MEMORIA DE LA CIUDAD / ANDANZAS DE UNA ESCULTURA
Cumple El Caballito 26 años en la plaza dedicada a su autor: Tolsá
Ampliar la imagen La famosa estatua ecuestre de Carlos IV estuvo durante alg�empo en el interior de la Universidad de M�co FOTO Tomada de Litograf�y Grabado en el M�co del XIX. Tomo I, de Jos�. Iturriaga Foto: Tomada de Litograf�y Grabado en el M�co del XIX. Tomo I, de Jos�. Iturriaga
Como parte de su largo y penoso peregrinar por la ciudad, hoy se cumplen 26 años de que la famosa estatua de El Caballito fue colocada en su actual morada. Efectivamente, fue el 28 de agosto de 1979, en un acto por demás majestuoso, que don Carlos IV, cómodamente sentado en brioso caballo, llegó hasta la plaza Tolsá. Brindemos por ello aquí un breve relato del histórico transitar de este peculiar monumento, convertido con el tiempo en uno de los símbolos del Distrito Federal.
Antecedentes
Según las indagaciones de don Enrique Salazar Híjar (Los trotes de El Caballito, Ed. Diana) y basándose en Manuel Rivera Cambas, la primera escultura de un caballito en madera y yeso se erigió en el Zócalo en 1756 y su autor fue un experimentado artista de origen indígena, avecindado de Tlaltelco, de nombre Santiago de Sandoval; el mismo creador de la escultura provisional de El Caballito promovida, colocada e inaugurada en 1789 por uno de los más famosos virreyes de la Nueva España, Juan Vicente Güemes Pacheco y Padilla, segundo conde de Revillagigedo.
Esta primera escultura ecuestre, propiamente dicha, del rey Carlos IV fue realizada igualmente en madera y permaneció en la esquina noreste durante casi todo el mandato de Revillagigedo, rodeada de una balaustrada en el mismo corazón de la Nueva España, llamada en aquel entonces plaza Mayor. Dicha estatua fue retirada en 1793, un año antes de la llegada del sucesor de Güemes Pacheco, el virrey Miguel de la Grúa Talamanca y Bronciforte, marqués de Bronciforte, quien años después sería el promotor de la escultura actual, realizada en bronce.
Este virrey, recodado por su arrogancia, lujo e intereses de lucro, quiso mostrar lealtad a su rey Carlos IV y, a manera de homenaje imperial, le pidió autorización para erigir una nueva escultura de mejor factura que, por supuesto, dicho rey autorizó.
Como en todo tiempo, la encomienda gubernamental se le asignó al artista del momento: Manuel Tolsá, famoso escultor y arquitecto originario de España, que terminaba en ese entonces la Catedral Metropolitana y empezaba el Palacio de Minería, la primera piedra se colocó en fastuoso acto el 18 de julio de 1796.
Las prisas de Bronciforte por la cercanía del cumpleaños de la reina, pero sobre todo por el robo de la materia prima proveniente de España, impidieron concluir la obra y entonces se recurrió a una provisional, también realizada en madera y yeso. Esta nueva versión de la escultura se colocó en el centro del amplio espacio que quedaba en la plaza Mayor, entre el mercado El Parián y el palacio virreinal; fue inaugurada en el contexto de fastuosos actos el 9 de diciembre de 1796, aniversario de la reina María Luisa, esposa del rey, y colocada sobre un pedestal de piedra y enmarcada con una balaustrada elíptica, parte de la cual se encuentra actualmente en la Alameda Central.
Don Manuel Rivera Cambas relata que "hubo tres días de fiestas reales; se acuñaron medallas conmemorativas; se imprimieron sonetos, odas y epigramas alusivos, y se grabó una magnífica lámina que representaba la perspectiva y la vista general de la plaza".
Pero los tiempos de la Ilustración exigían reyes y gobernantes para la eternidad, y al despuntar los primeros años del siglo XIX se colocó "la de verdad".
Don Carlos y un corcel en bronce
Una vez reunidos suficientes recursos financieros y los materiales, que alcanzaron los 500 quintales de cobre, Tolsá fundió la escultura en bronce en agosto de 1802 en los patios del Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, misma que fue inaugurada el 9 de diciembre de 1803 por el virrey José de Iturrigaray. Según Artemio del Valle Arizpe, el barón Alejandro von Humboldt asistió a la ceremonia acompañado de María Ignacia Rodríguez, la célebre Güera con quien mantuvo una estrecha amistad, según relata la marquesa Calderón de la Barca en sus cartas enviadas desde México a sus familiares y amigos en el extranjero.
Carlos IV aparece montado en un majestuoso caballo al momento en que el animal va a dar un paso y cuyo modelo, al parecer, fue un corcel llamado Tambor, perteneciente a la Hacienda de la Teja. El rey viste -como héroe o césar romano- sandalias y lleva una corona de laurel en la frente; empuña el cetro con la diestra y con la otra mano señala hacia el horizonte. Por sus dimensiones (20 mil 700 kilos, 4.88 metros de alto, 5.04 de largo y 1.78 de ancho) y su hermosura, El Caballito se ha comparado con otras famosas estatuas ecuestres, principalmente la de Luis XIV y la de Marco Aurelio, en Roma. El barón Alejandro von Humboldt escribió alguna vez: "(...) es obra que, exceptuando la estatua de Marco Aurelio de Roma, excede en primor y pureza de estilo cuanto nos ha quedado de este género en Europa (...) Todo viajero admira con razón, en medio de la plaza mayor, enfrente de la catedral y del palacio de los virreyes, un vasto recinto enlosado con baldosas de pórfido, cerrado con rejas ricamente guarnecidas con bronce, dentro de las cuales campea la estatua ecuestre del rey Carlos IV, colocada en un pedestal de mármol mexicano".
Aunque Manuel Toussaint cuestiona a Tolsá respecto de la originalidad de la obra, pues afirma que es copia fiel de la del rey Luis XIV de Francia, firmada por Girardón, don Manuel Romero de Terreros cuenta que alrededor de la estatua de Carlos IV fue construida en tiempos de la consumación de la Independencia ¡una plaza de toros! precisamente en la superficie de la balaustrada que la enmarcaba: "La estatua ecuestre de Carlos IV (...) ocupa el centro de la arena (...) y está cubierta con un globo de papel pintado (...)". Tal plaza de toros en pleno Zócalo se había construido como parte de los festejos para la jura de Agustín de Iturbide, el 24 de enero de 1823. Bullock, un viajero inglés del siglo XVIII, afirma que ese recinto tenía cupo para 3 mil personas y servía además para otros espectáculos.
El ocultamiento durante la vida independiente
Durante los festejos independentistas, e inclusive después de ellos, efectivamente la estatua fue cubierta con un globo de papel y cartón, sin saber con exactitud si era parte de las alegorías de la celebración. Los odios y pasiones sociales contra todos los vestigios españoles que quedaron en la novísima nación mexicana, reclamaban insistentes su fundición. La defensa para conservarla fue de Lucas Alamán, quien hizo alusión a su calidad estética. Ese argumento influyó para que se le ocultara del espacio público. Con el beneplácito del primer presidente de México, Guadalupe Victoria, el rey, con todo y su caballo, fue trasladado en 1823 al patio central de la Universidad, contigua a la plaza del Volador, donde hoy se ubica la Suprema Corte de Justicia. Don Manuel Romero relata que el encargado del traslado fue Agustín Brey, un ingeniero francés que había participado años antes en las excavaciones mediante las cuales se descubrieron el Calendario Azteca y la Coatlicue.
Así, durante casi 30 años, la estatua ocupó el patio de la Universidad, donde convivió con la Cuatlicue, la gran madre de los mexicanos, que a pesar de la evangelización española, seguía venerándose ahí mismo por no pocos indígenas. A mediados del siglo XIX y en plena contienda de liberales contra conservadores, el rey Carlos IV cabalgó de nuevo, ahora hacia los confines de la ciudad.
Traslado a la periferia
El 11 de septiembre de 1852, siendo presidente la República don Mariano Arista; gobernador del Distrito Federal don Miguel María Azcárate, y presidente del Ayuntamiento, Miguel Lerdo de Tejada, la estatua comenzó su lento caminar de 15 días para llegar hasta al principio del Paseo de Bucareli, ubicado en su confluencia con la hoy avenida Juárez. Don Manuel Romero de Terreros relata que ello obligó a suprimir ahí la famosa fuente neoclásica llamada de la Victoria, en honor al primer presidente de México, don Guadalupe Victoria. Esta fuente se encuentra actualmente en el jardín frente a la iglesia de Loreto.
El traslado de la estatua desde la Universidad hasta Reforma se hizo sobre una plataforma que rodaba sobre cilindros de madera y duró 15 días. El nuevo pedestal se encargó al arquitecto neoclásico Lorenzo de la Hidalga. Durante 127 años El Caballito fue testigo del efímero imperio francés, de las reformas juaristas, del régimen dictatorial de Porfirio Díaz y de la Revolución. Aquí se mantuvo quieto gran parte del siglo XX, hasta que el Paseo de la Reforma, orgullo de las carretas, fue convertido en un paseo para automóviles. La famosa estatua dejó, así, de admirarse para sólo mirarse de prisa por los nuevos viajeros urbanos.
Su retorno al Centro Histórico
A partir de 1979 El Caballito continuó se lento caminar. Las razones de su traslado, en opinión del arquitecto Sergio Zaldívar -promotor de dicho traslado, responsable de los trabajos y autor del proyecto en este sitio- fueron, por una parte, el peligro de rupturas debido al intenso tráfico vehicular a su alrededor, y por otra, las dificultades que representaba para cualquier habitante admirar la escultura de cerca.
Así, se aceptó sin mayores polémicas, llevar la escultura a la plaza del Senado en las calles de Tacuba; su traslado significó la reunión (no sabemos hasta cuándo) con la genialidad de su autor, Manuel Tolsá, también plasmada en otra de sus obras: el Palacio de Minería.
Con el propósito de conservar una referencia histórica en el cruce de Paseo de la Reforma con Bucareli, donde la efigie permaneció casi 127 años, se colocó ahí una escultura moderna que simboliza "un caballito", del artista plástico Sebastián. La base que sustenta dicha escultura es la boca de una lumbrera del drenaje profundo. Desde entonces, el sitio donde se encuentra actualmente El Caballito se le conoce como plaza Tolsá.
Un dato curioso. Aprovechando su más reciente traslado, dentro del pedestal fue introducida, según relata don Enrique Salazar, una cápsula que contiene un plano regulador de la ciudad, proyectos del Metro al 2000, programas de remodelación para el Centro Histórico y algunas monedas conmemorativas.
Por último, a principios de los años 90 fue propuesta la remodelación del pavimento por el propio Arquitecto Saldívar, inspirada en el proyecto original elíptico de finales del siglo XVIII en el Zócalo. Dicha propuesta no fue realizada, conservándose el pavimento en su estado actual.
Un pendiente indígena
Se dice que Tolsá diseñó originalmente la escultura del caballo de tal manera que una de las patas traseras pisaba un águila azteca y un escudo imperial (chimal o carcaj). Tampoco existen datos fidedignos acerca del águila que, al parecer y según Salazar Híjar, pudo estar en el modelo provisional de madera o bien que, al trasladarse del Zócalo al patio de la Universidad, se eliminó. Sea lo que fuere, el chimal imperial mexica se conserva bajo la pata del corcel y es perceptible a pocos metros de distancia del monumento. Ante los tiempos de posmodernidad por los que atravesamos, no sabemos con certidumbre si El Caballito proseguirá su histórico transitar o quedará para la eternidad en esta bella y bien lograda plaza, donde se resguarda parte de la memoria de nuestra ciudad.