La más compleja aporía energética: precios y tarifas
Se entiende por aporía la presentación de dos opciones igualmente razonables como respuesta a una cuestión. Aristóteles utiliza este término para designar una dificultad que hay que resolver dentro de dos tesis contrarias, pero siempre dentro de un marco eminentemente lógico. Señalo esto porque quisiera atreverme hoy a asegurar que nuestra política energética actual -o nuestra no política, como la caracterizan varios especialistas- enfrenta diversas aporías en el terreno energético. Se trata de aspectos de nuestra problemática energética actual que -indudablemente- deberán ser enfrentados por una sociedad que tiene que involucrarse de manera creciente en las llamadas políticas públicas. Y todo para decidir las opciones de su desarrollo. Se trata de decisiones que no pueden ser tomadas por nadie más, so riesgo de caer en desviaciones autoritarias graves y muchas veces irreversibles, sea de corte tecnocrático (Fobaproa e IPAB son algunas de ellas), sea de corte populista (regalar renta petrolera o eléctrica al bajar artificialmente los precios de combustibles y electricidad sería otra).
Y señalo estos ejemplos porque, efectivamente, no es difícil reconocer que la más delicada y compleja de lo que podríamos llamar aporías energéticas (tenemos al menos otras nueve o 10, que será prudente presentar luego), es la que se establece entre la necesidad de que los consumidores de gasolinas, turbosinas, diesel, gas licuado, querosenos y demás petrolíferos. Y los consumidores de gas natural y de electricidad, todos ellos, paguen el menor precio posible. Y la necesidad -de aquí la aporía- de que los ingresos de las empresas públicas que suministran estos combustibles y esta electricidad -Pemex, CFE y Luz y Fuerza del Centro- sean suficientes para recuperar sus costos, lograr una operación eficiente y productiva. Pero también -que no se nos olvide- garantizar su expansión en las formas, términos y ritmos que el cambio tecnológico y la sociedad lo exijan. A este respecto las ideas parecen claras, pero la realidad no lo es tanto. ¿Por qué? Muy simple. Siempre y en todo, todos quisiéramos pagar lo menos. Siempre y en todos quisiéramos menores costos y -cuando éstos sean difíciles o imposibles- quisiéramos subsidios. Y, ¿quién va a financiar los subsidios? ¿Quién?
Por la dificultad que tiene responder esta delicada pregunta, me atrevo a polemizar con la promesa que hiciera este viernes en Ciudad Obregón Andrés Manuel López Obrador: reducir en tres años los altos precios del gas y de la energía eléctrica, incluso por debajo de los precios de Estados Unidos -señala La Jornada este sábado-. Firmemente y con respeto a quienes asesoran en este terreno a López Obrador, hay que repetirlo hasta el cansancio: prometer combustibles y electricidad por debajo de sus equivalentes internacionales -incluso garantizando las condiciones para disminuir sus costos de producción- es entregar parte de las rentas petrolera o eléctrica a los consumidores, rentas que pertenecen a la nación, por más curioso que parezca ratificarlo hoy en día.
Ahora bien, díganme ustedes, por favor, ¿quién o quiénes pueden y deben autorizar la entrega de estas rentas, de estos recursos -propiedad de la Nación- bajo la forma de subsidio a los consumidores? Y díganme también ¿a quién o a quiénes deben otorgarse estos subsidios y por qué razones? No podemos regresar a la época del boom petrolero en el que se entregaron combustibles y electricidad a precios indiscriminadamente bajos. Menos aún entregar -como últimamente han pretendido las cúpulas empresariales y sus indignos personeros dentro del gobierno- renta petrolera o renta eléctrica a través de subsidios de muy baja racionalidad, para solapar ineficiencias inexplicables.
Sí, efectivamente, es posible bajar precios, siempre y cuando se bajen costos de producción. Y bajar costos de producción con un incremento sostenido de la eficiencia y la productividad. Y sostener el círculo virtuoso de eficiencia y productividad crecientes, con un fortalecimiento continuo de la inversión, y una capacitación similarmente continua de los recursos humanos, tanto en aspectos técnicos como en aspectos de gestión y desarrollo de proyectos, en el que -por cierto, indican los expertos- tenemos lagunas crecientes. Y para ello es imprescindible que se garanticen recursos de inversión a las empresas públicas. Y ello exige liberarlas de sus irracionales cargas fiscales actuales, no de cualquier carga fiscal, por cierto. Por todo esto, al prometer precios de gas natural bajos y tarifas bajas de electricidad, debiera explicarse -es lo menos- cuál es la estrategia para ello. Y en el caso de que se trate de entregar subsidios, cuál es no solamente su lógica y su racionalidad, sino también su fuente de financiamiento. Sería lo menos.
Sí, sin duda, necesitamos estar dispuestos a abrir y desplegar nuevas perspectivas. De aquí el mérito de las nuevas propuestas. Y al lanzarnos a nuevos mares, deberemos hacerlo con mucha pasión, pero con prudencia y astucia porque se trata de hacer muy bien las cosas. Con entusiasmo para descubrir lo mejor y entregar lo mejor. Y pasión para defender los recursos de la nación involucrados, en este caso los petroleros y eléctricos. Va de por medio el futuro de una sociedad que necesita -con urgencia- mayor justicia y mayor desarrollo. Y no se le puede fallar. De veras.