con estos principios de referencia, es posible comprender la forma de organización de las instituciones militares y los supuestos —a veces no explícitos— de su funcionamiento. En tiempo de guerra, cualquier hoyo es trinchera Muchos varones aprendemos desde que somos menores de edad a valorarnos en función de lo que se espera como propio de los varones y de las mujeres. Además, suponemos que esta división es necesaria y que cualquiera que no pueda ser ubicado como “hombre” o “mujer” debe ser descalificado e, incluso, castigado socialmente. Ese modelo masculino dominante se construye a partir de la heterosexualidad y rechaza activamente la homosexualidad, en buena medida por asociarla a comportamientos cercanos a lo femenino y, por ende, menos valiosos socialmente. Lo “femenino” debe evitarse activamente, por medio de prácticas que confirmen de manera constante la masculinidad, que se convierte en algo medible y comparable: pareciera que todos los varones se vigilan mutuamente y aparentan cumplir cierto estándar no siempre claro. La masculinidad lleva a rechazar prácticas de afecto, erotismo y cercanía con otros varones e, incluso, a usar el calificativo de “homosexual” como una muestra de minusvalía masculina. Paralelamente, se festejan las prácticas homofóbicas. Varones que mantienen prácticas sexuales con otros varones tienden a afirmar que, si ellos penetran en el coito al otro y llevan la parte activa en el intercambio, no son homosexuales: en su lógica, los homosexuales son quienes asumen papeles femeninos. La penetración sexual (a mujeres o a varones) es señal de dominio, de sometimiento y de humillación. Noticias del cuartel Un elemento importante en la práctica militar es la convivencia de personas del mismo sexo, a veces durante periodos prolongados, como sucede, distancias guardadas, en los reclusorios. Un estudio realizado en Costa Rica, en una cárcel varonil, muestra que cerca de las tres cuartas partes de los reclusos han tenido relaciones sexuales con otros varones, al margen de que quizá sólo una tercera parte de ellos las calificara como prácticas homosexuales. El espacio reducido en el que viven los constriñe a un contacto tan intenso que lo describen como mayor al que pudieron haber tenido con sus propias parejas femeninas. Ello los lleva a convivir, a pensar, a dormir, a comer y a tener que conversar con otros hombres, lo cual genera una nueva conciencia del propio cuerpo y del cuerpo de los otros. Los militares no están necesariamente aislados, pero sí tienen una convivencia frecuente con otros varones por largos periodos. A diferencia de los reclusos citados, los militares se pueden vincular sexualmente con mujeres que no son necesariamente sus parejas estables o habituales, en particular cuando están asignados a misiones en zonas distantes del lugar donde viven sus familias. Hay dos aspectos que aparecen frecuentemente en los referentes simbólicos sobre el Ejército. Uno, que el hecho de estar reclutados por largos periodos genera una importante oferta de trabajadoras sexuales en las zonas en que se encuentran. Otro, que los amplios periodos de acuartelamiento posibilita mayores encuentros sexuales y coitales entre ellos. Sobre el trabajo sexual, en el contexto mexicano, algunos pobladores del estado de Chiapas declaran que, a partir del surgimiento del movimiento zapatista y del envío a esa región de miles de soldados, se incrementó la prostitución. Sería necesario analizar esto de una manera más detallada, en términos de enfermedades de transmisión sexual y de preservación de la salud entre los propios militares. Otro problema que se ha encontrado en zonas donde existen retenes militares es que se incrementan los episodios de acoso y abuso sexual. En el caso del sexo entre varones militares, no es fácil documentarlo, por la carga homofóbica implícita en el proceso de socialización de los modelos de masculinidad y por el estereotipo de hombría que suele construirse alrededor de los miembros de las Fuerzas Armadas. Es necesario idear formas para investigar el papel de la prostitución en la vida sexual de los militares, así como el rol de la homofobia en sus prácticas sexuales. Son temas que requieren un análisis muy riguroso, por sus múltiples connotaciones valorativas en la sociedad en general y en el contexto de los militares en particular. Al igual que en cualquier conjunto de varones, los miembros de esta institución provienen de un contexto de socialización que reproduce estereotipos que condicionan expectativas de género, pero al mismo tiempo puede haber individuos que estén cuestionando los modelos que conocemos. Es factible aventurar que las causas de morbilidad y mortalidad entre los militares no son iguales a las de otros grupos de varones, en parte debido al autocontrol y la vigilancia colectiva hacia sus prácticas sociales. Nos preguntamos si será distinto su cuidado de la salud y su relación con el cuerpo o si habrá más conductas de descuido intencional. Hasta dónde la disciplina podría ser utilizada para beneficio de la salud y la sexualidad de los hombres y mujeres que interactúan con los miembros de las Fuerzas Armadas. Imposición de modelos En muchos ámbitos se percibe a las Fuerzas Armadas como un aparato represivo al servicio de quienes ejercen el poder, utilizado para intimidar, sancionar e imponer, más que para negociar. Esto es de particular importancia cuando se relaciona el quehacer de personas expuestas a esta idiosincrasia con respecto a la salud y la sexualidad, las cuales son reconocidas como objeto de derechos humanos, pues suponen autodeterminación, discernimiento y posible discrepancia con respecto a las normas hegemónicas. Si bien existen representaciones sociales sobre el Ejército, sus funciones y su desempeño, el análisis de las identidades masculinas en ese ámbito requiere hacerse sin sesgos y vinculándose con los dinamismos de la sexualidad y la salud. Además, es necesario darle un tratamiento especial al análisis de la violencia, pues mientras los ejércitos suelen hablar de la legitimidad para el uso de la fuerza, en los estudios sobre la masculinidad suele ser calificada como un recurso de dominación y sometimiento de otras personas, como un proceso de autodestrucción, especialmente en el ámbito de la salud, y como una debilidad y un reflejo de temor e incapacidad para negociar los espacios sexuales. Tiene sentido hablar de todo esto en la lógica de una institución eminentemente jerárquica, lo que dificulta la toma de decisiones individuales, como lo requieren los derechos humanos. * Profesor e investigador de El Colegio de México. Versión editada de la investigación “Elementos para el estudio de la sexualidad y la salud de los varones integrantes de las Fuerzas Armadas”. |
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