El efecto López Obrador
Cuando Andrés Manuel López Obrador fue despojado del fuero que tenía como jefe de Gobierno del Distrito Federal, en Monterrey no se reunieron más de un centenar de personas para protestar contra el atropello. El acto más significativo condenando la medida fue el desplegado que publicaron 162 intelectuales y artistas en los principales diarios de la ciudad y en la revista La Quincena.
En su primera visita a la capital de Nuevo León para promover su aspiración a la Presidencia de la República, los organizadores vieron desbordadas sus expectativas. López Obrador logró convocar a más de 4 mil ciudadanos: un acto inédito en la historia de la izquierda local en jornadas previas a la elección interna de los candidatos a ese puesto.
En las malas, poca gente; en las que se calcula pueden ser buenas, un claro síntoma de cargada.
Antes las compañías de teatro solían decir que si les iba bien en Monterrey ya podían pensar en el éxito de su puesta en escena. Lo mismo, acaso, pueda decirse de la trayectoria de López Obrador rumbo a las elecciones federales de 2006.
Dominada por el bipartidismo PRI/PAN, la política electoral ha sido adversa a la izquierda en Nuevo León desde la reforma de 1977. Su promedio no ha rebasado 10 por ciento de la votación y, en el caso del PRD, su límite consistente ha rondado apenas 2.5 por ciento gracias, entre otras cosas, a su ausencia de compromiso con las causas sociales de la entidad y a sus pugnas internas por el milímetro cuadrado de poder administrable.
En 1988, cuando Cuauhtémoc Cárdenas obtenía un claro triunfo en la capital del país, Nuevo León registró la captación de votos más baja después de Yucatán para el frente encabezado por el fundador y líder moral del PRD. En las dos siguientes elecciones no mejoró sensiblemente su posición.
El efecto López Obrador se hizo sentir en Nuevo León si se toma en cuenta que Monterrey concentra 85 por ciento de la población del estado. El controvertido ex jefe de Gobierno, que mostró sus dotes tribunicias -no sólo por su habilidad oratoria, se entiende- al público que acudió a escucharlo, causó buena impresión. Así, al menos, lo hizo saber la prensa más visible de la localidad.
La coyuntura no fue la más propicia para el aspirante perredista. Las declaraciones del subcomandante Marcos y de Cuauhtémoc Cárdenas militaron en su contra. Para cierto sector de la población donde a los más jóvenes convence cualquier discurso contra la autoridad, los dicterios del jefe zapatista descalificando a los dos líderes del PRD que se disputan la candidatura presidencial eran más que merecidos; para otro sector, desde luego más amplio, la embestida de Marcos fue un acto de provocación en el que no faltaron, es verdad, señalamientos justos. Pero por justos que éstos fueran, la intención del subcomandante no fue evaluar al PRD ni a Cárdenas y López Obrador, sino dar armas a sus adversarios. En labios de priístas y panistas, las palabras del antaño satanizado rebelde del sureste mexicano cobran ahora el valor del más alto magisterio. "¡Ya ves lo que dice Marcos!" El filisteísmo no tiene límites. Pero están lejos de ser la expresión de un movimiento indígena ajeno, por razones culturales y de lógica insurgente, a la enfermedad y al ajuste de cuentas ("los haremos pedacitos").
A esa inconsecuencia, Marcos sumó la de dinamitar cualquier posibilidad de debate con López Obrador o Cuauhtémoc Cárdenas. A nadie se puede llamar traidor y pretender al mismo tiempo que acepte un debate. La otra campaña pudo ser un aporte al proceso electoral en curso, sobre todo porque la plataforma política de AMLO se resiente de excesiva tolerancia hacia las fuerzas del capital. Será muy difícil que ahora tal aporte pueda servir a la candidatura del PRD o de un frente de izquierda. Quizás pueda fortalecer a esta corriente, pero no en el marco de la contienda electoral ni tampoco en lo que pudiera ser el perímetro de su gobierno si gana la elección. Esa será otra historia por contar.
Por su parte, Cárdenas había manifestado su propósito de estar en las boletas electorales de 2006. Muchos, que lo respetan y quieren, comparten con él ese propósito. Sí, querrían verlo en las boletas electorales, pero como candidato a senador. Su propia experiencia le advierte a Cuauhtémoc que el liderato emergente lo ostenta Andrés Manuel. En 1988 y aún en 1994, este tipo de liderato lo encarnó el abanderado del Frente Democrático Nacional. Cárdenas fue el caballo negro de las elecciones de 1988. En esa primera ocasión fue despojado del triunfo por Carlos Salinas, que ahora pretende erigirse en factótum de la política nacional, en lo que él mismo calificó de golpe de Estado técnico; la segunda por la alianza del PAN con el PRI en escandalosa negación del espíritu opositor de Manuel J. Clouthier. Ya en las elecciones de 2000, el liderato emergente lo ostentaba otro hombre y desde una definición ideológica opuesta: Vicente Fox.
A raíz de su estancia en Monterrey, el presbítero Francisco Gómez Hinojosa, responsable del secretariado social de la diócesis, hizo una reflexión que parece válida para la situación interna del PRD y para el futuro de Andrés Manuel y de Cuauhtémoc. A Heberto Castillo se le reconoce por su reciedumbre como luchador social e impulsor de la democracia en México, pero también por un gesto de coherencia y generosidad políticas: haber declinado su candidatura en favor de la de Cuauhtémoc Cárdenas. Este mismo gesto le pide el padre Paco al líder moral del PRD.
El artículo publicado en Milenio Diario (22/8/05) por Gómez Hinojosa es significativo, no sólo por la cálida recepción del obispo a López Obrador en la sede obispal, sino porque Gómez Hinojosa es uno de los intelectuales progresistas de la Iglesia católica.
A pesar de la coyuntura adversa, la popularidad de López Obrador se puso de manifiesto en Monterrey, ciudad aparentemente yerma para la flora de izquierda.