Por izquierdas con adjetivos
Un debate central en América Latina se desdobla implícitamente en tres interrogantes: ¿puede la izquierda gobernar?, ¿quiere la izquierda gobernar?, ¿debe la iz-quierda gobernar? Las tres interrogantes tienen, empero, una matriz común. El terreno donde se libra una controversia clave parece ser el ámbito de la definición de qué es la izquierda.
La polémica sobre la definición de izquierda puede instalarse desde el deber ser. Entonces, es el reino de mis convicciones en relación con las de otros. Establece una visión y una ruta a seguir, un conjunto de convicciones y también una serie de filias y fobias. Tiene un propósito de reforzar una específica identidad. Uno puede entonces decir: ser de izquierda es estar en contra de tales cuestiones y apoyar tales otras. O no se puede ser de izquierda si no se aceptan tales principios. Este ejercicio es útil para autodefinirse, pero quizá no ayuda a entender la realidad ni la coyuntura y menos aún las opciones estratégicas.
Otra manera de enfrentar la polémica es trasladar el ámbito de la discusión. Izquierda y derecha son conceptos rebasados por la realidad, se dice. Pero no se explica ni por cuál realidad ni cuáles son los conceptos con los que se sustituyen esos referentes. Es cierto que la definición clásica de izquierda como un conjunto discursivo social articulado alrededor del concepto de justicia y de derecha como otro conjunto articulado en torno al concepto de libertad admiten muchas combinaciones a partir de cómo se definen justicia y libertad. Y cómo se llevan a la práctica, es decir, cómo se transita de una declaración de principios a un plan de acción, de una propuesta programática a la cristalización de una coalición de fuerzas sociales.
Tampoco la idea de cambio define territorios, como bien sabemos. Esta creciente dificultad para establecer fronteras discursivas y políticas lleva a usar crecientemente adjetivos. Izquierda reformista o izquierda revolucionaria: la clásica en la historiografía socialista. Otros recurren a nociones más contemporáneas y amplias en su acepción: progresistas, globalifóbicos, alterglobalizadores, reformistas.
En mi artículo del pasado 6 de agosto me refería a una triple crisis para caracterizar un determinado clima político. Por una parte, una crisis de expectativas respecto de lo que pudieron significar para los ciudadanos los cambios en las formas de gobernar y en sus contenidos. Por otra parte, una crisis en el concepto de espacio público como resultado de los efectos combinados de la inseguridad ciudadana y la percepción de una inequidad en las decisiones públicas. En un ámbito que es más decisivo para la idea misma de la política y los bienes públicos, señalaba la contundencia de una crisis moral a raíz de escándalos por corrupción que involucran a gobiernos progresistas.
En este contexto, otra manera de definir a la izquierda es partir de lo que nos indican los propios agrupamientos, movimientos y partidos que se reclaman de izquierda. Ahí se pueden palpar dos conjuntos de fuerza sociales que dan, a su vez, origen a dos tipos de discursos. Quienes se conciben gobernando en un régimen republicano y se preguntan desde esa perspectiva sobre las reglas del juego que pueden favorecer una nueva moral pública, y quienes, privilegiando la acumulación de fuerzas de largo aliento, ponen el acento en la naturaleza policéntrica del poder político.
Ambos conjuntos son contradictorios. Sus estrategias, sus ritmos políticos, sus prioridades programáticas y sus estilos de hacer política son contradictorios. Son un juego de suma-cero. No se trata de una visión de corto plazo frente a una de marca estatégica. Ambas están concientes de las coyunturas y estructuras. Tampoco se diferencian en la búsqueda de construcciones sociales históricas más allá de simples convergencias ocasionales.
Pero hay para América Latina dos temas cruciales que marcan diferencias y rutas distintas. Por una parte, el compromiso con la democracia en un sentido clásico, como tolerancia de la diversidad. Por otra parte, me parece que la prueba justa para convalidar el compromiso con la democracia está en la aceptación de la diversidad de la izquierda. Aceptar las presencia de las izquierdas, ni como mal menor ni como problema táctico. No como traición, sino, más bien, como destino. Es decir, izquierdas con adjetivos.