HISTORIA RESCRITA EN CHAPULTEPEC
El recinto del Castillo exhibe un discurso de conceptos y temas
Con 6 mil 500 piezas en exhibición, el Museo Nacional de Historia recibe en promedio 10 mil visitantes al día
La vida del pueblo, con mínima representación, admite funcionario del INAH
Ampliar la imagen Mural del pintor jalisciense Gabriel Flores (1930-1993), alusivo al acto de hero�o del joven cadete Juan Escutia, durante el bombardeo de las tropas estadunidenses al Castillo de Chapultepec, en 1847. La obra se puede ver en el techo de una de las escalinatas del hist�o recinto FOTO Mar�Mel�rez Parada Foto: Mar�Mel�rez Parada
En el Castillo de Chapultepec, rescribieron la historia.
El nuevo discurso museográfico de la exposición permanente del Museo Nacional de Historia ''ya no es el libro de texto de antaño".
La narración de los hechos más relevantes de la nación no se presenta de manera cronológica ni secuencial, sino como ''una historia de conceptos y temas".
Los murales (pintados por artistas como Jorge González Camarena, Juan O'Gorman, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros), ubicados en los salones del recinto, ''sirvieron de guía" para que los curadores reubicaran las piezas y desplegaran objetos que permanecían en las bodegas, las cuales fueron restauradas, reclasificadas y hasta redescubiertas (en total, se exhiben 6 mil 500 objetos).
Los ''conceptos" que no encajaban en la ''nueva lectura" fueron enviados a otros espacios, deshilvanados del recorrido principal de ese museo, como todo lo referente a los Niños Héroes, cuya ''anécdota" está ahora ubicada en una pequeña y simplona habitación.
También se tuvo que ''improvisar" una sala con la historia de principios de siglo XX (la Revolución y la gesta de Madero por la democracia), porque ''nunca se previó" que al museo lo alcanzaría el futuro.
Cédulas concretas, mínimas
En el nuevo guión museográfico ''lo que importan son los objetos", detalla Víctor Manuel Ruiz, encargado del área de difusión del Museo Nacional de Historia, dependiente del Instituto Nacional de Antropología e Historia, y uno de los curadores de la exposición que da cuenta de uno de los acervos más relevantes del país (integrado por 65 mil piezas).
Ruiz formó parte del equipo encabezado por Salvador Rueda, actual director de ese recinto cultural, y por Guadalupe Jiménez, el cual se tardó tres años en concluir la ''restructuración integral" del recinto (restauración de piezas, acondicionamiento de instalaciones y actualización de contenidos, La Jornada, 15/11/03). En este proceso se invirtieron 111 millones de pesos.
Desde la reapertura del remozado Castillo de Chapultepec, en noviembre de 2003 (La Jornada, 18/11/03), el lugar recibe en promedio 10 mil visitantes al día.
La cifra se incrementa durante los periodos vacacionales y los fines de semana (en particular los domingos, cuando la entrada es gratuita); tan sólo el pasado 31 de julio lo visitaron 17 mil personas.
El ''museo del Castillo", como popularmente se conoce al conjunto de salas que conforman el Museo Nacional de Historia, ya no se recorre por oscuros y laberínticos pasillos. Los paneles fueron sustituidos por vitrinas transparentes.
También desapareció ''mucha de la información errónea" que durante más de dos décadas copiaron miles de niños para hacer su tarea escolar.
''No queremos que los pequeños (que son quienes más nos visitan) lleguen a tomar apuntes y apuntes. El museo ya no es un libro, sino un motivador para la lectura. Por eso, las cédulas informativas son concretas, mínimas, dedicadas a resaltar las piezas", añade Ruiz.
El funcionario detalla que el discurso museográfico anterior comenzaba con la consolidación de la Nueva España. Mientras el nuevo museo incorpora objetos prehispánicos, por ejemplo, una almena mexica que proviene de las excavaciones arqueológicas recientes del cerro de Chapultepec, y un ''tzompantli mestizo", con cráneos de personas de las diferentes razas que dieron origen a la nación mexicana.
Recorrido por amplios espacios
El recorrido por el Museo Nacional de Historia se hace por espacios limpios y amplios, ''no está nada amontonado, la visita ya no resulta agobiante". El antiguo museo dejaba en el visitante, agrega Ruiz, ''la idea de una historia muy maniquea. Era blanca o negra. De efeméride tras efeméride. Ahora hay una historia conceptual".
En la sala dedicada a ''las diversas conquistas" se exhiben, entre otros, cuadros y objetos sobre la evangelización; y ''tratamos de desterrar la palabra 'colonia', la cual se comienza a aplicar en la Nueva España hasta el siglo XVIII. En el siglo XVI y durante todo el periodo de los Habsburgo, la Nueva España fue un reino asociado al imperio".
Y así lo muestra un cuadro de la época de Felipe II, en el que el ''Reino de Indias" forma parte del dominio de los Borbones, al mismo nivel que Castilla o Cerdeña.
Luego se explica (siempre mediante objetos bellísimos) que México ''pobló y culturizó" Filipinas, en Asia; y en la sala ''conciencia criolla", que Sor Juana Inés de la Cruz, además de una excelsa poeta, fue una apasionada científica.
Frente al retrato de la décima musa, elaborado por el célebre pintor virreinal Miguel Cabrera, el Museo Nacional de Historia exhibe una pieza única: un clavicordio de 47 teclas, construido en México por Juan Felipe de Olea, en el siglo XVIII, ornamentado con pinturas al óleo que representan a una pareja de músicos (hombre y mujer) en un idílico jardín.
Este magnífico instrumento fue donado en 1966 por el empresario regiomontano Carlos Prieto, y en estos días es estudiado por especialistas ingleses.
Las joyas del acervo están ahora repartidas en las salas, ''contextualizadas", para dar constancia de que ''es un mito" que la colección "haya sido saqueada".
Por ejemplo, en el espacio donde se da cuenta de los objetos que se importaban y exportaban de la Nueva España, están unas hermosas piezas de cerámica de Tonalá, Jalisco, que ''hablan del buen gusto de las señoras de la época, aficionadas a morder este barro dulce, a falta de calcio en su dieta".
Escasez de objetos populares
Víctor Manuel Ruiz reconoce que ''hay carencias" en la colección que presenta el Museo Nacional de Historia, pues no hay muchos objetos que hablen de la vida del pueblo, sólo de quienes estaban en el poder o de quienes gozaban de privilegios por su elevada condición económica.
''Tenemos muy pocos objetos de la cultura agrícola en la época virreinal porque, desgraciadamente, lo que permanece son los objetos suntuosos. El pueblo usa sus cosas hasta que éstas se acaban, por eso no perviven a través del tiempo. No es que las despreciemos, pero no existen piezas populares de la época", aclara.
Un cuadro de San Roque, patrono de los mineros, unas espuelas, una hoz y un par de títulos de propiedad de tierras, son los objetos que ''conceptualizan" la cultura de la clase trabajadora del virreinato en el renovado discurso museográfico del Museo Nacional de Historia.
En la sala titulada ''la edad de la razón" figura el cuadro ''emblemático del museo": el del conde Bernardo de Gálvez, quien mandó construir el Castillo de Chapultepec en 1786.
Se habla también del ''caótico" siglo XIX, con sus ''poderes regionales", derivados de las intendencias que crearon ''caciquismos".
Destaca en esta sala una colección de paneles pintados al óleo, perteneciente a una botica poblana, ''rescatada" por el poeta José Juan Tablada en la época de la Revolución, que representa las diversas ciencias de acuerdo con la enciclopedia de Denis Diderot.
La casaca de Morelos
Asimismo, se exhibe una réplica de la mascara mortuoria de Napoleón, la cual fue donada por el Instituto Napoleónico México-Francia (INMF) al Museo Nacional de Historia hace unas semanas. Fue realizada por el doctor Francisco Antommarchi, dos días después de la muerte del emperador francés, en 1821.
Se trata de una restitución a la museografía mexicana, según explicó Eduardo Garzón, director del INMF, en la ceremonia de entrega de la pieza. En 1837, agregó, el médico de Napoleón visitó México y donó ''una espléndida máscara mortuoria con su sello y firma en bronce, exactamente en el vigésimo segundo aniversario de la batalla de Waterloo, entregándola en manos de representantes del Congreso mexicano.
''Después de ser recibida y presentada en el Ayuntamiento de la ciudad de México, la máscara fue llevada al Museo Nacional, hoy Museo Nacional de las Culturas, y probablemente en los años 30, la pieza se esfumó sin dejar huella."
Los objetos que pertenecieron a los artífices de la Independencia se encuentran en el corazón mismo del recinto: las casacas de Morelos, así como varios cuadros y una baraja para conocer ''el verdadero rostro" del cura Miguel Hidalgo, ''a quien apodaban El Zorro, porque le gustaban las apuestas, las cartas, las peleas de gallos. Y las mujeres también le encantaban mucho", apunta Ruiz.
Muchas piezas estaban mal clasificadas en la sala dedicada a la Independencia; ''este cofrecito es en realidad un pequeño féretro para un bebé nonato, con él quisimos representar que la guerra no sólo es muerte por armas, sino muerte por hambre o por epidemias", detalla el funcionario.
Antes, había tan poco cuidado en el acervo, añade, que la bandera del Imperio, por estar constantemente expuesta al sol, se decoloró totalmente de un lado. Por eso, ahora se exhibe con los colores invertidos: rojo, blanco y verde.