Yo es otro
A veces el quehacer del crítico tiene problemas éticos insospechados. No me refiero a lo que, de tan obvio, no debe ser mencionado, como es la falta de imparcialidad y el amiguismo, vengar reales o supuestos agravios, vender dos veces un trabajo o sacar algún provecho personal del espacio que se tiene. Hay algunos matices que nos hacen dudar -más de lo habitual en algunos de nosotros- acerca de escribir o no de un teatrista que no nos gusta y del que no siempre hemos hecho notas positivas. Puede parecer acoso o problema personal si la nota es negativa, nos decimos, pero cabe preguntarse a quién le puede surgir tamaña idea y si del qué dirán depende nuestra labor. Es evidente que debemos ejercer nuestra libertad plena sin atenernos a temores de sospechas infundadas. Por ello escribo ahora de Eduardo Ruiz Saviñón, cuyos últimos trabajos (no me refiero a su fallida escenificación de la Muestra Nacional en Xalapa) con textos del poeta e investigador Vicente Quirarte -El fantasma del hotel Alsace y Retrato de la joven monstruo- resultaron convincentes y mostraban a un director más pleno en sus recursos que en montajes anteriores.
Yo es otro (Sinceramente suyo Henry Jekill) de Quirarte y el especialista en monstruos y vampiros Roberto Coria, pero con dramaturgia de Ruiz Saviñón, lo que impide medir la responsabilidad de cada uno, aparece como un retroceso grave en la trayectoria del director y en este caso dramaturgo, especialista en el género gótico y que ahora se presenta con el nuevo colectivo Cadáver exquisito, lo que hace suponer que las muchas manos en el texto corresponden a la técnica de escritura surrealista, dicho esto sin ánimo de mofa, pero única explicación para el nombre del grupo.
La adaptación teatral de la famosa novela de Stevenson, entreverada por los crímenes de Jack el destripador, podría resultar atractiva si no fuera porque los largos monólogos -que distinguen las dos obras anteriores del poeta- no están aquí justificados en un entorno que se quiere realista y en el que se combinan con diálogos muy disímiles, a veces afortunados cuando se hace oír la voz del novelista, por momentos poco felices. La adaptación, que añade a la novela el personaje de Mary Kelly -lo que nos recuerda una vieja película- y del inspector Albertine y cambia a algún personaje por otro, podría resultar eficaz para el escenario de no antojarse, junto a toda la escenificación, un teatro viejo. La idea de que en cada uno de nosotros subsisten el bien y el mal -lo que es relativamente cierto- es la tesis del propio Robert Louis Stevenson según la cita que encabeza su novela y lo que siempre se ha sostenido respecto a ésta, sin necesidad del énfasis del parlamento final del doctor Gul, para nada novedoso, aunque resulta extraño que Hyde, el engendro del mal, mate a lord Danvers Carew propinándole bastonazos a nombre de los sufrientes y explotados del mundo, lo que es poco congruente.
La escenificación es tan pobre y las actuaciones tan acartonadas que por momentos parecen paródicas. La escenografía de Vladimir Maislin -responsable también del vestuario, mejor que su diseño escenográfico- pretende dar varios espacios, algunos con extraños muebles que muy poco hablan del sólido confort de un club inglés o de la casa de un médico de la era victoriana, con lo que cualquier ambientación se pierde. Los videos de Armando Matturano, en cambio, están muy bien realizados. Las actuaciones de un elenco profesional, aunque no excesivamente conocido, resultan tan lamentables que se pensarían de un grupo de malos aficionados, con esos molestos amaneramientos y ''tics" que los alejan de toda credibilidad y de la creatividad que muchos reconocemos en los buenos actores profesionales, así sean estos más formales que de vivencia. Caso aparte es Mauricio Davison, un actor preferido por talentosos creadores escénicos, quizás por su fuerte presencia, pero que, pienso yo, tiende a desbordamientos y sobreactuaciones que lo limitan sobremanera. Como la dupla Jekyll-Hyde no logra, a base de actoralidad, dar las diferencias entre el bondadoso médico y su malvado contraparte y, si bien es de agradecerse que no se recurra a factores externos o de maquillaje, el solo cambio de voz, sin la actitud gestual y corporal que le corresponde, podrían hacer incomprensible partes del texto si éste no fuera tan conocido por generaciones de lectores y de cinéfilos.