AMLO, el PRD y la gente
En Hermosillo, Sonora, en su segundo día de precampaña electoral (12 de agosto de 2005), Andrés Manuel López Obrador dijo que "el triunfo no va a depender sólo de la militancia del PRD y de la estructura partidista, sino del pueblo", y advirtió que "si la gente no se organiza y participa, que no quepa la menor duda de que ganará el partido que tiene más estructura" (en obvia alusión al PRI). Antes, en una entrevista con esta casa editorial, AMLO declaró: "Imaginen que no triunfe el dinero sobre la moral, imaginen que el pueblo derrota al poder de las mafias y del hampa de la política. Ganar la Presidencia de la República no va a ser fácil. Nos estamos enfrentando a quienes van a utilizar todo el dinero del mundo, todas las trampas; los conozco bien, los he padecido". En esa ocasión expresó que no es un hombre de centro, "nunca lo he sido. Soy de izquierda y no voy a ser ni líder moral ni cacique político" ("Mi legado, una nueva forma de hacer política", La Jornada, 29 de julio de 2005).
Ante la perspectiva de la conquista del gobierno en julio de 2006, los pronunciamientos públicos de AMLO dejan planteados asuntos para la discusión. Por ejemplo, la transición hacia un gobierno de izquierda o progresista; la preparación del gobierno; la relación entre la fuerza política (el Partido de la Revolución Democrática) y un gobierno popular, así como la relación entre ese gobierno y las organizaciones de masas.
Como en 1988, la candidatura de AMLO entraña hoy la posibilidad de derrotar a las derechas panista y priísta. También es cierto que el PRD, con sus liderazgos verticales y personalistas, con sus tribus y grupos de presión, sus peleas por cuotas de poder y sus corruptelelas, es el instrumento electoral a través del cual amplios sectores populares pueden acceder al gobierno. No hay otro. Aunque no sea de izquierda, el PRD es un mal necesario. Como ha señalado Mario Saucedo, de la corriente de los cívicos, "el PRD es un partido de carácter progresista con un discurso popular que con frecuencia se convierte en populista. El PRD es más de centro que de izquierda, y hoy, con el predominio del centrismo en el grupo hegemónico de AMLO, se vislumbra el corrimiento programático hacia el centro y una línea política conciliadora y condescendiente con los enemigos de la nación y del pueblo".
Alejado de sus principios y de las luchas populares, el PRD se ha convertido en un partido electorero controlado por oportunistas pragmáticos y no ha logrado superar la antidemocracia ni el corporativismo, como tampoco la corrupción y la impunidad, rasgos, todos, heredados del sistema priísta del partido de Estado. A ello se suma un hecho incontrastable: hasta ahora AMLO es quien establece la estrategia y el programa, quien decide los tiempos y quién deba ocupar los espacios.
Portador de esos elementos negativos, es previsible también que ante el desgaste de los dos partidos conservadores (PRI-PAN), en caso de una victoria, el PRD pueda ser refuncionalizado en la perspectiva del actual sistema de dominación. De allí la importancia de la organización y participación popular en una perspectiva de izquierda, como plantea López Obrador en su discurso. En ese escenario podríamos asistir a una transición del modelo neoliberal a un gobierno alternativo de signo progresista.
Pero esa transición hay que pensarla y hay que tratar de negociarla. El grupo que rodea a AMLO, la dirigencia del PRD y los aliados que se sumen tienen la obligación de pensar seriamente la transición, medidas de gobierno, acuerdos internacionales, políticas hacia el endeudamiento de los productores y afectados por la crisis financiera. Se trata de establecer un paquete global, discutirlo con las fuerzas sociales, sindicales y empresariales. Esa es la tarea del conjunto de la fuerza política que, de triunfar, asumirá el gobierno nacional. Preparar el gobierno significa asumir las múltiples responsabilidades que ello supone. El desafío es desarrollar una gestión diferente a la que nos tiene acostumbrado la derecha. Se trata de actuar con responsabilidad; lo que no se puede es permanecer esperando lo que vendrá.
Preparar el gobierno significa, además, desarrollar la organización de masas en la que un gobierno progresista se tendrá que apoyar. Desarrollar y hacer crecer las organizaciones y el protagonismo colectivo en el entendido de que ese gobierno tendrá que ayudar a construir el sujeto social colectivo, dialogando con él en detrimento del lobby clientelístico a que nos han acostumbrado el priísmo y el foxismo, combatiendo todo tipo de práctica burocrática y corporativa. Preparar el gobierno significa desarrollar las organizaciones de masas que acompañen y apoyen el periodo de transición. Significa emprender múltiples tareas y entender que ellas se tienen que conectar con una correcta conducción colectiva.
Por otra parte, un gobierno popular tiene que construir su propia estructura de gobierno. Tiene que gobernar con la gente y, para ello, tiene que transferir capacidad de decisión y de gestión a la gente organizada. Se trataría, pues, de estructurar desde abajo una organización de respaldo al gobierno, pero no hay mucho tiempo. Esa organización, además, tendrá que velar por el cumplimiento de las metas con que la fuerza política y los aliados que impulsen a AMLO se comprometan.
No puede haber gobierno popular, de verdad, si no se estructura el apoyo desde abajo. Si no se apoya en la gente y le da a la gente posibilidades de hacer efectivo ese apoyo. Todo esto, al final, sería complementario de la otra campaña, la del EZLN, en la perspectiva de otro proyecto de nación. De la refundación de México y de otra forma de hacer política. Eso, claro, en la medida en que los zapatistas, AMLO, el PRD y sus aliados en la etapa sumen fuerzas, identifiquen al enemigo principal y vayan conformando una alianza estratégica antioligárquica y antimperialista.