MAR DE HISTORIAS
Demasiado tarde
El corazón sigue latiéndole con fuerza. Adela sabe que ese ritmo le altera las facciones. No le extraña que la gente la mire con temor. Ser vista en esa forma la irrita porque le recuerda el gesto de Felipe siempre que discuten. Cuando ella quiere terminar con los gritos se va a la recámara, cierra la puerta y le da vuelta a la llave sin responder a las súplicas de su marido: "Déjame entrar. No voy a hacerte nada. Sólo quiero que hablemos".
Esta mañana, antes de salir a su trabajo, Adela fue más allá: amenazó a su esposo con irse lejos. Sorprendido, Felipe apenas tuvo fuerzas para preguntarle: "¿Por qué?" Ella le respondió: "Porque estoy harta de tus fracasos y de que nos pasemos la vida peleando. Además, quiero irme. Y no pienses que es broma: puedo hacerlo ahorita mismo".
No mintió: en Contrataciones Marítimas le ofrecieron una plaza en Veracruz con mejor sueldo. Sus dudas para aceptarla se borraron cuando, después del desayuno, Felipe le dijo que corrían rumores de que iban a cerrar la fábrica donde él trabaja. Ella fingió no darse cuenta de su angustia: "Es tu bronca. Ve pensando en buscarte otra chamba".
Ahora, un poco más serena, Adela deplora haber regresado al baño en busca de su cosmetiquera. Felipe la siguió: "O sea que contigo ya no cuento para nada". La voz suave, el gesto derrotado de su marido acabaron de irritarla: "Me perdonas, pero no. Contaste conmigo durante años y en vez de agradecérmelo te dedicaste a humillarme, a largarte con cuanta piruja se te ponía enfrente. ¿Por qué no vas a buscarlas? A lo mejor te apoyan, aunque lo dudo".
Adela huyó del baño y salió del departamento dando un portazo. Mientras bajaba las escaleras, asediada por la distante curiosidad de sus vecinos, lamentó no haber escapado a la casa de su hermana desde la noche anterior, cuando estalló la discusión con Felipe.
El motivo fue una nimiedad: Felipe buscó en el clóset camisas limpias. No vio ninguna y le preguntó a su mujer dónde estaban. "En el canasto de la ropa sucia porque ni siquiera he tenido tiempo para poner la lavadora". Sin intención de reproche Felipe le preguntó: "Entonces ¿qué me pongo mañana?"
Eso bastó para que Adela recordara los momentos en que su marido -indiferente a los esfuerzos de ella en Contrataciones Marítimas- le exigía tenerle siempre la ropa impecable, la comida lista, la casa ordenada. Se vio a punto de retroceder a esa época de su vida y adoptó una actitud cínica y defensiva: "La que usaste hoy, pero si quieres ir muy limpiecito a tu trabajo, ponte a lavar tus camisas. ¿O ya ni siquiera eres capaz de poner la lavadora?"
Felipe no esperaba esa actitud. Habían compartido una pizza mirando en la televisión los estragos provocados por las tormentas en casi todo el país. "Los pobres siempre lo pierden todo", le había dicho conmovida su esposa. No alcanzaba a entender que de un momento a otro ella hubiera vuelto al tono indiferente y duro de los últimos tiempos.
Felipe optó por guardar silencio. Adela interpretó su prudencia como un reproche y estalló: "No te hagas el mártir, porque ni creas que me impresionas. ¿Te parece mal que te lo diga? No veo por qué, si nada más repito lo que me decías cuando lloraba a causa de tus golpes y tus insultos. Los toleré durante años sin decir nada. Gracias a Dios reaccioné. Prefiero matarme que volver a pasar por ese infierno".
Felipe perdió el control: "No te entiendo: te pedí una camisa limpia y me saliste con que he sido un perro contigo. ¿A qué viene eso?" Adela puso cara de fastidio: "¿Ves cómo eres? En cuanto te digo algo que no te gusta te vuelves agresivo. Y si vas a seguir así, dímelo para que me vaya a casa de mi hermana". El le suplicó que se quedara y le pidió disculpas.
Por la mañana todo parecía olvidado hasta que a la hora del desayuno Felipe comentó el posible cierre de la fábrica y ella le confesó que estaba harta de sus fracasos, lo amenazó con irse lejos y, aunque aún era muy temprano, salió a su trabajo.
Conforme Adela camina, el recuerdo de la escena se vuelve más nítido y la lleva a reconocer que fue injustamente cruel. Su comportamiento la avergüenza pero enseguida descarta la posibilidad de disculparse. Acelera el paso. Quiere presentarse lo antes posible en Contrataciones Marítimas para aceptar el puesto en Veracruz antes de que alguna compañera aproveche esa oportunidad.
Un taxista disminuye la marcha. Adela tiene la intención de abordarlo, pero opta por seguir caminando. Le sobra tiempo. Necesita serenarse y recobrar la seguridad antes de entrevistarse con su jefe. Es probable que él le pregunte por qué se decidió tan pronto. Imposible decirle: "Porque mi vida conyugal está hecha polvo y necesito huir de ese desastre; estoy harta de los fracasos de mi esposo, y al mismo tiempo me duele negarle mi apoyo. El no entiende el motivo. No me atrevo a decirle que es mi venganza. No le perdono que su violencia hacia mí me haya transformado en una persona idéntica a como era él: dura, insensible, sarcástica. Es el peor daño que me ha hecho. Sin embargo, soy yo quien siente culpa. Quiero irme lejos, adonde ya no pueda lastimarlo".
Se avergüenza de imaginar la escena. Decide que cuando esté ante su jefe se limitará a darle las gracias y a prometerle que no le fallará a la compañía. Después firmará el contrato obligatorio por un año. Entonces ya no habrá marcha atrás. La noción del plazo la vuelve otra vez insegura y, como siempre que está en una encrucijada, piensa en consultar a su hermana Irasema: ella, como ninguna otra persona en el mundo, sabe el tormento que ha sido su vida conyugal con Felipe.
Adela mira su reloj. No le alcanza el tiempo para ir a casa de su hermana y la llama por su celular. Responde una grabadora. Interrumpe la comunicación. Al verse sola se resigna a suponer qué le habría aconsejado Irasema: "Cambiándote a Veracruz no lograrás nada. A lo mejor te pasas una semana muy entretenida adaptándote a otro ambiente de trabajo. Después te darás cuenta de que tu cambio fue una huida inútil: los problemas entre tú y Felipe seguirán allí. Resuélvelos y luego decide si quieres irte o si puedes seguir soportando malos tratos".
Adela se lleva la mano a la frente pero no logra borrar el sentimiento de culpa. Añora el tiempo en que se libraba de ese horror mediante la confesión. Piensa en cuánto hace que no entra a una iglesia. No vale la pena responder a esa pregunta. Le interesa más prometerse que jamás volverá a hincarse ante ningún hombre -por muy sacerdote que sea- en espera del perdón.
Retoma su camino y la sorprende la lluvia. Corre a guarecerse bajo el toldo de un establecimiento donde reparan cámaras fotográficas. Una mujer llega y tropieza con ella: "Perdón. ¡Adela! Nunca me imaginé... Soy Evelyn". Adela reconoce a quien fue su vecina durante años hasta que se mudó a León: "¿Qué andas haciendo?" "Vine a comprar una cabeza para mi máquina de coser; puse un tallercito. Mientras me la empacan pasé a que le compongan su cámara a Eduardo. Y tú, cuéntame: ¿sigues trabajando en...?" Adela precisa con satisfacción: "Contrataciones Marítimas. Iba para allá pero se soltó el aguacero. Lo bendigo porque así nos rencontramos. ¿Hasta cuándo vas a quedarte en el DF?"
Evelyn hace un gesto desolado, infantil: "Tengo que regresar esta noche, pero prométeme que, en cuanto puedan, tú y Felipe irán a visitarnos. Por cierto, ¿siguen juntos?" Adela murmura: "No sé por cuánto tiempo". Evelyn le acaricia el hombro -igual que cuando Adela bajaba a su departamento para evitar la violencia de Felipe-: "Veo que las cosas entre ustedes no han cambiado y lo siento. Tú vales mucho. Ningún hombre tiene por qué maltratarte, ni siquiera Felipe, aunque lo quieras tanto. Oye mi consejo: has algo antes de que sea demasiado tarde y una de dos: o te mate o te vuelvas como él".
Cesa la lluvia. Intercambian teléfonos. Se aleja cada una hacia su vida. Adela piensa que para ella es demasiado tarde. Ya se volvió como Felipe.