Usted está aquí: jueves 11 de agosto de 2005 Opinión CTM: vergüenza nacional

Adolfo Sánchez Rebolledo

CTM: vergüenza nacional

Si alguien creía que la Confederación de Trabajadores de México (CTM) ya no podía caer más bajo, la ascensión de Joaquín Gamboa Pascoe a la secretaría general demuestra lo contrario: el cetemismo es una estructura del cretácico político que no merecería existir en una sociedad que quiere ser democrática. Para nombrar al sucesor del fallecido Rodríguez Alcaine, los líderes -cinco a lo más- sin pensarlo dos veces se inclinaron por el jefe vitalicio de la Federación de Trabajadores del Distrito Federal, no obstante la poca estima política que se le guarda en esta entidad, donde fue estrepitosamente derrotado en las urnas en 1988. Se dirá que ésas son las reglas para cubrir los interinatos, pero ¿cabe una elección menos democrática que ésta?

En rigor pudieron más los lazos empresariales del nuevo líder, su obsecuente sumisión al mandato del poder, que sus inexistentes virtudes como representante sindical, forjadas, si la hubiere, a la sombra de Fidel Velázquez en años de excesos y atropellos a la voluntad trabajadora. Puede ser que dicha decisión no guste en la filas de los poderosos sindicatos nacionales, sobre todo entre los petroleros, cuyas aspiraciones saltaban a la vista, pero lo cierto es que la CTM ya no es tampoco lo que era antes.

Disminuida por la precariedad laboral, la organización es un feudo de las burocracias que administran -en nombre y en contra de los trabajadores- la representación sindical, concebida al modo del más rancio corporativismo como apéndice del poder político al servicio de la pax económica. No en balde, la última voluntad de Rodríguez Alcaine, su "testamento", dicen ahora, fue apoyar la candidatura de Roberto Madrazo, quien asistió a los funerales en calidad de capo mayor. Y tampoco es de gratis que Gamboa ratifique, en su primara declaración, el compromiso corporativo con la candidatura del aún presidente del PRI. Viejos tiempos tan vivos hoy.

Tampoco resulta extraño, por todo esto, que en el Sindicato Unico de Trabajadores Electricistas de la República Mexicana (SUTERM) resulte elegido un ¡sobrino de Rodríguez Alcaine! como elogio del continuismo hereditario y afrenta, una más, a la tradición de lucha de los electricistas democráticos. Todos tranquilos.

Lo más importante, al menos para el gobierno y los empresarios, es que se mantenga la misma línea, es decir, la disposición sindical a aprobar todo lo que digan los cerebros de la reforma energética, así sea a costa de bendecir política y moralmente al charrismo más abyecto o de promover a toda costa la "nueva cultura laboral" pergeñada en parte por el señor Abascal y en los hechos puesta en práctica por Velázquez y sucesores

La actitud del gobierno panista ante el sindicalismo corporativo es singular, pues por una parte predica el fin del corporativismo y el cambio democrático y, por otro, se entiende con los líderes para sacar adelante los proyectos económicos, el negocio de los contratos de protección, las amenazas contra derechos establecidos constitucionalmente.

Los sindicatos, en rigor, inciden poco en la política ciudadana. Ya no pueden obligar a nadie a votar por el PRI, como se comprueba fácilmente con los pobre resultados electorales obtenidos por los "líderes-candidatos" en numerosos distritos, pero en virtud de su peso económico todavía son importantes para la política interna del PRI, donde aún se mantiene la ficción de los "sectores" como representación directa de las masas obreras y campesinas. Más aún, cuando en el horizonte están unas elecciones generales en las que el dinero será, por desgracia, protagonista principal.

Desde hace décadas se discute sin éxito el destino de este corporativismo que nada ni nadie ha logrado desaparecer. El sindicalismo cetemista -y de otras centrales semejantes- ha sobrevivido con todas sus limitaciones a la movilización democrática en algunos gremios, a la modernización con todas sus implicaciones laborales y, en general, al avance democrático de la sociedad.

Sin independencia, sin representatividad, los sindicatos se han mantenido gracias a la voluntad del poder, al deseo de los empresarios de mantener elevadas ganancias, a un orden de cosas donde la legalidad se pervierte todos los dias, está alienada y sirve a una situación anómala. La reforma laboral necesaria no es la que piden, por cierto, las cámaras empresariales, pero es obvio que hace falta transformar el mundo del trabajo, crear nuevas reglas y solventar viejas preocupaciones.

Los trabajadores, como ayer, necesitan recuperar sus organizaciones legales, crear representaciones auténticas, que en general no existen. La mera voluntad no basta. Los temas de la reforma laboral no solamente son económicos o sociales, también son políticos. Es imposible crear una democracia medianamente creíble si no se respeta la libertad sindical, si los asalariados votan, pero están sujetos a la camisa de fuerza del corporativismo.

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.