Ni tan niños, ni tan héroes
Ningún ''niño héroe" se lanzó del Castillo de Chapultepec envuelto en una bandera, afirma el museógrafo Víctor Manuel Ruiz, al explicar que la anécdota de los jóvenes cadetes defendiendo del ataque estadunidense lo que entonces era el Colegio Militar, no concuerda con el nuevo ''discurso conceptual" propuesto por el Museo Nacional de Historia.
En una pequeña sala, alejada del recorrido principal, se muestran algunas prendas del uniforme que entonces usaban los alumnos de esa escuela castrense, así como documentos de la época en la que el recinto fue bombardeado por los invasores extranjeros (12 y 13 de septiembre de 1847).
Si bien tres cadetes murieron en el enfrentamiento, cuando se negaron a huir, como ordenaron sus superiores, ''fueron héroes. Sin embargo, el discurso cívico es el que los ha enaltecido más", asevera Ruiz, quien agrega que Antonio López de Santa Anna prohibió que se recordara esa epopeya.
Luego, en el último año del mandato del presidente Benito Juárez, en 1872, comenzó a exaltarse el patriotismo de esos jóvenes, que no niños.
Los cadetes, según se ha documentado, rondaban todos ellos los 20 años de edad.
Eso de salvar la bandera era un mandato importante en el código militar. De acuerdo con varios historiadores, en esas refriegas, al menos dos personas salvaron el honor del lábaro patrio envolviéndose en la tela y entregándose a las balas: el coronel Santiago Xicoténcatl, del Batallón de San Blas, y el capitán Margarito Suazo, en la batalla de Molino del Rey.
El Castillo de Chapultepec es reconocido, por chicos y grandes, como el escenario donde sucedió una gran muestra de patriotismo: al pie del cerro del Chapulín están las blancas columnas del Monumento a los Niños Héroes, en la terraza del Castillo las estatuas de los cadetes Juan de la Barrera, Juan Escutia, Francisco Márquez, Agustín Melgar, Fernando Montes de Oca y Vicente Suárez; y en el techo del cubo de una de sus escalinatas un imponente mural de Gabriel Flores:
Juan Escutia cae, arropado por el lienzo tricolor. La imaginación de quienes lo observan se dispara más allá de los discursos museográficos del momento.
Mónica Mateos-Vega