MAR DE HISTORIAS
El show de las gallas
Uno tiene que vivir y por eso se ocupa en lo que sea. Desde chica he trabajado de todo, menos de puta. Ezequiel me conoció en la época en que era vendedora de cosméticos y andaba por todas partes con mi muestrario. En una de esas caí en su negocio: El ostión travieso.
La primera vez que entré en la ostionería Ezequiel me echó a la calle. "No señorita, aquí no puede vender". Después, para no arriesgarme a otro descolón, sólo pasaba por enfrente. Las meseras salían a comprarme bilés y rímeles; su patrón se hacía el desentendido, pero bien que me miraba y luego yo a él.
Al poco tiempo Ezequiel fue al grano: "Rosa, ¿quieres venirte a vivir conmigo?" Me hice la remolona hasta que me interesó: "No tendrías que trabajar, pero que conste: ¡nada de casorio!" Acepté mudarme a los cuartos que él alquilaba encima de su negocio.
Ezequiel me llevaba muy temprano a La Viga para comprar el marisco. De regreso me ordenaba quedarme en el departamento. Hasta allá subía el olor a tilapia frita. Al principio me provocaba deseos de vomitar, pero después me acostumbré. A lo que nunca pude resignarme fue al encierro. Me entristecía. Se lo confesé a Ezequiel y le pedí permiso de trabajar otra vez.
Estuvo de acuerdo, sólo que en su beneficio: me llevó a su changarro y me puso a lavar platos y ollas. Mientras las fregaba lo oía piropear a cuanta mujer pasaba por allí. Para no entrar en discusiones preferí no darme por enterada, pero se mandó: a cada rato se iba con alguna de las viejas ofrecidas que nunca faltan. Todo el tiempo se lo reclamaba a Ezequiel, mas él se defendía diciéndome que era una malpensada loca.
Nos la fuimos llevando hasta que noté que casi todas las tardes llegaba a comer en la ostionería una tal Denise. Desde el principio me llamaron la atención sus párpados plateados y sus uñas postizas. Ezequiel, que era incapaz de servirme un vaso de agua, luego luego se ofreció a atenderla personalmente.
Denise llegó una tarde más temprano que de costumbre. Ezequiel fue a sentarse con ella. Se la pasaron muy a gusto platicando y bebiendo cerveza mientras yo de pendeja seguía lave y lave, hasta que entró Lichi, una de las meseras, y me puso al tanto:
-¡Aguas, Rosa! Se van a largar juntos.
Tardó más en decírmelo que yo en salir y echármele encima a la tal Denise. Como está más grandota me tiró al suelo y me dio de trompadas hasta que me sangró la nariz. Ezequiel se espantó y se puso a decirme que me adoraba más que a nadie en el mundo.
No se me olvida la forma en que Denise le arrojó una botella, lo agarró de los cabellos y lo zarandeó mientras le decía hasta de lo que se iba a morir. Llegó la patrulla. Ezequiel tuvo que darles trescientos pesos a los policías para que no se lo llevaran a la delegación. Denise se largó furiosa y ya no regresó, ni siquiera para recoger las uñas que se le habían caído en la trifulca.
Volvimos a encontrarnos después, en la bodega de telas donde me vine a trabajar cuando me separé de Ezequiel. A las pocas semanas del pleito me di cuenta de que era imposible vivir con un hombre que se había dejado golpear por una mujer y que, además, no se me antojaba ni siquiera de vez en cuando.
Lo primero que hice fue buscar trabajo. Regresé a la distribuidora de cosméticos. No había nada para mí, pero Selma -la responsable de marcar rutas a las demostradoras- me aconsejó que fuera a una bodega de telas donde estaban contratando eventuales. No sabía ni qué era eso y me lo explicó: "Que pueden despedirte de un momento a otro sin darte más que lo que hayas sacado hasta ese día".
Conseguí el trabajo. Al poco tiempo entró Denise. Aunque ya no llevaba párpados plateados ni uñas postizas la identifiqué enseguida; ella, en cambio, fingió no conocerme. En los veinte minutos que nos dan para comer me le acerqué y ya no le quedó más remedio que darme la cara, pero eso sí, muy gallona:
-¿Qué te debo?
-Nada. Quiero darte las gracias. De no haber sido por lo que sucedió yo seguiría sirviéndole a Ezequiel de gata y de colchón.
-Si quieres, luego mejor hablamos -dijo Denise.
Quedamos de vernos a la salida. Le invité un café en Las Chonchitas. Cuando llegamos al restaurante la tele estaba puesta en un programa donde aparecían dos mujeres insultando y atacando a un hombre. La escena me cayó mal:
-Si ya viví eso, ¿qué caso tiene verlo en la tele? Voy a pedirle al mesero que la apague-. Denise no me oyó. Miraba la pantalla sonriendo y le hice una broma: -¿De qué te estás acordando, cabrona?
Denise se acercó y me habló quedito:
-La de rojo, la más gritona, es mi prima Concha. Ahorita está haciéndola de esposa engañada, pero otras veces ha salido de madre de una niña seducida por un vejancón y de amante de un viudo que en realidad era marica.
-¡Habladora! ¿A poco deveras es tu prima?
-Me cae que sí. Cuando pierde el trabajo se presenta en una oficina que contrata actores para ese programa. A veces le dan chamba. Le pagan una miseria, pero peor es nada.
En la tele se oyeron los gritos más fuertes. Las personas que estaban en el restaurante aplaudieron cuando las dos mujeres -Concha y otra fulana como ella- rodaban por el suelo mientras el hombre, hecho un mar de lágrimas, les pedía perdón por haberlas engañado sin querer.
Le dije a Denise que con tanto ruido ni podíamos platicar y decidimos irnos al jardín de Loreto. En el camino me contó cómo había conseguido trabajo en la bodega:
-Al cruzar vi el letrero de que necesitaban eventuales. Gracias a Dios me contrataron, porque así mi novio, Javier, podrá dejar el puesto en Mixcalco. El negocio es de su padrino.
Sin que yo se lo pidiera sacó de su bolsa la foto de Javier:
-Oye ¡es bien guapo! Parece artista.
Me dijo que en su casa tenía el retrato amplificado al tamaño de un póster. Le pregunté si pensaban casarse:
-Sí, pero nada más que él termine la escuela. Con un título en la mano podrá encontrar un trabajo donde gane un poquito más de lo que le paga su padrino por vender sandalia china-. Se puso muy seria: -¿En la bodega hay chance de que nos den planta?
-¡Estás loca de la cabeza! Confórmate con que no te quiten el trabajo de la noche a la mañana-. Sentí haberla preocupado:
-Entré de eventual y llevo ocho meses en la bodega. Al principio me cambiaban de turno a cada rato, pero ahorita ya me tienen estable.
Por andar de bocona San Ramón me castigó: al día siguiente me pasaron al segundo turno. Dejé de ver a Denise. La mañana en que me devolvieron mi horario original tropecé con ella en la puerta. Iba llorando porque la habían despedido.
En la chamba pregunté por su domicilio. Con muchos trabajos la conseguí, pero cuando fui a Manzanares 14, en vez de una vivienda hallé una farmacia donde nadie conocía a Denise. Me hice el ánimo de no verla más, pero a veces me detenía en el jardín de Loreto con la esperanza de encontrarla.
Una tarde, al salir del trabajo, me agarró un aguacerazo de aquellos y yo sin suéter. No quería enfermarme y corrí a meterme en Las Chonchitas. El restaurante estaba desierto. Pedí un café americano. Comprendí que el mesero era nuevo por la forma en que me preguntó si deseaba que encendiera la tele.
La prendió y enseguida reconocí el programa. En la pantalla aparecían un hombre tratando de escapar de un guardia y dos mujeres golpeándose en el suelo y acusándose mutuamente de arrastradas y traidoras. Para impedir que se sacaran los ojos, cuatro gorilas llegaron a separarlas. Cuando lo consiguieron noté que la más agresiva llevaba los párpados plateados y las uñas falsas. Me dio gusto reconocer a Denise.