Las manías del escritor y traductor, ''que las tenía todas'', se presentan en Bellas Artes
Abrieron muestra para acercarse a la cotidianidad de Juan García Ponce
''Cuidadoso de la estética, odiaba que las cosas se pusieran mal'', manifestó María Luisa Herrera, asistente durante casi 14 años del autor de Crónica de la intervención
''Puedo enorgullecerme de la fidelidad a mi vocación de escribir. Esa ha sido mi verdadera vida, a pesar de todas las veces en que mis deseos se han dirigido, además de escribir, a alguna mujer."
Palabras del escritor Juan García Ponce que decoran una de las seis salas del Palacio de Bellas Artes dedicadas a mostrar, desde este miércoles, los objetos cotidianos que acompañaron al autor de El gato durante su vida, en la exposición Trazos y encuentros.
La muestra, que incluye libros, documentos, fotografías, pinturas, artículos personales y originales de sus novelas ofrece una perspectiva vasta y deja intuir un aspecto más personal: sus manías.
Las tenía todas, dice su hijo Juan García Oteyza. Desde levantarse a la misma hora todos los días (a las nueve de la mañana), tomar el mismo desayuno (café y jugo) y conocer exactamente el lugar en el que se encontraba cada objeto en la casa, hasta escribir a la misma hora y releer los mismos autores.
''Era un maniático, sobre todo en su trabajo: por ejemplo, en sus traducciones siempre estaba buscando la palabra precisa. Las malas traducciones lo irritaban muchísimo."
Una piedra como pisapapeles
Las obsesiones de García Ponce comenzaban desde que entrabas a su casa. Sobre su escritorio sólo debían estar sus papeles, un diccionario, las cosas que usaba para escribir. Estos son los recuerdos de María Luisa Herrera, quien fue su asistente durante casi 14 años y que prepara un libro con una entrevista al autor de Crónica de la intervención, y otras 30 pláticas con amigos, familiares, editores y personas relacionadas directamente con él.
''Los textos que estaba trabajando al terminar el día tenían que tener una piedra encima que usaba como pisapapeles, eran piedras de río maravillosas que colocaba sobre los textos que no se habían publicado; los ya publicados salían del escritorio y se ponían en otro.
''Dictaba casi siempre de corrido dos horas u hora y media, y al día siguiente hacía las correcciones. Cuando empecé a trabajar con él -en abril de 1990- él mismo leía, se le ponía un atril, pero poco después comencé a leerle lo que había escrito un día antes y entonces corregía.
''Era muy impresionante ver a Juan corregir, porque a veces no te dabas cuenta y te decía: 'oye esa palabra la usé hace dos párrafos'. Yo respondía que no y él insistía, y ahí estaba la palabra. Todas las correcciones tenían que entrar en la misma página. Primero me dijo coda, porque dejaba un margen muy pequeño, me decía: 'eres muy coda, no va a caber nada'; pero todo cabía, sin importar el tamaño de la corrección: hay hojas que tienen mil correcciones."
No trabajaba en una misma cosa. Un día podía escribir una novela, al día siguiente un artículo y después un ensayo. A veces no quería escribir y entonces leíamos, agrega.
''Tenía manía de todo. Si el cuadro estaba mal acomodado decía 'este cuadro está chueco' y había que acomodarlo. Sus libros tenían que estar en un orden muy especial y de acuerdo a sus preferencias. En el librero donde se encontraban sus libros estaban él, Borges, Nietzsche, Paz, Lezama Lima. Si sacabas un libro lo tenías que dejar en el mismo lugar y él sabía exactamente dónde estaba.
''El cristal que daba al jardín siempre debía estar limpio para ver el árbol, un trueno, que lo acompañaba. Era muy cuidadoso y muy maniático, odiaba que pusieras cosas que se vieran mal, todo tenía que ser como parte de la estética. Era muy cuidadoso de la estética."
Todo esto se adivina, se intuye, en la muestra a cuya inauguración, el miércoles por la noche, asistieron cientos de personas para acercarse, siempre un poquito más, ya no a la obra sino a la vida de Juan García Ponce.