San Agustín
Hoy se conmemora a San Agustín, conocido como de Hipona, quien nació en esa ciudad africana a mediados del siglo IV. De inteligencia excepcional, llegó a tener el primer lugar en la exigente escuela de retórica de Cartago, sitio donde mantuvo una vida disipada y sostuvo relaciones apasionadas con una mujer, a la que tuvo a su lado durante 30 años y con la cual engendró un hijo. A los 32 años, influido por Mónica, su madre, ferviente cristiana quien a su muerte habría de ser declarada santa, se convirtió al cristianismo, dejó la vida mundana, se ordenó como sacerdote y se dedicó a la oración y el estudio, escribiendo obras fundamentales. Entre otras, sus famosas Confesiones; se le ha considerado el primer filósofo del cristianismo. En el año 391 fue consagrado como obispo de Hipona.
Dio origen a una de las órdenes mendicantes más importantes; a la nueva España llegaron los agustinos el 7 de junio de 1533. Les habían precedido los franciscanos y los dominicos, que se establecieron en los mejores sitios de la ciudad, que aún estaba rodeada de lagos y cruzada por canales, lo que limitaba los predios disponibles. Finalmente lograron que se les cediera un paraje llamado Zoquipan, que en náhuatl significa "en el lodo", pues se trataba de un terreno pantanoso, lo que dificultó enormemente la construcción del convento y templo.
El rey Carlos V ordenó que se les dieran las rentas del pueblo de Texcoco, como apoyo para pagar la edificación, y más tarde él mismo costearía la obra. Esta se realizó con muchos problemas, principalmente hundimientos constantes que obligaron a que se rehiciera varias veces. En el siglo XVIII alcanzó su máximo esplendor, siendo una de las edificaciones conventuales más grandes y opulentas. Llegaron a ser tan poderosos que en la manzana contigua, sobre la calle de Mesones, levantaron el noviciado y se dieron el lujo de construir un puente para pasar directamente; esto llevó a que ese tramo de la calle se conociera como Arco de San Agustín.
En 1861, a partir de la aplicación de las Leyes de Exclaustración, cuando los agustinos fueron obligados a abandonar las instalaciones, comenzó su deterioro. El convento y noviciado fueron derribados, los altares de la iglesia, que eran unas joyas barrocas, fueron desmontados y la sillería del coro, una auténtica obra de arte con 254 pasajes del Antiguo Testamento, exquisitamente labrados por el escultor Salvador Ocampo, fue vendida; afortunadamente una parte se conserva en el salón conocido como El Generalito, en el antiguo Colegio de San Ildefonso.
Desde los años treinta del siglo XIX se había hablado de la creación de una Biblioteca Nacional, que se formaría con los fondos de los conventos, que ya desde entonces los liberales pensaban suprimir. En 1867 se decidió acondicionar el templo de San Agustín como sede. Realizaron la obra dos prestigiados arquitectos: Vicente Heredia y Eleuterio Méndez, quiénes conservando básicamente la espléndida arquitectura, le hicieron cambios, sobre todo decorativos, para quitarle el semblante religioso. Respetaron la fachada principal, agregándole un tercer cuerpo formado por dos cariátides a cada lado de la ventana octagonal del coro, rematando con un asta bandera entre dos figuras alegóricas. Un gran relieve de San Agustín rodeado de ángeles, frailes y prelados, ocupa el sitio principal.
El atrio se transformó en un jardín adornado por una estatua del barón Alejandro von Humboldt, obsequio del káiser Guillermo II. El espacio está rodeado por una reja, cuyos pilares sostienen bustos de mexicanos ilustres. Hace muchos años que la Biblioteca Nacional se trasladó a Ciudad Universitaria y el majestuoso San Agustín permaneció cerrado durante mucho tiempo, ya que padecía un severo hundimiento, lo que, como ya vimos, está en su destino desde su nacimiento en el pantano. Por suerte hoy existen excelentes ingenieros estructuralistas y avanzadas técnicas, que lo han salvado de su inminente derrumbamiento y parece ser que próximamente se establecerá ahí el Museo del Libro.
Vámonos corriendo a comer porque ya comenzó a llover, con lo que han menguado los calores, por lo que con más tranquilidad podemos degustar los frutos del mar. A tres cuadras, en Uruguay 3, se encuentra el tradicional restaurante El Danubio, donde podemos agasajarnos con unas manitas de cangrejo, para acompañar el aperitivo y después la clásica sopa verde de mariscos, para compartir, al igual que los langostinos con mojo de ajo al lado, para que cada quien le ponga su gusto y el imprescindible vino blanco seco. Si el presupuesto está parco, tienen un menú con cuatro platillos sabroso, económico y abundante, que va muy bien con una cervecita bien fría.