Los políticos contra la política
Nadie lo sabe, aunque presuma de brujo, pero tal vez todos sabremos pronto si el PRI será capaz de volverse un partido político digno de tal nombre. Si la competencia entre sus gigantes podrá ponerles todo al revés a los caciques de siempre y dejar atrás el lastre del corporativismo político que mantiene a raya a sus dirigentes y contra la pared cualquier proyecto efectivo de real renovación democrática.
Por lo pronto, lo que está ante nosotros es el muñequeo un tanto infame en su cúpula, la presencia opaca de la máxima mandamás en el sindicato de trabajadores de la educación, que cual Calles rediviva reside en San Diego, y el "gran legado" para Roberto Madrazo de Rodríguez Alcaine, benefactor de la patria mexicana, de su movimiento obrero y de sus enriquecidos dueños de empresa, según el gobierno del cambio.
También toca por ahí el dinero envenenado. Las finanzas del bochorno y el abuso, que han acompañado al PRI en estos años de su derrota, no pueden ser vistas como parte del anecdotario que nos dejó el presidencialismo autoritario que todo lo podía... hasta acabar consigo mismo. El dinero es una ponzoña que amenaza al conjunto del sistema político y la sufrirán sin escape todos los partidos, pero hoy se concentra y condensa en unas precampañas -o como vaya a llamárseles cuando la ley las reconozca- dentro del PRI que han resultado en un lamentable carnaval de despilfarro, confirmando con desparpajo impúdico las peores leyendas de la antipolítica que vuelve por sus fueros con toda furia.
Los políticos y la política se han vuelto los villanos preferidos de quienes por la política y gracias al apoyo de los políticos se enriquecieron en la empresa, se blanquearon y engalanaron en el servicio público, o de quien, por último, llegó al poder con la alternancia pero también con el visto bueno de los políticos del poder nacional e internacional. Lo malo no es encontrarnos ahora con que el Presidente y los suyos renieguen de la política: eso era de esperarse por conocido y estudiado, como parte indisoluble de la cultura de la extrema derecha criolla, que siempre supo agazaparse y ahora no encuentra sotana que la cubra.
Lo grave del caso es que este verbo antipolítico hoy lo conjugan a diario los políticos y sus dirigentes, que se ostentan en público como seres extraños y distantes, cuando no como jueces arrogantes de las consideraciones y reclamos de la opinión ciudadana, o se desgarran por ser el más lépero o lenguaraz, o se presentan ante el respetable como reyes Midas irrespetuosos, o de plano como millonarios orgullosos de unas fortunas hechas al calor del negocio opaco, de la inversión a fondo perdido (del erario) o del uso y abuso interminables de las cuotas sindicales o de los intereses elementales de sus representados.
Lo que estos políticos nos ofrecen como república es una isla de piratas, una "ciudad del pecado" que no admite redentores y sólo difunde y provoca miedo, el peor y más corrosivo de los factores de la desbandada social, de la pérdida de todo sentido de cohesión comunitaria, del fin de la política como medio civilizado para alcanzar fines de mejoría colectiva, bien común, justicia social y respeto y cuidado de los derechos fundamentales.
La danza de los millones y el sacrificio diario del lenguaje en el altar de los medios electrónicos es lo que tiene que terminar antes del naufragio al que nos convoca un gobierno que no quiere irse sin haber echado a andar la última carga de demolición del Estado a que convocara hace años desde el Cerro del Cubilete. Decir basta debería ser el inicio de una recuperación de la política. Y dentro y fuera de los partidos hay mexicanos convencidos de que el gobierno del Estado puede empezar a hacerse ya por otros medios. Y todo dentro del cauce legal abierto por la reforma política del pasado; sin tener que romper ese orden cuya reforma debe plantearse ya para hacerse pronto dentro de los órganos colegiados representativos del Estado y no por fuera de ellos. Si algo requerimos hoy son partidos fuertes, no personalidades autodesignadas providenciales. De poco sirven las bravatas y los chistes malos disfrazados de lenguaje coloquial y lugareño para conjurar esta nefasta amenaza de una antipolítica protagonizada por los propios políticos. Menos aún si para asegurar un auditorio se ponen por delante las cartucheras.