Usted está aquí: martes 30 de agosto de 2005 Opinión Exposición Juan García Ponce

Teresa del Conde/I

Exposición Juan García Ponce

Trazos y encuentros, tras un largo periodo de curaduría, se exhibe en el Palacio de Bellas Artes. Museográficamente no es el mejor recinto para albergarla, puesto que en este momento los espacios están compartidos con las hermosas esculturas de Leonora Carrington, a las que se adhieren pinturas de su hijo Pablo en la sala Diego Rivera, además de que Juan Soriano como escultor ocupa la sala Justino Fernández. Salvo el tercer piso que corresponde al Museo de Arquitectura, los demás espacios están dedicados a Juan en su triple vena de narrador, ensayista y pensador sobre pintura. Se encuentra manifiesta la que quizá para muchos sea la parte más vistosa de la exhibición: una selección de su colección de dibujos y pinturas completada con obras de la mayoría de los artistas a quienes dedicó su atención por escrito, pertenecientes a colecciones privadas. Las piezas que le pertenecieron se distribuyeron mayoritariamente en compañía de sus libros y memorabilia.

Lo que hay que hacer si a uno le interesa el tema es dedicar a la muestra tiempo holgado, más de una visita prolongada y regresar una y otra vez a frecuentar sus escritos, sus traducciones y también los autores que le fueron dilectos. Para ello no hay nada mejor que tomar como guía lo exhibido en la sala Paul Westheim, a la que no pudo ingresar (y hubo quejas al respecto) la mayoría de los numerosísimos asistentes que en tropel acudieron a la inauguración. Abre con un librero facsimilar que simula contener los títulos que con mayor insistencia lo ocuparon como lector y traductor. El eje quizá sea Robert Musil con El hombre sin atributos, esa obra magna que le llevó al austriaco 30 años de escritura y que dejó inconclusa cuando la muerte lo tomó por sorpresa en Suiza a los 61 años en 1942. Ya había experimentado que sus escritos (entre ellos El joven Torless) fuesen condenados por el nazismo durante la purga de 1938, pues estaban entre "las obras indeseables y nocivas". Juan García Ponce leyó a Musil en el idioma original y cotejó las traducciones al inglés y al español.

Los apasionados de Thomas Mann se verán complacidos no sólo mediante sus títulos y a través de impresiones de fotos, sino también mediante la monografía, tan discutible, que le dedicó Ronald Hayman. Igual emociona ver que Juan fue admirador de Wittgenstein, y que la biografía que le dedicó uno de sus mejores especialistas: Ray Monk, resultó motivo comentado en una de las cartas que dirigió a sus hijos cuando ésta apareció publicada por Penguin en 1989. Cerca de la réplica-librero que da idea de su trayectoria como lector, que resulta similar a la de quienes le estuvimos próximos en varios momentos, se encuentra un cuadro de Vicente Rojo que inicia en México la vena de las "apropiaciones". Se trata de su glosa de la bandera norteamericana de Claes Oldenburg que se exhibió (creo) en Confrontación 66, la exposición ideada por Jorge Hernández Campos que provocó ámpulas. Juan tenía entonces 33 años y a través de la entrevista televisiva recuperada en la sala Orozco es posible verlo responder a las preguntas de un Jacobo Zabludowsky visiblemente tenso. No es posible contener una sonrisa cuando el afamado comunicador le dice que fueron muchos los pintores excluidos de esa exhibición: "concretamente Nadine Prado", dice. Juan, tranquilísimo, responde con una frase lapidaria: "bueno, estamos hablando de pintores..."

Regresando a la sala intimista, él aparece en fotografías acompañado de personas que a lo largo del tiempo le fueron muy próximas, incluyendo aquellas que entablaron trato con él durante las últimas dos décadas de su vida. Esta iconografía se inicia desde su legendaria casa de Itzimná en las afueras de Mérida. Allí aparecen su abuela y su tía Dedé, él con su hermano Fernando, a quien sólo le llevaba 11 meses. Más adelante se exhibe su retrato de boda con Meche Oteiza, ella graciosa y bonita, fumando (fue fumadora empedernida) y los retratos familiares con sus hijos Mercedes y Juan, alguno tomado durante la estancia neoyorkina de la que disfrutó a través de una beca Rockefeller. Entre otros (hay un retrato suyo ya en silla de ruedas dialogando con Roberto Vallarino) Monsiváis aparece dialogando con él en la Casa del Lago y de esa fase hay fotos de Tomás Segovia y el infaltable Juan Vicente Melo, que -estrictamente contemporáneo de Juan- pasó a retirarse para siempre antes que él, puesto que murió en 1997. Melo representa uno de los casos típicos de escritores-médicos, como lo fue el poeta Elías Nandino y como lo es hoy día el siquiatra Héctor Pérez Rincón. Allí se exhibe Nausicaa de Roger von Gunten, que es sin duda el pintor mejor representado a lo largo de toda la muestra. El recorrido termina con el retrato que le hizo Alberto Castro Leñero. Sólo su cabeza, vista de frente.

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.