Caminos minados
Entre 1870 y 1914 el mundo estuvo probablemente más integrado que en la actualidad, pero lo estaba inintencionadamente. Lo estuvo dominado por una potencia -Reino Unido-, y las políticas nacionales estaban limitadas por la irracional necesidad de adherirse al patrón oro que traía como consecuencia un sistema de tipos de cambio fijo y una absoluta falta de libertad tanto para diseñar políticas monetarias como presupuestos fiscales expansionistas -si un gobierno lo estimaba necesario-: no había forma de poner en acto políticas anticíclicas.
Hoy las principales limitaciones que pesan sobre la política nacional provienen de las actividades de las empresas y los bancos multinacionales. Pero también de políticas decididas por los gobiernos que se asumen -con las armas-, guardianes del orden internacional. Entre otras están la estabilidad de precios, los presupuestos equilibrados -regla no válida para Estados Unidos-, una balanza de pagos con déficit razonables como proporción del PIB, deudas externas que mantengan bajos índices de riesgo país y que son estimados por las calificadoras de los países dominantes, principalmente Estados Unidos y, en el discurso, el crecimiento económico, la reducción de las desigualdades en la distribución del ingreso, el equilibrio entre las regiones, la protección del medio ambiente, y la creación de mayores oportunidades para la mujer y las minorías.
En otros términos, las restricciones son mucho mayores que en el pasado y muchas están en abierta contradicción con los objetivos del discurso: por ejemplo, crecimiento del producto y mejorar la distribución del producto bajo las restricciones señaladas es querer dar triples saltos mortales en la cuerda floja.
La única forma de operar con esas reglas es contar con altísima productividad en todas las ramas de la producción de bienes y servicios, lo que implica una muy alta formación y capacitación de la sociedad. Si un país no es competitivo bajo las reglas actuales está fuera del juego, lejos del desarrollo y cerca de la muerte por inanición.
La globalización parecía que avanzaría a través de la conformación de regiones multinacionales -y aún parece que ése será su camino-, pero hoy se advierten algunos signos de que ese camino se desdibuja en alguna medida o, por lo menos, que podría incorporar cambios inesperados.
La región UE pasa en este momento por graves problemas para competir con Estados Unidos. En este último país hay un nuevo impulso sumamente poderoso de revolución tecnológica, mientras las prerrogativas del Estado de Bienestar han sido canceladas en buena medida, los costos salariales han sido abatidos, la concentración del ingreso está creciendo al estilo subdesarrollo, de modo que el costo global de la producción ha sido fuertemente disminuido. Mientras, Europa se empobrece como potencia para el cercano futuro, contrastando con la Estrategia de Lisboa que había acordado convertir a "la Unión Europea en la economía más dinámica y más competitiva del mundo de aquí a 2010": ignoraba el nuevo impulso del desarrollo técnico estadunidense. En sólo tres años la UE va para atrás, cuando debe asumir la carga de los nuevos socios.
China avanza con velocidad inusitada, aunque con restricciones a mediano plazo: un sistema educativo que no está a la altura de la sociedad del conocimiento y una crisis de modernización en puerta -un inmenso reclamo ciudadano-, cuyos resultados a corto plazo son de pronóstico reservado.
Por su parte, un sector de India avanza también a paso de gigante, profundizando en ese país una desigualdad socioeconómica quizá desconocida en este planeta. Mientras esa desigualdad no se torne en una crisis social que la frene, India alcanzará cotas de competitividad de primer nivel mundial, con un sector educativo de clase mundial para un parte de la sociedad.
Japón está en recuperación después de una larguísima crisis económica, de modo que en el ámbito de Asia, sur de Asia, y el Sudeste asiático, donde en conjunto habita la mayor parte del planeta, la conformación de la hegemonía económica es un capítulo pendiente, pero es también un crisol de crecimiento con inmensa influencia mundial, que afectará también a la otra región en ciernes: Norteamérica.
La región TLC enfrenta problemas estructurales de gran magnitud, que aun contando con la fuerza tecnológica de Estados Unidos, puede sufrir graves reveses si no avanza en una integración satisfactoria para todos.
Está la histórica división de Canadá: la postura independentista del Partido Quebecois, mayoritario, que llevara a Clinton a declarar en 1999 desde Montreal: "piensen dos veces antes de una ruptura, en tiempos de globalización".
En el otro extremo la brutal exclusión del sur de México, respecto al norte y al Distrito Federal y a todo el territorio TLC. Si estas fracturas profundas no se resuelven en los planos político y económico, no habrá región norteamericana ni desarrollo para México. Lo que hoy tenemos es un incendio en la frontera.