¿Quién ha firmado esto por mí?
Hoy todo ciudadano está de acuerdo en que los procesos electorales en México son probablemente los más caros del mundo. Las razones pueden ser varias: cuantiosas prerrogativas a grupúsculos que no representan un sector significativo del electorado; la intervención de los medios de comunicación privados que podría llevarse el 60 por ciento de esas prerrogativas y la ineficiencia de una burocracia política que siempre repite lo mismo sin comprometerse a nada.
El resultado es previsible: el avance de un abstencionismo que acabará por producir gobiernos ilegítimos, aislados de la ciudadanía. Igual que lo plantea José Saramago en el Ensayo sobre la lucidez tendremos que preguntarnos ¿quién ha firmado esto por mí? Ese día puede ser el que estamos viviendo.
Analicemos un poco los números, para verificar si exageramos. En las elecciones de 2003 se instalaron en el Distrito Federal 11 mil 661 casillas para atender una lista nominal de seis millones 712 mil 664 ciudadanos. De dicho padrón asistieron a ejercer su voto dos millones 950 mil 163 electores; es decir, el 43.95 por ciento, lo que teóricamente nos lleva a afirmar que esa elección no produjo legitimidad.
Ahora bien, en términos democráticos, cuando una elección no rebasa el 51 por ciento del padrón electoral tendría que repetirse, ya que la democracia, en el ámbito electoral, debe agotar dos circunstancias: una, que sea representativa y, dos, que represente a la mayoría. El errático ejercicio legislativo de la actual Asamblea Legislativa del Distrito Federal parece darle la razón a esa mayoría que no votó, pero lo más grave se vislumbra para el futuro inmediato, en el segmento de los jóvenes entre los 18 y 19 años, pues de una lista nominal de 216 mil 688, votaron 64 mil 300; o sea, poco más del 25 por ciento.
¿Qué nos ofrecen hoy los partidos políticos para la Jefatura de Gobierno local? Me referiré únicamente a los tres principales institutos políticos que cuentan con una fracción parlamentaria en la Asamblea Legislativa. En orden de importancia, el PRD es por mucho el partido mayoritario, de tendencia hacia la izquierda. La pugna Ebrard-Tucoi, parece no ser algo superficial, demuestra signos de descomposición, ya que dos integrantes de ese grupo vienen de corrientes que se caracterizaron por sus prácticas sectarias: Jesús Ortega, del grupo de Rafael Aguilar Talamantes, y Pablo Gómez del extinto Partido Comunista. En tanto, navegando solo, se ve a un Armando Quintero, del grupo de Rosario Robles, el cual es producto del sindicalismo universitario.
Por su parte, el PAN, cargando a cuestas el síndrome foxista y con un trabajo político de poco contacto con la gente, realmente no tiene un contendiente que pueda levantar el descrédito en el que ha caído el panismo; de ahí la ocurrencia de empezar a manejar el nombre del jefe delegacional en Benito Juárez, Fadlala Akabani, para ser su abanderado.
A su vez, el PRI tiene en Beatriz Paredes una candidata con la que nunca había contado en el Distrito Federal. El problema está en los propios fantasmas de la ex mandataria de Tlaxcala: la brutal corrupción con la que gobernó su partido a la capital del país, algunos personajes que la rodean y la falta de una estructura en la ciudad que realice la talacha política con oficio. Con estos aspectos en contra, Paredes tratará de convencer a un gran segmento que no se manifestó en 2003.
Lo oneroso de las elecciones, la falta de responsabilidad política frente al electorado y el pobre panorama que nos muestran los partidos políticos todos los días lleva a un punto donde la gobernabilidad sea poco menos que imposible, en el que debemos preguntarnos ¿quién ha firmado esto por mí?. En un pueblo humillado, temeroso, envilecido y lacerado, puede significar la anarquía.
* Magistrado del TEDF.