Editorial
El derecho de Irán a su programa nuclear
El presidente George W. Bush no descarta la vía militar para frenar el programa nuclear de Irán. Ayer viernes, el mandatario recordó que su administración ya ha recurrido a la fuerza, en una clara alusión a las intervenciones en Afganistán e Irak, aunque matizó que primero agotará la opción diplomática para "lograr que Irán se eche atrás". Bush también expresó su beneplácito por la resolución de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), impulsada por Alemania, Francia y Gran Bretaña, en la que pide a Irán "restablecer la plena suspensión voluntaria de todas las actividades relacionadas con el enriquecimiento" de uranio. Sin embargo, el régimen iraní defendió su derecho a desarrollar este tipo de tecnología con fines pacíficos, y aseguró que se convertirá en productor de combustible nuclear en la próxima década.
El miércoles pasado Teherán retiró los sellos colocados por la AIEA en su planta de conversión de uranio de Isfahán, y anunció la reanudación de las actividades, aunque bajo supervisión de la agencia. El programa nuclear iraní tiene dos décadas y el gobierno de esa nación siempre ha dicho que su objetivo es satisfacer sus necesidades energéticas. Al respecto, hay que mencionar que el Tratado de No Proliferación Nuclear, del cual forma parte Irán, autoriza a sus integrantes a desarrollar esta tecnología con aplicaciones civiles. En un contexto internacional en el que el uso de la energía nuclear se vuelve cada vez más indispensable ante la disminución de las reservas petroleras mundiales, el derecho a desarrollar esta tecnología se ha convertido en prioridad de las naciones. Estados Unidos obtiene 20 por ciento de su consumo energético gracias a sus 104 centrales nucleares y Francia tiene 59 centrales que generan 78 por ciento de su energía eléctrica. Cabe preguntarse por qué estos países se oponen al programa nuclear iraní si ellos mismos recurren a esta alternativa.
Por otro lado, el argumento de Washington de que Irán podría emplear el material radiactivo para fabricar armas nucleares es una exageración. El uranio enriquecido no proporciona por sí solo la capacidad de tener una bomba nuclear: se requieren otras tecnologías (como misiles, aviones, submarinos y radares, entre otros) para conseguir un arma efectiva. En este sentido, los arsenales nucleares de Estados Unidos (con 40 por ciento de las 20 mil cabezas nucleares existentes), Francia y Gran Bretaña (unas mil cabezas cada uno), por ejemplo, representan mayor riesgo para el planeta que el programa iraní. Además, si la intención es preservar la estabilidad de la región, habría primero que desarmar a Israel, con unas 200 cabezas proporcionadas por la Casa Blanca.
Asimismo, el gobierno de Bush debería ser congruente con su política exterior y sus propias leyes, y antes de atacar a Irán tendría primero que sancionar a la empresa petrolera Halliburton de la que fue director el vicepresidente Dick Cheney, la cual colaboró en el programa nuclear iraní. La ley estadunidense prohíbe a sus empresas hacer negocios con las naciones del llamado eje del mal.
Estos elementos permiten suponer que las amenazas del presidente Bush buscan crear un ambiente propicio para una intervención militar en Irán estrategia que ya empleó para invadir Irak y tomar control de las reservas de petróleo y gas natural de ese país, las segundas en importancia del mundo, con miras a consolidar la hegemonía estadunidense.
Por tanto, son las propias amenazas de Bush las que ponen en riesgo a la región. Tal como advirtió el ex presidente iraní Hashemi Rafsanjani respecto de la resolución de la AIEA, "esa gente cree que ha derrotado a Irán, pero deben saber que no es un lugar donde pueden hacer lo que hicieron con Libia (que abandonó su proyecto nuclear ante las presiones de Occidente) e Irak".