Usted está aquí: jueves 1 de septiembre de 2005 Opinión Lo que el Informe no dirá

Sergio Zermeño

Lo que el Informe no dirá

Hacemos como que no pasa nada, no nos queremos dar cuenta, pero la verdad es que los ejes fundamentales del orden de nuestro país se están resquebrajando y el indicador más confiable al respecto nos lo adelanta Vicente Fox al afirmar lo contrario: "no me gusta la gente que ve a México como un país en donde todo nos sale mal", adelanta en sus anuncios de invitación al Informe. Uno de los postulados centrales de la teoría del tránsito a la democracia establecía que, a pesar de que en el plano social las cosas pudieran no ir tan bien debido a la tremenda exclusión, la desigualdad y la pobreza, lo fundamental era el fortalecimiento del andamiaje de la institucionalidad jurídico-política, ya que a partir de ahí un nuevo orden iría descendiendo hasta mejorar la situación en los basamentos de la sociedad: "las escaleras se barren de arriba para abajo", rezaba esta máxima.

Que nos disculpen los optimistas, pero esto no ha sucedido así: los partidos políticos antes de demostrar la fuerza de sus programas pusieron al descubierto la fuerza de su corrupción (en escala megatónica con el Pemexgate, o en escala menor pero de gran impacto, con los videoescándalos). El hecho es que partidos, parlamentarios y políticos en general se volvieron una masa informe y pestilente; el eje vertical que alguna vez dividió a la derecha de la izquierda se perdió, y en su lugar apareció otro, horizontal, colocando a todos los políticos y a la política en el piso de arriba. Se abrió entonces el espacio para la crítica desmedida y la Sexta Declaración de la Selva Lacandona zapatista fue el equivalente a ¡que se vayan todos!

Con los aparatos encargados de aplicar las leyes y vigilar su cumplimiento ha sucedido lo mismo: el Instituto Federal Electoral fue intervenido por los partidos políticos y ello le impidió prohibir el empleo de sumas millonarias en propaganda para torcer las votaciones; simplemente para la elección de 2006 no ha podido evitar el despilfarro de 13 mil millones de pesos (suma parecida a la del presupuesto de la UNAM para todo un año, o a la construcción de dos trenes periféricos en la ciudad capital), de manera que cada voto costará unos 200 pesos contra cinco pesos en Chile, y al lado de eso el tribunal electoral no ha podido castigar el derroche en propaganda no autorizada a más de un año de las elecciones (Montiel ha gastado más de 300 millones para promover su imagen, cantidad superior a la invertida en la educación del estado que gobierna). Pero también la imagen de la Suprema Corte de Justicia y de todo el equipo de jueces se ha visto debilitadas: primero, por su politización y parcialidad en el caso del desafuero de AMLO, y últimamente por los malos manejos de sus dineros en favor de las primas de retiro de los magistrados.

Ahora bien, sin duda el ácido que más corroe nuestro andamiaje es el narcotráfico: no nada más por el espectáculo horrendo de una matazón que está por alcanzar los mil ajusticiamientos en este año entre bandas cada vez mejor armadas, sino porque se trata de una corrosión en todas direcciones: hacia arriba, porque penetra en todas las estructuras policiacas y en el Ejército, al grado de comunicársenos que uno de cada tres de los 6 mil agentes de la Agencia Federal de Investigación está involucrado con el narcotráfico siendo sospechoso de delitos; hacia abajo, porque debido a las pocas oportunidades que el modelo de desarrollo ofrece a los jóvenes (la mitad de ellos quiere irse a trabajar al otro lado), el narcomenudeo prolifera como un cáncer y las víctimas de esa violencia son cada vez más jóvenes (uno de cada dos entre 15 y 26 años de edad); y qué decir hacia afuera, donde la violenta imagen de nuestro país desanima cada vez más a los inversionistas y Estados Unidos nos amenaza cínicamente con tomar las riendas antinarco aquí mismo.

Todo esto se combina con la sensación de que nadie, ni el Presidente de la República ni el gobierno federal en ninguna de sus instancias, es capaz de poner un alto a la tendencia desorganizadora. Las exigencias neoliberales de achicar el Estado se combinaron en nuestro país con una tremenda falta de oficio de la derecha para gobernar, para dar la sensación de mando, y el Ejecutivo desapareció teniendo como única excusa que el Legislativo nunca le aprobó la venta de los últimos activos de la patria, las "reformas estructurales", y con ese argumento pusilánime cree justificar el estancamiento económico de su sexenio.

Llegamos así al quinto Informe con un país deshilachado y con una opinión pública paranoica, como habitando una tierra de nadie, una población en busca, una vez más, de una autoridad salvadora; una población a la que poco le importa participar, porque, entre otras cosas, no tiene canales reales a su alcance para hacerlo, pero que en su desesperación por ungir al nuevo líder sacrifica y relega en un segundo plano su original exigencia de que ese orden debería ser democrático (65 por ciento de los mexicanos piensa que la prioridad es el orden, combatir el crimen y atacar la pobreza; sólo 10 por ciento piensa en fortalecer la democracia; Reforma, 29/8/05). De nada de esto se nos informará hoy.

 
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