Usted está aquí: jueves 25 de agosto de 2005 Opinión Mis maestros

Héctor García

Mis maestros

Ampliar la imagen Gloria Mestre.Tomada del libro H�or Garc� de editorial Turner FOTO Hector Garc� Foto: Hector Garc�

Antes de nada debo agradecer a los miembros de la Academia de Artes la distinción, que me llena de orgullo, de haberme elegido para formar parte de este cuerpo colegiado.

Doble orgullo me merece y honra ocupar, de alguna manera hay que decirlo, el sitial de mi maestro Manuel Alvarez Bravo.

Maestro de maestros, don Manuel trazó una línea en la fotografía mexicana que otros, muchos de nosotros, cruzamos o seguimos de acuerdo a nuestro libre entender.

¿Qué es la fotografía? ¿Qué es ser fotógrafo? Las respuestas a las necias preguntas han cambiado a lo largo de la corta historia de este arte, de este medio, que en buena medida revolucionó y transformó la manera de ver, percibir y hacer las cosas de los dos últimos siglos, por no hablar del futuro que no sabemos adónde nos conducirá.

Para mí, el tema fotográfico fue muy claro desde el principio. No he sido un hombre de ideas preconcebidas, mi vida es y ha sido la del cambiante trabajo diario casi desde el día que nací, pero con mi intuición descubrí que tenía que aprender de mis maestros y aprehender de la realidad. Mi contexto social ha sido el mismo de la película Los olvidados, le he repetido a los que quieren escucharme, pero con los años también he comprendido que la diosa fortuna me reservó un final inesperado en mi película personal e hizo que no acabara en un tiradero de basura como el personaje de Buñuel.

Para que mi vida no tuviera tintes trágicos mucho tuvieron que ver mis maestros. Ya he mencionado a don Manuel, pero no fue el único. A lo largo de mi vida me precio de haber tenido grandes mentores, y además, de haber sido un buen alumno.

Debo recordar en primerísimo lugar a alguien que no tuvo que ver con mi oficio, pero que me dio y me permitió tener mi primera herramienta de trabajo. El doctor Gilberto Bolaños Cacho, de la Correccional para Varones. Tuve una educación principesca. Supe de las mañas, de los artificios para cometer una y mil pillerías directamente de espléndidos maestros, niños y jóvenes, expertos en todo clase de hurtos y medios de sobrevivencia en una sociedad inequitativa y explotadora; pero además supe de la ternura, la persistencia, el cariño y la sabiduría de los doctores maestros y trabajadores sociales... Pero sobre todo, recuerdo la figura y el tacto del maestro Angel Salas, que lo mismo nos daba clases de esgrima como nos enseñaba a pulsar las cuerdas del violín; a conocer la música de Bach, los poemas de Rilke, las indignaciones y la fuerza de Tolstoi, de tal manera que extraño esa alma máter que fue para mí la correccional.

A los años de internamiento, el doctor Bolaños me tomó aprecio y me convidó a acompañarlo a pescar en las lagunas de Zempoala, cerca de la ciudad de México. Allí, recibí mi primera cámara fotográfica.

En todas partes donde me paré, procuré estar a la sombra de gente que me pudiese ayudar, que fuese un ejemplo para mí. Esa fue la parte que yo puse, que siempre fui dúctil, que siempre tuve esa actitud de aprender.

Urgido por la necesidad, emigré en los años de la Segunda Guerra Mundial a Estados Unidos y allí hice mis primeros intentos en el oficio de la lente.

De regreso en México en 1945 y con la recomendación del doctor Bolaños Cacho entré a trabajar como barrendero-mensajero en la revista Celuloide dirigida por Edmundo Valadés, y allí conocí a importantes escritores de las letras mexicanas como Salvador Novo, Xavier Villaurrutia, José Revueltas y Efraín Huerta.

Don Edmundo Valadés me despojó de la escoba y me encaminó a estudiar en el Instituto Cinematográfico Mexicano donde conocí a los fotógrafos Manuel Alvarez Bravo y Gabriel Figueroa. Todos son mis maestros. Me lleno la boca recordándolos.

Viajero y aventurero, con la vocación definida y con todas las posibilidades de llevar a cabo el trabajo que más me gustaba, me encontré rodeado de grandes nombres y personajes que propiciaron que en mi vida acertara de alguna forma. Insaciable con el disparador -me gusta decir a la manera de Francisco Villa que primero disparo y después averiguo-, convertido en un auténtico tirafotos, hice crecer el archivo que rebosa de imágenes y que se acumulan con el trabajo diario: decidí difundirlo en el medio que mejor conocí y aprecio: la prensa. Aquí di en el blanco. Mi trabajo en la prensa de México tuvo como peculiaridad que fue acompañada de textos redactados por los entonces noveles periodistas Julio Scherer, Deschamps y Manuel Becerra Acosta, de tono burlón, irónico y en general de chacoteo. Otra vez me rindo ante mis mentores. Siqueiros, Rivera, Orozco, mi amigo Gironella entre los pintores; Benitez, Novo, Monsiváis y Elenita del gremio de escritores, todos a su manera fueron maestros en mi vida. Yo, que vine al mundo despojado de todo, aprendí con todos ellos a escribir con luz.

Discurso de ingreso a la Academia de Artes

 
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