Tras su aparición hace casi 200 años, hoy renace, dice el historiador Felipe Avila
Agrarismo, entre las corrientes políticas más duraderas en México: Enrique Semo
En el siglo xix los indígenas padecieron más despojos que en la Colonia: Carlos Montemayor
El movimiento armado agrario encabezado por el general Emiliano Zapata y el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), que lidera el subcomandante Marcos, no pueden explicarse simplemente a partir de sendas individualidades, sino como resultado de prolongados y complejos procesos sociales y políticos con profundas raíces.
El zapatismo campesino en Morelos y el zapatismo indígena en Chiapas "tenemos que entenderlos en función de muchas causas sociales, culturales, políticas, históricas, religiosas. De otra manera nos veríamos en el grave peligro de no entender la continuidad del zapatismo".
Esto sostuvo el escritor y estudioso de las culturas indígenas Carlos Montemayor, durante la mesa redonda Zapata y el zapatismo, efectuada ayer en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Por su parte, Enrique Semo explicó que, con una historia que cubre alrededor de 150 años, "el agrarismo es una de las corrientes más ideológicas y políticas más duraderas e influyentes de la historia de México".
Desde la primera mitad del siglo xix -dijo el historiador- "se produjeron brotes precursores y todavía hoy, a principios del siglo xxi, esta corriente conoce un renacimiento inesperado".
Felipe Avila, académico del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, sostuvo en su turno que el movimiento encabezado por el general Zapata, "es el movimiento agrario por antonomasia, no solamente de la Revolución Mexicana sino quizá de la historia de México, y uno de los que más influencia han tenido a escala internacional".
De acuerdo con Avila, esto explica "la trascendencia del zapatismo" hasta el presente.
Carlos Montemayor fue insistente al señalar que figuras como Emiliano Zapata, Francisco Villa o el propio subcomandante Marcos "son incomprensibles si solamente las queremos reducir a una personalidad brillantísima y destacada".
También "es imposible creer que solamente de su dimensión individual puedan derivarse la totalidad de explicaciones para que una figura así y el movimiento que representan sigan teniendo una repercusión o una influencia en procesos sociales y políticos posteriores".
El autor de Guerra en el paraíso se refirió también al continuo despojo de tierras que han padecido los pueblos indígenas en favor de la propiedad privada y en nombre del "progreso y la civilización".
Según ese esquema, "las tierras comunales" responden a una visión primitiva de la propiedad.
Ofreció un dato revelador: "A lo largo del siglo xix se despojó, se vulneró, a las comunidades indígenas mucho más que en los tres siglos de dominación colonial".
Sin embargo, ese tipo de hechos no son cosa del pasado: "Esta mañana abro La Jornada y hay una nota donde dice que en estos días los ganaderos de Ocosingo y Altamirano se han reunido para protestar porque las tierras que les fueron expropiadas a raíz del levantamiento del EZLN y por las que se les pagó muy buen dinero, según ellos, están ociosas y, por tanto, deberían pasar de nuevo a sus manos para hacerlas productivas".
De acuerdo con Montemayor, esto refleja dos formas diferentes de relación con la tierra: "Desde los orígenes del México independiente, los puntos de vista jurídicos, legales, políticos y económicos han sido utilizados como mecanismos de despojo de las tierras comunales o indígenas".
En ese sentido, "gran parte del concepto que tenemos del zapatismo está vinculado desde antes de la Revolución con un concepto que no sólo significa reclamo de justicia social diferente, sino también a la propia configuración cultural de gran parte de las culturas del mundo indígena mexicano". Este aspecto -señaló Montemayor- "no siempre nos queda claro, porque lo vemos desde una perspectiva diferente".
Semo dedicó la mayor parte de su intervención a repasar el desarrollo de las ideas del agrarismo mexicano, dentro del cual se inserta el movimiento encabezado por Emiliano Zapata.
El historiador, ex secretario de Cultura del Gobierno del Distrito Federal, hizo notar que en los movimientos revolucionarios y socialistas de los países de desarrollo tardío, como México, han existido "dos actitudes diametralmente opuestas hacia el campesino y su sociedad".
Ambas posiciones están ejemplificadas por las obras de "dos hombres excepcionales". De un lado, Máximo Gorky, con su artículo "Sobre el campesino ruso", que escribió para una enciclopedia inglesa, en 1920; del otro lado está A. V. Chayanov, un ingeniero agrónomo ruso, con un libro que tituló Viaje de mi hermano Alexis al país de la utopía campesina.
La visión de Gorky era que, dados su atraso, su atavismo y su crueldad, el campesinado ruso tenía que ser sustituido totalmente por un mundo moderno, industrial, culto.
Chayanov, en cambio, no considera la economía campesina como "simple residuo del pasado, ni considera que su legado sea irrecuperable para la sociedad capitalista, o poscapitalista, bien como sociedad ideal o bien como forma de transición al socialismo".
Esta es la visión del agrarismo que predomina en el México de los años veinte.
Tras hacer un repaso por las distintas etapas de la historia del agrarismo en México (incluidas las reformas agrarias de Benito Juárez, la de Porfirio Díaz, y la que surge durante la Revolución), Semo subrayó que agrarismos hay muchos, "pero lo que distingue a los zapatistas es que colocan el problema de la reforma agraria radical en el centro, como el faro que guía su táctica y estrategia revolucionaria".