Una ciudad diferente
Cuando los ejércitos nazis cayeron derrotados en Stalingrado y fueron hechos prisioneros en enero de 1943, Alemania había perdido la guerra, y los alemanes lo entendieron pronto. Quienes dos años antes habían aclamado a Hitler, luego de los avances fulminantes de sus divisiones motorizadas en Polonia, Checoslovaquia, Holanda y Francia, ahora le reclamaban y le exigían lo que ya nunca podría darles. Las protestas eran continuas y fueron en aumento, hasta que la realidad misma de la guerra los llevó nuevamente a cambiar de actitud.
Este cambió comenzó a darse con los bombardeos aliados que cada noche azotaban con terror a Berlín y a las demás ciudades alemanas. El infierno duró 16 meses, en los que el pueblo alemán tuvo que sufrir la violencia que antes sus tropas habían sembrado entre sus naciones vecinas. Cada día que pasaba los berlineses tenían que acudir a sus trabajos luego de una noche de angustia, ante el ulular de las sirenas, el tronido de las bombas y el rugido de los bombarderos. El viaje de ida y vuelta al trabajo les permitía observar el proceso continuo de destrucción que lo dificultaba todo.
La pesadilla diaria dejó de serlo luego de varias semanas, para convertirse en realidad cotidiana, la única realidad posible para ellos. Los hombres y las mujeres de Berlín, de Francfort, de Dresde y de otras ciudades más aprendieron que los bombardeos, la destrucción, el desquiciamiento del orden, la falta absoluta de seguridad, eran parte de sus vidas y olvidaron que antes había sido de otro modo; quizás fueron esos sentimientos los que les permitieron sobrevivir luego, cuando el agua y la energía eléctrica dejaron de fluir normalmente, cuando los víveres y las medicinas empezaron a escasear. La capacidad de sobrevivencia de los seres humanos fue puesta a prueba en las condiciones más terribles de la historia moderna, y los alemanes lograron sobrevivir, dejando una gran lección, o mejor dicho, varias lecciones, que vale la pena analizar.
La más importante para nosotros, en las condiciones actuales, es esa capacidad de los seres humanos para adaptarse al deterioro de manera natural. Nosotros, desde luego, no padecemos ni hemos padecido una guerra reciente, pero hemos aprendido a vivir rodeados de basura y de vendedores ambulantes en las calles, a aceptar los microbuses como un medio normal y adecuado de transporte público, a escuchar que la economía del país ha estado estancada en todo el sexenio, pero que la del Distrito Federal ha estado dos puntos por abajo del promedio nacional, a aceptar la inseguridad y sus riesgos como parte de nuestra vida, todo ello sin generar de nuestra parte un signo de enojo.
Para muchos habitantes de la ciudad, tener agua sólo por unas horas cada semana forma ya parte de su cotidianidad, el hecho de que la ciudad no tenga áreas verdes en la mayor parte de sus desarrollos urbanos carece de importancia, al igual que los vendedores ambulantes se apoderen de la vía pública, como lo hacen los transportistas, que convierten las calles en chiqueros, al instalar sin mayor trámite sus terminales en ellas.
La lista es interminable; los problemas de salud, de vialidad, de seguridad pública, no sólo persisten, sino crecen, ante la indiferencia de la sociedad y de las autoridades. Tal aceptación y disimulo sólo tendrán como resultado la continuación del deterioro actual.
Por ello, tenemos que aprender a pensar diferente, pensar que una ciudad diferente es posible y que cualquier esfuerzo que podamos hacer en esa dirección es importante, porque nos cambiará el futuro.
Los ejemplos de ciudades que pudieron rescatarse a sí mismas del deterioro, del envejecimiento, del decaimiento de sus infraestructuras de servicio, de la inseguridad y la violencia, son muchas; allí están los casos del mismo Berlín, de Londres, de Leningrado, de Nueva York, de Tokio, de Bogotá y de Sydney. La ciudad de México puede y debe salir adelante, ser desde ya una ciudad diferente.
Con la presentación de su programa de gobierno para el Disstrito Federal en días pasados, el senador Demetrio Sodi ha dejado clara desde ahora su capacidad para liderar el cambio que nuestra ciudad necesita. Sus mayores obstáculos radicaban, paradójicamente, en su propio partido, donde varios contendientes se disputan la candidatura a la jefatura de Gobierno, sin poseer la mínima capacidad para enfrentar, ni entender, los retos que la ciudad representa.
El fortalecimiento de las instituciones, el desarrollo integral de las vialidades y del transporte público, el rescate de las escuelas y de los mercados, el establecimiento de los parques y áreas verdes que la sociedad necesita, el restablecimiento de los programas de competitividad y crecimiento económico, forman todos ellos el elemento central para crear esta ciudad diferente. Por ello me congratulo de la decisión de Sodi, y recomiendo a la población en general y a los lectores de La Jornada que conozcan y analicen sus planteamientos para nuestra ciudad.