Vlady (1920-2005): "Abrir los ojos"
Este in memoriam que dedico a un artista a quien llegué a tratar en episodios varios, no es un panegírico, sino un recuento de lo que me fue dado percibir de él. En primer término diré que sin Isabel Díaz, su esposa de toda la vida, a quien conocí en la misma ocasión (1979) en que entablé con él una primera conversación, Vlady probablemente hubiera sucumbido, víctima, como su padre Víctor Serge, de un infarto o de sobrecarga síquica producto de su propia historia.
Con su padre estuvo en el Gulag que el premio Nobel 1970 Alexander Soljenitzin nos hizo conocer hacia 1973 en una de sus más conocidas narraciones, heredera de La casa de los muertos, de Dostoievski.
El verdadero nombre de Vlady era Vladimir Kibalchich Rusanov y murió el pasado 21 de julio de cáncer en el cerebro, dolencia que funciona como metáfora a las represiones que padeció en etapa temprana de su vida, habida cuenta de que su madre, Liuba, pereció en Aix en Provence en un asilo de enfermos mentales y a que su padre, a la vez mentor y maestro de un hijo (que lo adoraba) y escritor notabilísimo, habría de dejar este mundo ya en México el mismo año, 1947, en el que su vástago contrajo nupcias con Isabel iniciándose en su trayectoria mexicana. Su decurso profesional europeo se inició desde que junto con su familia vivió en Bruselas y luego en Francia al lado de los anarcosindicalistas, frecuentando talleres de personajes como Wifredo Lam, Víctor Brauner y A. Maillol.
Conozco los murales (2 mil metros cuadrados) de la Biblioteca Lerdo de Tejada de la Secretaría de Hacienda. Hay fragmentos muy logrados, pero yo no podría leer allí ni dos páginas porque formas y colores vibran al grado de impedir la concentración y lo mismo sucede con otras pinturas suyas en gran formato. Hay pocas que a mi juicio son contundentes, aunque todos sus autorretratos lo son y la mayoría de sus retratos también. Pero el que le hizo al venerable obispo don Samuel Ruiz me parece un trabajo de ocasión y de oportunidad. Fui a verlo cuando se exhibió, no creo que esté a la altura de otras piezas suyas, por más que casi todas las personas que se han ocupado de él lo mencionan.
En cambio quiero destacar dos ramas importantísimas en su quehacer: la de dibujante y grabador de primera línea y la de teórico y buen lector. Esta solió acompañarse de otra facultad que lo distinguió: fue un magnífico editor y cuidó sus publicaciones al máximo. Tengo en mi poder (con dedicatoria manuscrita) Abrir los ojos para soñar (UNAM- Siglo XXI) en la que se reproducen dibujos suyos a partir de 1947; casi se trata de una edición facsimilar y lo mismo sucede con varias de las reproducciones del libro publicado por la UNAM en 1974, con texto de Berta Taracena.
Vlady pensó mucho en la pintura y veneraba a los renacentistas. Siempre habló de lo que él denominaba ''técnica veneciana", sin que yo haya podido percibir hermandad entre, digamos, Giorgione y Tiziano y sus propias armazones cromáticas, aunque algo ha de haber. Vlady pensaba que la apariencia mate (seca se diría) propia de varios cuadros de Tamayo, debería ser de otro modo, y llegó a decir que por dentro el color de algunas obras del oaxaqueño era el color del tepetate. (Pues qué hermoso puede ser el color tepetate, me digo).
Le gustaba la pintura de Bartolí, a quien le hizo una exposición en la Galería Prisse, fundada por Isabel y por él mismo y no por haber sido de vida breve (dos años escasos) dejó de cumplir una función muy importante.
El libro antes mencionado es catártico, a manera de diario y contiene, como es lógico, una que otra contradicción, además del testimonio de su admiración rendida y justa por personalidades pictóricas tan opuestas como Rubens y Rembrandt o como Antonello da Messina y Tintoretto -recuerdo que al veneciano lo recreó en un cíclope-. Como publicación y diseño editorial es una joya impresa en Artes Gráficas Panorama, no en editorial francesa. Lo terminó en Cuernavaca en 1998 y a los ejemplares ''de autor" les adhirió, cosido, un grabado en tributo a Rembrandt.
Como homenaje póstumo estaría bien reditar ese libro ''para todos y para nadie", según sus propias palabras. Lo fue para sí mismo y lo retrata de cuerpo entero. Este escueto recuerdo terminará con frases suyas: ''Procedo de la URSS y mi cultura familiar es de la mayor experiencia dramática". ''Probablemente imposible de conocerse a sí mismo, el pintor puede acceder a esta tarea como a un autoanálisis de su producción".
Vlady era muy freudiano, pero también admiraba a Cesare Lombroso, cosa que me parece, por lo menos, muy peculiar. Pero así era Vlady: muy peculiar. Decía: ''¡Ahora me da coraje y ganas de pelear!" o ''pintura es prestigio del tiempo".