Por
Antonio Medina
“Yo no soy maricón. Yo me pico a los maricones.
Para que no me dé sida, me vengo afuera”. Alfonso
sonríe
orgulloso, convencido con la lógica de su razonamiento.
Entrevistado en los alrededores del Palacio Nacional, el joven
soldado acepta que sabe usar un condón, pero que prefiere
no usarlo. “Mira, sí lo he usado, pero la verdad a
veces ando tan pedo que ni se me para y si se para, en lo que entra
se me vuelve a bajar; por eso prefiero sin condón. Total,
ni me tardo mucho y... prefiero así”.
Alfonso habla disimuladamente. Se abre, pero no pierde la compostura,
el aire marcial y masculino de su papel de soldado. La vida militar
parece peleada con la idea de que en sus filas existan personas
homosexuales. En el medio castrense, vinculado a la idea de rudeza,
honor, disciplina, valor y heroísmo, lo masculino es el
valor supremo. Esa sola idea hace que los altos mandos cierren
los ojos a las formas sexuales en que los varones expresan su masculinidad
en un espacio cerrado como el cuartel.
Las prácticas sexuales entre varones no están reconocidas,
lo que sí es bien conocido es la severidad de los castigos
impuestos a quienes se sospecha tienen relaciones homosexuales,
sea dentro o fuera de las instalaciones militares. La sanción
suele ser la expulsión —coincidieron algunos entrevistados
por Letra S—, pues se transgreden los códigos
de lealtad, honestidad y honra que promueven las instituciones
militares.
Para el sexólogo David Barrios, autor del libro En las alas
del placer, la sexualidad de las personas que están confinadas
al encierro, como podrían ser los soldados o marinos que
se desplazan constantemente, tiende a expresarse a través
de acercamientos físicos y emocionales, que cubren su necesidad
de afecto y que fácilmente pueden avanzar a la vinculación
erótica.
“Muchos hombres viven una vida heterosexual, aunque sus prácticas
sexuales las ejerzan esporádicamente con personas de
su mismo sexo. Eso no quiere decir que sean homosexuales, mucho
menos
que se asuman como tales. Una cosa es la práctica erótica
y otra la orientación erótico-afectiva”.
A pesar de que las normas escritas y no escritas en las instituciones
militares prohíben las relaciones amorosas y sexuales entre
sus miembros, el encuentro homoerótico en ámbitos
de convivencia masculina, como plantea el investigador Guillermo
Núñez Noriega, “es más abierto y más
fluido de lo que suponen los modelos tradicionales”.
Confianza en la raza
Núñez Noriega, autor del libro Sexo entre
varones,
ha expuesto en conferencias universitarias la experiencia de un
ex militar, quien habla de las experiencias que vivió con
su mejor amigo en el Ejército, su “CUAS” (compañero único
a seguir, término militar para designar a la “pareja
militar”). Juntos pasaron los rigores del entrenamiento,
las “chingas del trabajo en la sierra”, mientras hacían
campaña contra los narcotraficantes, las soledades, la necesidad
afectiva, las “carrillas”, etc. Esas circunstancias
los unieron, constató la fuente de Núñez: “Tu
CUAS se vuelve tu alma gemela, es capaz de dar la vida por ti y
tú por él”.
Sobre su vida sexual, comentó que en las estancias de meses
juntos, compartiendo casas de campaña y caminos, es normal
que los soldados se aparten un poco para masturbarse o que incluso
lo hagan en grupo, “por ganas, porque te gusta la chingadera,
por desmadre, por necesidad, porque le tienes confianza a la raza”.
Otros más se apartan en pareja y “la raza ya los deja
ser”. “Dejar ser —explica Núñez— es
una divisa entre los amigos en el ejército que constantemente
se expresa como fórmula de respeto y como complicidad afectiva”.
Sobre las relaciones de penetración, el ex soldado señaló: “Sí,
nos dábamos las nalgas, acá de compas nomás.
Pero no creas que acá, o sea el rollo era que me punteba
(estimularse eróticamente a través de la colocación
del pene en el vestíbulo del ano, sin llegar a una penetración
mayor) primero un rato y acababa allí y luego yo, o al revés.
Pero todo a la sorda. Todo acá quedaba entre nosotros. Nomás
de camaradas, de ‘cura’. Nos hicimos tan compas, que él
se tatuó el hombro y lo mismo hice yo”.
Sobre ese tipo de experiencias, Núñez, coincide con
Barrios, al considerar que muchos de los encuentros eróticos
se construyen sin que los involucrados se identifiquen como homosexuales. “Estos
varones pueden vivir su homoerotismo en tanto que hombres. Es el
caso de amigos y compañeros unidos por vínculos de
afecto y confianza, que comparten su erotismo ocasionalmente, como
parte de una experimentación, o de manera más constante,
bajo situaciones específicas de cercanía corporal”,
señala Núñez.
Cada quien su culo
Letra S platicó con media docena de jóvenes soldados,
quienes dieron cuenta de lo que piensan sobre la homosexualidad
y refirieron anécdotas, si no personales, sí de lo
que ven a su alrededor en relación con las prácticas
sexuales en el Ejercito mexicano.
“No, en el Ejército no puedes ser gay. Aquí solamente puede
haber machines, que se rajen la madre por el país”, comenta Gabriel,
quien lleva siete años de servicio, y quien se considera “un hombre
hecho y derecho”. Cómo no va a serlo, “si el Ejército
te forma un carácter fuerte, de temple, nada de debilidades”.
Dice
ser un soldado al que le enloquecen las mujeres, aunque, explica entre risas
que apelan a la complicidad, “de vez en cuando, cuando ando caliente y
no tengo morra, acepto irme con gays que son jaladores y, además de pasarla
bien, ya sabes, sexualmente, se ponen bellos con la peda y el desayuno”.
A su vez, Alberto, originario del estado de Chiapas, cuenta que en el Ejército
también existen homosexuales, aunque “no como los gays civiles que
andan en el metro o en las discotecas. Uno se da cuenta de algunos elementos
que son un poco amanerados, algunos superiores, incluso, pero la verdad nadie
les dice nada, porque no puedes cuestionar a un superior. A los soldados rasos,
que son como uno, sí les cargamos carrilla, pero también se les
respeta. Total, cada quien su culo, ¿no?”
El respeto sólo se da entre la tropa, Alberto comenta que se han dado
casos de compañeros sorprendidos teniendo relaciones sexuales en los dormitorios
o en los baños. “Una vez, en el Cabir (Centro de Adiestramiento
Básico Regional), cacharon a dos soldados acostados en la misma cama,
unos dicen que cogiendo”. Por ese solo hecho los dieron de baja, “faltaron
a las normas de obediencia y honor del Ejército Mexicano”.
Núñez Noriega considera que “en esos encuentros, muchos varones
re-experimentan sus cuerpos eróticamente, resignifican los términos
de identificación sexual, se atreven a experimentar roles y placeres en
aparente contradicción con los modelos de género dominantes; significan
su sexualidad bajo esquemas culturales no estigmatizantes como la amistad, la
aventura masculina o la libertad. Enmarcan sus encuentros sexuales como relaciones
de camaradería, compañerismo, juego, ‘cura’ o ‘desmadre’”.
Á
ngel es un joven soldado michoacano que se asume como “hombre” (heterosexuales).
Explica: “A mí me cargan mucho la mano diciendo que soy joto, porque
no soy como la mayoría. Me ven blanco, alto y de ojos verdes y por eso
creen que soy más débil y, por tanto, maricón”.
Por su aspecto, Ángel ha tenido experiencias límite en las que
las bromas de algunos compañeros han llegado a mayores: “Cuando
me baño me empiezan a decir que tengo buen culo y me comienzan a cotorrear.
Pero las cosas se han puesto cabronas cuando, entre broma y broma, dos o tres
ya andan con la verga parada y me quieren culear a la fuerza”.
Según Ángel, quien lleva cinco años de servicio, cuando
andan por más de dos o tres meses en las montañas, el desierto
o los bosques, las reacciones sexuales de los militares comienzan a ser cada
vez más soeces y se han dado casos de violencia sexual hacia los más
débiles. “Andamos tan cansados y tan aburridos de las rutinas, que
comenzamos a tener actitudes muy ásperas entre nosotros mismos. Algunos,
los más calientes, se la jalan mucho. O se empiezan a dar los jueguitos
y bromas, que han llegado a ser violentas. Tú me entiendes, ¿no?”.
El tiro por la culata
Otra forma de interacción sexual de los militares es con hombres gays
civiles. No es secreto que existen lugares de entretenimiento en los alrededores
de asentamientos o destacamentos militares. Espacios de ligue, ya sea con
hombres gays, travestis o transexuales.
Santiago, un sargento que fue dado de baja del Ejército Mexicano por vivir
con VIH, explica que muchas veces los militares, principalmente jóvenes
que provienen de estados del sur del país, pueden tener mujeres monumentales
gracias a la fantasía que representan los travestis. “Cómo
podría un muchacho bajito, moreno y pobre, relacionarse con una rubia
exuberante, de grande tetas y culo monumental, si no fuera por las vestidas que
se ligan en las discos a donde acuden militares”.
En esos bares y discotecas, explica el ex sargento, se da el ligue entre
militares y travestis o gays, quienes regularmente les invitan tragos para
luego ir a
algún
hotel para tener sexo. “La noche, además de tener sexo y desahogar
sus deseos, le aporta al soldado un complemento económico para su subsistencia;
los salarios tan bajos de la tropa suelen orillarlos a la prostitución”.
Pero el ligue no necesita de espacios nocturnos, en el Zócalo capitalino,
la Alameda Central o los alrededores de El Toreo, es común ver a parvadas
de soldados deambulando en sus días francos, como no queriendo la cosa,
para ser vistos por hombres gays que acuden a los mismos lugares con el propósito
de conocerlos y contactarlos. “Yo sé de varias historias de elementos
que desertan para irse a vivir abiertamente la vida gay, pues descubren que en
el Ejército de plano no podrían sobrevivir si realmente les nace
ser gays”, explica Santiago, quien se asume como hombre heterosexual
y sin prejuicios hacia quienes son homosexuales.
A fusil pelado
Una encuesta centinela realizada entre julio de 2001 y julio de 2002 en la
XXI Zona Militar, coordinada por el doctor Ramón Hernández Martínez,
de la Secretaría de Salud de Michoacán, reveló que de 660
soldados encuestados, 88 presentaron alguna infección de transmisión
sexual.
Entre los resultados de la encuesta se revela que las enfermedades más
frecuentes fueron gonorrea, con 55 casos, herpes, con 12, y virus del papiloma
humano, también con 12 casos. Además, se reveló un bajo
uso del condón entre los soldados.
En una segunda intervención, seis meses después de la primera encuesta
y luego de que los reclutas recibieran talleres de prevención, el estudio
arrojó un descenso en las infecciones: gonorrea, 15 casos, herpes genital,
cinco, y virus del papiloma humano, sólo dos. de acuerdo con el doctor
Hernández no se reportaron casos de VIH/sida. De los resultados se desprende
que “diseñar estrategias educativas dirigidas a todo tipo de población
vulnerable a las prácticas de riesgo, disminuye su nivel de vulnerabilidad”.
En el Ejército mexicano se asegura estar trabajando en tareas de prevención.
De acuerdo con datos de la Secretaría de la Defensa Nacional, de enero
a septiembre de 2004 se impartieron más de tres mil pláticas de
prevención de VIH/sida. De igual forma, registraron la compra de 198
mil condones para cubrir la demanda de los soldados; una demanda oscilante,
si consideramos
que en 2003 adquirieron 396 mil condones.
En información revelada a través del Instituto de Acceso a la Información
Pública Federal, la Secretaría señala que los condones se
distribuyen a todos los soldados que lo solicitan y que se proporcionan directamente “al
personal que sale a desempeñar algún servicio o comisión,
en la cual es factible, por el tiempo que dure la misma y lugar en que se desarrolle,
que dicho personal tenga la necesidad de emplear un preservativo”. Los
altos mandos, acorde con su vocación de control y disciplina, establecen
cuándo existen posibilidades de contacto sexual entre la tropa, lo que
hace pensar en los criterios con que determinan esos periodos; al mismo tiempo,
entregan condones sólo a quien los solicite, aunque, como comenta Gabriel, “si
les pedimos nos miran mal, como preguntándonos con quién pensamos
usarlos”.
Según un informe realizado por ONUSIDA, los soldados entre 18 y 29 años
de edad son entre tres y cinco veces más vulnerables a contraer el VIH/sida
que los jóvenes civiles de su misma edad. El estudio destaca como los
principales factores de riesgo el hacinamiento, la severidad de su trabajo, y
la separación de su núcleo familiar por largas temporadas,
lo que hace a los soldados proclives a mitigar su ansiedad sexual en ambientes
de consumo
de alcohol y drogas.
Las relaciones homosexuales, en ese contexto, no son vistas como prácticas
de riesgo. Como demuestra el testimonio de Alfonso —quien se asume a salvo
porque eyacula fuera de su pareja masculina—, muchos militares no conciben
que el sexo anal sin condón pueda representarles un peligro. Para ellos,
el riesgo de infección por VIH, como la homosexualidad, es asunto de los
que se dejan penetrar. Entre camaradas, entre “machines”, no hay
más peligro que los mandos, por eso hay que cuidar que todo siga en el
secreto, en el “dejar hacer”.
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“Cómo
podría un muchacho bajito, moreno y pobre, relacionarse con una
rubia exuberante, de grande tetas y culo monumental, si no fuera por
las vestidas” |